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En el 84 aniversario de su muerte, el mejor legado de Onésimo Redondo es su ejemplo

84 años después de su muerte, Onésimo Redondo, el llamado Caudillo de Castilla, permanece como un ejemplo de lucha por la Tradición y la justicia social.

Onésimo RedondoOrtega nació en Quintanilla de Abajo, en la provincia de Valladolid, el 16 de febrero de 1905, en el seno de una familia de propietarios agrícolas. Después de completar la carrera de Derecho en Salamanca, regresó a Valladolid. En octubre de 1928 inicia su carrera política como líder del Sindicato de los Cultivadores de Castilla la Vieja, un sindicato local. Este hecho es importante porque indica que su primera actividad fue la de sindicalista, como abogado y hombre del campo, y ello le llevaría al fascismo agrario y el proselitismo revolucionario. En 1929 cumple el servicio militar en Valladolid. Inicialmente conectado al movimiento de Acción Católica en los primeros meses de 1931, la Asociación Católica Nacional de Propagandistas (ACNP) era una renovación de los “luises” adaptada por el padre jesuita Ángel Ayala en 1909 y que presidía, por aquel entonces, Ángel Herrera Oria quien, desde 1911 era propietario y director del diario católico “El debate” y cuyos simpatizantes formaran el grueso de las filas de los partidos de la derecha católica, como el grupo integrista de Acción Nacional, que apareció a los quince días de implantarse la Republica en España, el 29 de abril de 1931, bajo el lema “Familia, Orden, Trabajo y Propiedad” y cuyo Comité Nacional presidía el propio Herrera Oria y que, tras los primeros comicios, pasó a denominarse Acción Popular y estar dirigida por el diputado monárquico José María Gil Robles, el dirigente de la CEDA (Confederación Española de Derechas Autónomas). El Cardenal Herrera Oria fue quien fundaría después el diario “YA” en 1935. Por sus relaciones con el hermano de Ángel Herrera, Onésimo fue uno de los cofundadores en Valladolid, el 5 de mayo, del grupo de Acción Nacional que se presentaba como una organización de defensa social y que participó en la campaña electoral de las Cortes constituyentes que tendría lugar el 28 de junio de aquel mismo año. Onésimo participó en diversos mítines, en varias localidades comarcales, como en Villanubla, Simancas, o Laguna de Duero. El carácter estrictamente conservador e inmovilista de estas organizaciones de derecha reaccionaria, así como su peculiar observancia a la forma monárquica de gobierno y el poco entusiasmo que estos partidos transmitían a los jóvenes, enfriaron sus contactos en menos de un semestre. A ello habría que añadir que las urnas, en las elecciones constituyentes del 28 de junio, arrojaron un resultado de los comicios que daban una amplia mayoría para la coalición de las izquierdas, formada por republicanos y socialistas. Por todo ello, Onésimo se aleja de la organización, a la que considera demasiado próxima al liberalismo burgués, y de tendencia monárquica.

Después de la proclamación de la Segunda República, fundó en agosto de 1931 las Juntas Castellanas de Actuación Hispánica. Exactamente, el día 8 de agosto de 1931, los hermanos Redondo -Andrés y Onésimo – , y los hermanos Ercilla -Jesús y Francisco – hallándose reunidos en la casa de los primeros, sentados en un balcón que daba al Campo Grande, a la caída de la tarde, Onésimo sugirió la propuesta de creación de unas Juntas Castellanas y una Academia Castellana de estudios regionales simultáneamente, que prendió el entusiasmo de los otros tres contertulios. Con ardor y fogosidad, inspirado, redactó unas cuartillas manuscritas que con el título de “¡Castilla salva a España!” se publicaba en la edición del día siguiente en el semanario “Libertad” y que constituye la primera proclama, el primer manifiesto, de carácter castellanista. Dicho semanario, había salido el primer número el día 13 de junio de 1931 a las calles de Valladolid, fundado por Onésimo Redondo, como un semanario de lucha social, juvenil y portavoz de la revolución hispánica. El título del semanario se asocia con los partidos de corte izquierdista, pero su contenido es de una rabiosa actualidad, y su línea editorial, desde el primer número, antiburguesa y de cariz nacional-revolucionario y social, lo que provoca desconcierto. Es un lenguaje nuevo, directo, sin tapujos ni perífrasis. Sus frases y consignas son dardos que apuntan al centro de una juventud inquieta que se siente artífice de la nueva historia. El nombre del semanario lo adoptó personalmente Onésimo porque consideraba que la primera misión a realizar era la de arrebatar e inutilizar los nombres típicos tópicos de la izquierda. Quería dar a entender que si alguien pugnaba por la “libertad” eran las juventudes hispánicas, no comprometidas con credos marxistas ni con postulados sectarios. Comenzaba ya por la reconquista de un léxico que se creía perdido inexorablemente. La dialéctica que se impone, desde el primer número, sería la que se convierte, más adelante, en familiar y propia de las juventudes y del movimiento político que, en los años siguientes, se irían anudando. Ya desde el principio se emplea la palabra “camarada” para designar al compañero militante. El título de este nuevo semanario hizo que todos creyeran que se trataba de un periódico más del nuevo régimen, pero su lectura desconcertó a la gente, pues no se trataba de un periódico liberal, pero tampoco era reaccionario. El semanario salió a la calle, más por la ilusión de Onésimo y un puñado de muchachos jóvenes que le secundaban, que por la precaria economía y la penuria de medios en que estaban sumidos aquellos soñadores. El dinero para sacar el primer número lo proporcionó la madre de unos amigos del director-fundador, por lo que cada ejemplar era un quebranto. Escribieron en “Libertad”, entre otros, Emilio Gutiérrez Palma, Javier Martínez de Bedoya, Jesús y Francisco Ercilla. Se imprimió en los Talleres Gráficos de Afrodisio Aguado de Valladolid y la tirada era, aproximadamente, de cinco mil ejemplares que se distribuían y vendían durante la semana. Su día de salida era el lunes, siendo vespertino. A veces se producen colisiones y escaramuzas entre los vendedores y sus antagonistas, rifirrafes que se saldaban siempre con sanciones y represalias contra los que proclamaban y divulgaban Libertad. La censura era severa, las suspensiones frecuentes, y las multas gubernativas gravosas.

