Estamos en pleno periodo de euforia tras la victoria de Biden; parece como si se hubiese elegido al presidente de Europa al tenor de las innumerables lecturas que se llevan a cabo en la prensa europea y nacional. Se mide la rapidez en la felicitación de los líderes de cada país o, en su caso, la ausencia de reacción. Siempre pasa lo mismo con la entronización del nuevo Cesar, a lo largo y ancho del Imperio se esperan gestos, en un sentido o en otro.
Hay un aspecto, creo yo, en el que los analistas aún no han entrado y que, me parece, esconde una importancia trascendental para el futuro de Europa. Se trata de la Defensa, la Defensa Europea, con mayúsculas, elemento subyacente desde el inicio en la propia creación del sujeto político europeo. Un integrador al que Donald Trump, indirectamente, había dado el mayor impulso desde el nacimiento de la propia Unión con la Comunidad Europea del Carbón y el Acero en el lejano 1952, instrumento pensado solo para el mantenimiento indefinido de la paz en el continente y que acabo pariendo un gigante.
La política exterior de Trump ha sido rabiosamente aislacionista, con constantes muestras de desafecto hacia los países europeos, individualmente y en conjunto. Algunas de sus salidas de tono quedarán para la historia de la diplomacia pero, en conjunto, sirvieron para meter el miedo en el cuerpo, ligeramente a lo que se ve, a los líderes europeos, que en los últimos años, coincidiendo con su presidencia, han llevado a cabo un enorme impulso en la construcción de esa necesaria Defensa Europea, con el Fondo de Defensa Europeo, dentro de la Cooperación estructurada permanente, como mayor logro entre otros también significativos.
Queda muchísimo por hacer, especialmente en el campo de las operaciones exteriores, que es donde se pierden vidas nacionales y con ellas apoyos electorales en la patria, pero la situación actual es mucho mejor de la que había al finalizar el mandato Obama. Ahora las expectativas son muchas con la llegada de Biden, pero yo no tengo claro que sea un futuro halagüeño.
Cuesta creer que el nuevo presidente vaya a cambiar de golpe la política aislacionista exterior; su preocupación seguirá siendo China, hacia donde ya basculara Obama el interés de los EEUU. Y Putin, pese a sus inquietud bélica y política –acaba de lograr un alto el fuego en el Alto Karabaj cuyo beneficiario principal será Erdogán- no será motivo suficiente como para cambiar la retirada USA en Europa. La Unión Europea seguirá sola con sus demonios.
El problema es que la lectura superficial puede llevar a pensar a gran parte de los socios que con Biden aquí ya no merece la pena el esfuerzo de seguir construyendo la Defensa Europea, y eso nos deja, cuando ninguna de las amenazas ha desaparecido sino al contrario, desnudos en mitad de un mundo en plena ebullición.
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