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Resentimiento de linaje

¿Pero por qué un individuo que sostiene un nivel de vida que le ha permitido comprar una casa valorada en más de dos millones de euros se adscribe a la Primera República y se describe a sí mismo declarándose “rojo”?

Por Mª Capilla de Torres

Reflexionando acerca de la situación política que llevamos padeciendo desde que el presidente Rodríguez definiera toda su ideología con las palabras, “soy rojo”, es presumible que más de una vez y más de alguno se haya cuestionado un taciturno e incomprensible:¿por qué? ¿Pero por qué un individuo que sostiene un nivel de vida que le ha permitido comprar una casa valorada en más de dos millones de euros se adscribe a la Primera República y se describe a sí mismo declarándose “rojo”? Amén de ser este el que quebró entre los españoles la paz de la que tanto se permitía hablar, con la infame promulgación de la ley de “Memoria histórica”, que pretendía y pretende enjuiciar a los nietos de quienes se defendieron de los ataques de las milicias republicanas que sembraban por doquier el terror –precisamente llamado–, “rojo” .

¿O por qué un sujeto como el Sr. Sánchez, que antes de su llegada a la Moncloa situaba su residencia en la zona que ostenta el título anual de municipio más rico de España y que cuando se vaya ¡! , percibirá cuando menos una pensión vitalicia de unos ochenta mil euros, ha abandonado la socialdemocracia que constituye el último refugio del residuo socialista e insiste en retornar el PSOE a la ideología marxista a la que este partido renunció de la mano de Felipe González en 1979? ¿Por qué?

¿Y por qué un tipo como Pablo Iglesias, propietario de una casa que tan solo en su jardín exhibe una piscina que cuesta más de cien mil euros –el precio medio de la vivienda de aquellos que le votan–, está intentando implantar a toda costa un régimen comunista “revolusionario” en nuestro país?

¿Cómo explicar tantos “por qué” en únicamente tres ejemplos de dirigentes de izquierda que en legislaturas previas o en la actual están llevando a nuestra nación al radicalismo extremo de sus posiciones? Quizá todo esto lo pueda informar la teoría del “resentimiento de linaje”. El “resentimiento de linaje” expresa el rencor transmitido de generación en generación por aquellos cuyos ancestros estuvieron en la zona baja del estrato social durante la existencia de todas las cohortes parentales hasta donde llega la memoria colectiva de sus sucesores. Por poner un ejemplo no más lejano, los promotores del menosprecio a lo que denominan “castas” o grupos favorecidos, –de los que ahora forman parte–, intuyen que ellos son los tataranietos de los pícaros del siglo XVI a los que un ciego cruel rompía los lomos por sisarle un mendrugo de pan; que les toca igualmente la herencia de los jóvenes mendigos del XVII pintados por los artistas del renacimiento devorando uvas hurtadas; que se cuentan entre los nacidos de los nacidos de los niños obreros de las terribles fábricas del XVIII hacinados con sus progenitores en los suburbios de las nuevas urbes…

Los activistas del odio a los que me vengo refiriendo, también saben que, en contraposición, están los clanes cognaticios que durante cincuenta generaciones o más han tenido la ventura de ubicarse en las posiciones aventajadas del orden mundial mientras ellos eran los últimos de la cosmología instituida. Y finalmente, conocen que de los descendientes procedentes de minifundios, gremios, burguesía o miembros de la baja nobleza venidos a menos, han devenido las actuales clases medias, cuyos integrantes también participan del desapego de los resentidos y suelen ser los más castigados por sus planes de reconversión universal. Pero antes de continuar, es preciso aclarar la necesidad de no confundir lo que podría ser “resentimiento de clase” con “resentimiento de linaje”.

El “resentimiento de clase” precisa un colectivo de personas de distinta procedencia unidas por un destino o forma de vida común. El “resentimiento de linaje”, aunque pudiera englobarse en el anterior, está referido a progenies sucesivas de una misma familia. Volviendo al asunto, aquellas genealogías provenientes de la miseria y de la fatalidad ineluctables, aunque luchen por mantenerlas vivas, ya no tienen razones para el odio o la ira. Es verdad que hasta la segunda mitad  del siglo XX la compartimentación en la escala jerárquica en España y en Europa, en general, era prácticamente infranqueable. Quien nacía en un estrato de clase baja, estaba condenado a la reproducción social sin posibilidad de cambiar de estamento. Sin embargo, los años 60 del pasado siglo vieron la llegada de la segunda industrialización que demandó trabajadores cualificados y trajo consigo una verdadera revolución educativa. Así, si en los primeros años del siglo XX tan solo un 10% de la población tenía estudios superiores, a partir de este momento, el porcentaje aumentó hasta el 60% actual.

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Esta circunstancia fundamental ha hecho posible una movilidad social ascendente que ha interrumpido la herencia de la condición de padres a hijos y ha propiciado que prácticamente cualquier persona hoy en día, pueda formarse y aspirar a puestos de trabajo prestigiosos, seguros y bien remunerados. Es el caso específico de nuestros gobernantes actuales, con modos de vida como los descritos en párrafos anteriores que no justifican el desprecio a un sistema que les ha proporcionado toda clase de beneficios y un perfecto bienestar económico y grupal.

 Sin embargo, la cuestión es que en su inconsciente profundo experimentan la necesidad de someter a la humillación y a la penuria a aquellos que no han gustado la triste suerte de las proles predecesoras de la comunidad de resentidos de la que forman parte. Por muchos privilegios y bienes que les sean dados, nunca tendrán suficiente hasta que consigan su venganza de estirpe. Entonces, ¿estamos condenados a la inquina de los antaño privados de fortuna hasta el fin de los tiempos? No. La esperanza estriba en que, una vez que se sucedan las suficientes generaciones que mediante la educación disfruten de condiciones de vida favorables y comprendan que la igualdad de oportunidades es una realidad en los estados democráticos y con economías de mercado liberales, se disipen los antiguos enconos y desaparezca la aversión irracional a todo lo establecido.

Pero para ello es urgente cortocircuitar la manipulación del inconsciente comunitario que se está llevando a cabo mediante el expolio de los medios de comunicación y el apoderamiento de los medios educativos. De forma concomitante, es preciso fomentar el pensamiento crítico, única herramienta capaz de afrontar el aborrecimiento generacional que se lleva inculcando años en nuestros menores mediante el ejercicio de un primitivismo cultural atávico. Hay que saber, pues, que si no se defiende y fomenta la libertad de juicio, la evaluación de la información falaz y el uso de la razón contrastada con la evidencia, una gran parte de los actores sociales que ahora están formándose podrían involucionar con una España esclavizada, empobrecida, embrutecida y atrasada. Una España que no tiene razón de ser en la primera centena del siglo XXI.

Este artículo se publicó en la Revista Reino de Valencia nº 125

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