En la primera proclama de las Juntas Castellanas de Actuación Hispánica se dice: “¡Castellanos! Salga de Castilla la voz de la sensatez racial…”. Y en los estatutos se proclama la veneración por las grandiosas tradiciones patrias y la comunidad de raza y destino con las naciones ibéricas de ultramar. Esto no es un canto al mestizaje sino a la obra de España en América. Se pide la intervención del Estado para evitar la explotación del hombre por el hombre. Se rechaza la lucha de clases y se aboga por una organización sindical corporativa, protegida y regulada por el Estado. Se defiende la línea regeneracionista propugnada por Joaquín Costa y se aspira a un fortalecimiento autonómico de los municipios. Las Ordenanzas de las JCAH tomaban como quicio fundamental, para su actuación futura, la idea fuerte de Nación, Justicia Social y Religión, tríptico, al que hay que adicionar un cuarto elemento, la cultura, y que para su consecución se eligen como estilo de dirección la formada por un triunvirato. Las primeras reuniones con los jóvenes que se interesaban por el nuevo mensaje se celebraban a la intemperie, paseando, sentados en los prados y parques, bajo los soportales en los días de aguacero, cara al sol en las tardes de bonanza. Se les veía pasear por las inmediaciones de la Fuente del Sol, por la Cuesta de la Marquesa o por las Cuevas de El Tomillo y eran inconfundibles. Limpios, pulcros, altivos, seguros, firmes, con ideales, disciplinados. No tenían local propio, ni bienes, ni enseres, ni carnets, ni parafernalia. Solo voluntad. La incipiente organización pronto reunió a treinta o cuarenta jóvenes que palpitaban al unísono y se contagiaban ardor con las palabras y las enseñanzas de Onésimo.

En el mes de noviembre de 1931 se produjo la convergencia de dos organizaciones que operaban en paralelo en las ciudades de Madrid y Valladolid: En Madrid, Ramiro Ledesma Ramos, desde el 14 de marzo de 1931, venía publicando un semanario cuya cabecera era “La conquista del Estado” y en Valladolid, Onésimo Redondo editaba el semanario “Libertad” y aglutinaba a sus seguidores, desde agosto, en las Juntas Castellanas de Actuación Hispánica. Los principios que les inspiraban y sus objetivos eran prácticamente idénticos. “La conquista del Estado” había salido a la calle en marzo de 1931. Tres meses más tarde “Libertad” se voceaba en las principales calles y esquinas de Valladolid. Sus contenidos eran bastante similares y su patriotismo revolucionario y social era intercambiable.

Jesús Ercilla, compañero, amigo y camarada de Onésimo, tuvo que trasladarse a Madrid, desde Valladolid, por motivos de trabajo, donde encontró la ocasión para contactar con Ramiro Ledesma Ramos, que en Eduardo Dato, nº 7 (hoy Gran Vía, 47), tenía domiciliada la redacción del semanario “La conquista del Estado”. A raíz de esta visita de presentación y cortesía, se incrementaron las relaciones entre Onésimo y Ramiro. La primera entrevista, y el primer encuentro entre ambos tuvo lugar en el mes de octubre de 1931 en Madrid, hasta donde se desplazó Onésimo para reunirse con Ramiro a la sede del semanario de “La conquista del Estado” y, al no estar en ese momento, se desplazó hasta la cafetería Zahara, en el eje central de la Gran Vía madrileña, por ser un café frecuentado por los miembros de la redacción y donde tuvo lugar, finalmente, la primera charla entre ambos. De aquel contacto cálido y humano nacieron, en noviembre de 1931, las JONS (Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalistas), mediante un acuerdo sólido y definitivo, sin reservas ni reticencias, que se plasmó en un Manifiesto político conjunto. El encabezamiento del nuevo grupo por fusión solidaria, la palabra Juntas, fue una sugerencia oriunda del más rancio abolengo castellano, a propuesta de Onésimo. Y el emblema de la nueva organización, el yugo y las flechas, lo aporta Juan Aparicio, secretario de la redacción del semanario de “La conquista del Estado”, inspirado en los Reyes Católicos. Las JONS, tenían como objetivo la creación de un Estado Nacional-Sindicalista. Como método de acción proponían la acción directa, término creado por el filósofo Georges Sorel, y renegaban del sistema electoral por ser liberal-burgués y corrupto. Y no se oponía a la República como forma de Estado. Las JONS   reclamaba la creación de un nuevo Estado que debía ser dirigido por las juventudes españolas, un Estado cuyo pilar fuera el trabajador y que garantizase la grandeza de la Patria y su unidad. La JONS son consideradas como representantes de la ideología nacional-revolucionaria en España por buscar conciliar el patriotismo con la revolución social. Desde un principio, las J.O.N.S. aspiraron a atraerse a los trabajadores hacia la causa nacional, y es que los jonsistas querían “dotarse de una ancha base proletaria”. Esta inquietud era fiel reflejo de su extracción social: proletarios, campesinos e intelectuales de corte radical, con ímpetu revolucionario frente al orden burgués. Uno de los constantes temores de Ramiro, una de sus preocupaciones más dolorosas era que confundieran al jonsismo “con una frívola y vana tarea de señoritos”.

Fue, por tanto, Onésimo, un destacado dirigente nacional-sindicalista castellano, abogado de profesión y con experiencia como sindicalista, co-fundador de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista (JONS), partido que acabaría por fusionarse con Falange Española en 1934. Frente al radicalismo modernista de Ramiro Ledesma, Onésimo Redondo representó la tradición católica hispánica.

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Onésimo estuvo como lector de español en la Universidad alemana de Manheim, y más tarde tradujo y publicó una edición de “Los Protocolos de los sabios de Sión”, Valladolid, Ediciones Libertad, 1932. Lo editó primero por capítulos en el semanario “Libertad”, y después publicó un pequeño libro recopilatorio con una breve introducción y algunas apostillas. La traducción pudo hacerla de cualquier edición alemana, pues hablaba perfectamente dicho idioma, pero lo más probable es que para realizar la traducción utilizara la versión francesa, lengua que también dominaba, porque algunos de los capítulos de la traducción están escritos por su mujer, Mercedes Sanz Bachiller, que había estudiado en un colegio privado de monjas francesas en Valladolid y en Francia, y por eso hablaba y escribía correctamente en francés. Mercedes le ayudó en la traducción, de eso no hay duda, porque se han conservado las cuartillas originales de su trabajo conjunto.

También en 1932, Onésimo toma parte en la fracasada sublevación del General Sanjurjo, el cual visitó años después a Alemania, en el invierno de 1936, coincidiendo con los Juegos de Invierno. Para evitar la detención, Onésimo cruzó la frontera y se exilió en Portugal, en la ciudad de Porto. Tras el exilio crea con Ramiro Ledesma Ramos una nueva revista doctrinal, J.O.N.S., como órgano del partido. En octubre de 1933 regresa a Valladolid. Decide presentarse en las elecciones del 19 de noviembre de 1933 pero retiró su candidatura a última hora.

En marzo de 1934, las JONS se unen con Falange Española, partido que dirige José Antonio Primo de Rivera desde octubre de 1933. En el nuevo partido llamado F.E. de las JONS, Onésimo Redondo asume un segundo plano de acción.

Posteriormente, en enero de 1935, Ramiro Ledesma Ramos abandona la organización por desacuerdos con José Antonio y con la dirección del partido. Ramiro Ledesma intentaría sin éxito refundar las JONS como partido independiente fuera de la Falange. En realidad, Ramiro Ledesma fue el único entonces que hubiera podido unir a una parte de la izquierda, concretamente, la anarco-sindicalista, con el fascismo en España, como él pretendía, pero no pudo ser, pese a que lo intentó desde el principio y hasta el final.

El 19 de marzo de 1936 Onésimo Redondo fue detenido en Valladolid. Durante su prisión, permanece en contacto con el líder del partido, José Antonio, también preso desde marzo de 1936. El 25 de julio, Onésimo fue trasladado a la prisión de Ávila de donde es puesto en libertad por militares sublevados, cuando se inició la guerra civil española.

Onésimo se dirigió a Valladolid, donde rápidamente organiza un grupo armado de falangistas que marchan enseguida para Madrid y combaten en el Alto de los Leones. El día 24 de julio de 1936 cae en una emboscada y muere tiroteado a manos de milicianos anarquistas de la columna Mangada en Labajos (Segovia). Sucedió así:

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El 24 de julio de 1936, seis días después de comenzado el Alzamiento, los frentes aún no estaban claramente delimitados. En algunas regiones, nadie sabía con certeza quién dominaba apenas unos metros más allá, y el aspecto de los camiones que iban y venían cargados de combatientes en medio del ajetreo general no contribuía, precisamente, a aclarar las cosas.

Batido por un sol que caía a plomo a finales del mes de julio, el campo castellano en torno a Madrid era escenario de muy crudos combates. Onésimo Redondo recorría el terreno entre las provincias de su Valladolid natal y la de Ávila, en las que los falangistas se afanaban en la defensa frente al enemigo. Muchos de ellos habían estado encerrados con él en la cárcel hasta el día 18, apenas una semana antes, cuando fueron liberados por los militares. La situación no era fácil para los sublevados que, en unidades improvisadas y mal armadas, hacían frente a los milicianos frentepopulistas. En aquellos días habían alcanzado la sierra de Guadarrama (“esos puertos del Guadarrama que se estremecen con el avance duro de los infantes y artilleros castellanos”) donde la lucha era encarnizada, particularmente en la posición del Alto del León, conocida desde entonces como “Alto de los Leones de Castilla” por la bravura con la que los falangistas la tomaron al asalto. Hacia allí se dirigió Onésimo Redondo en automóvil la mañana del 24 de julio, procedente de Valladolid. Junto a sus acompañantes, tomó la carretera de Labajos. A la entrada del pueblo se toparon con un camión que transportaba un buen número de soldados entre los que predominaba la vestimenta de color azul y los banderines y pañuelos rojos y negros. Tomándolos por falangistas, no evitaron ponerse a su alcance. Pero al llegar a su altura, uno de aquellos milicianos –en realidad el vehículo pertenecía a la columna del Coronel Mangada, de ahí los colores anarquistas y el añil del mono proletario- saltó del camión y los encañonó, al tiempo que el coche detenía el motor.

Cuando se dieron cuenta de lo que sucedía, en completa inferioridad numérica y tomados por sorpresa, los ocupantes del automóvil trataron de rendirse. Pronto quedó claro, sin embargo, que los milicianos  no les iban a respetar la vida de ninguna forma. Completamente inermes, uno de los falangistas resultó alcanzado por la nutrida descarga procedente del camión, desplomándose al instante, mortalmente herido. Otros tres apenas pudieron escapar ilesos del fuego graneado que caía a su alrededor, mientras ponían tierra de por medio. Sólo Onésimo quedó donde estaba. Pero aquel gesto no le valió de nada. De inmediato le hirieron en una rodilla. Inmovilizado de este modo, y una vez en el suelo, le remataron.

Era el primero de los fundadores de Falange al que mataban. A Onésimo Redondo le seguirían, por este orden, Julio Ruiz de Alda, Ramiro Ledesma y José Antonio. La Falange quedaba así descabezada, sin dirección, lo que se tradujo en una merma casi completa de la autonomía política de la organización. Pero eso, como diría Rudyard Kipling, es otra historia.

Tras su muerte, el franquismo lo convirtió en uno de los “mártires de la Cruzada”. En el lugar de su muerte, en Labajos, existe un monumento conmemorativo en el que los falangistas hacen cada año una ofrenda floral.

La viuda de Onésimo Redondo, Mercedes Sanz Bachiller, sería la fundadora, en octubre de 1936, del Auxilio de Invierno (después llamado Auxilio Social), organización benéfica integrada en el partido falangista, cuyo nombre estaba tomado de una organización NS alemana, y que alcanzó una gran relevancia en los primeros tiempos del franquismo. El 25 de julio de 1961 se inauguró en el Cerro de San Cristóbal de Valladolid un monumento a Onésimo Redondo, que ha sido retirado no hace mucho.

Hoy, 84 años después de su muerte, Onésimo Redondo, el llamado Caudillo de Castilla, permanece como una figura incomparable del nacional-sindicalismo español y un ejemplo de lucha por la Tradición y la justicia social, que creyó siempre en la existencia de una tercera vía, habiendo sacrificado su vida por eso. Y ese es su legado hoy, el de su ejemplo.

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