El Día de Castilla se celebra el 23 de Abril porque es este día cuando se conmemora la batalla de Villalar en la guerra de las comunidades de Castilla, que se saldó el día 23 de Abril de 1521 con la decapitación de los tres líderes comuneros: Juan de Padilla, Juan Bravo, y Francisco Maldonado. Y por eso, el centro de la celebración es la localidad vallisoletana de Villalar de los Comuneros. Es, por tanto, una fiesta con un significado histórico, del que este año además se conmemora el quinto centenario, y como tal debe celebrarse.
Castilla ha sido históricamente la «nación-eje» del proyecto español, y seguramente por eso mismo Castilla no ha conservado su especificidad ante las demás identidades étnicas de la península ibérica y ante la propia España, con la que se ha mimetizado.
Castilla es un hecho nacional, y por ello debiera volver a ser lo que fue: una entidad política con identidad propia.
Castilla además se encuentra reunida junto a otra entidad política histórica como fue León, y disgregada hoy en más de cinco comunidades autónomas, todas ellas castellanas, donde debiera haber una sola Castilla. Castilla, como muchos corónimos geográficos en su nacimiento, tuvo un proyecto político. Se trata, pues, de un concepto político que cubre una realidad geográfica, que comenzó en expansión en sus inicios, y que ha ido menguando y visto fragmentado su territorio hasta nuestros días.
Tal hecho nacional castellano abarca a la actual Cantabria, La Rioja, Castilla y León, Comunidad de Madrid, Castilla – La Mancha, Andalucía o la Castilla novísima, y las comarcas de Utiel y Requena, actualmente en la comunidad valenciana, así como Murcia. Esa es la gran Castilla que va desde Santander hasta Cádiz. Y para determinar esto, no se trata desde un punto de vista jurídico-político de qué territorios han formado parte históricamente del reino de Castilla sino de qué comunidades son étnicamente y culturalmente castellanas, que es lo definitivo.
Recordemos que Castilla Novísima o Castilla la Novísima en referencia a Andalucía, es una denominación histórica acuñada por el historiador medievalista español Ramón Menéndez Pidal (1869-1968) para referirse a los territorios reconquistados a los musulmanes e integrados en la Corona de Castilla durante el siglo XIII en lo que hoy se llama Andalucía, que por ello hija de Castilla, frente al mito andalusí, y el andalucismo.
Tampoco comparto que Cantabria, que siempre se llamó “el mar de Castilla” se considere una entidad aparte, como tampoco comparto las tesis del leonesismo que pretende igualmente hoy desvincular a León de Castilla en base a que tuvieron hace más de mil años un reino, el viejo reino de León (siglos X-XIII), que fue la expresión política medieval de galaicos y astures, que pasaron a denominarse leoneses, pero que desde el siglo XIII, su reino se unificó con el de Castilla por más que mantuviera sus Cortes propias, pero desde entonces y hasta hoy, castellanos y leoneses no son dos pueblos distintos sino un mismo pueblo.
En Castilla y León se encuentra más del 60 % de todo el patrimonio — arquitectónico, artístico, cultural, etc. — existente en España, lo que se traduce en: 9 bienes Patrimonio de la Humanidad, casi 1800 bienes de interés cultural clasificados, 112 conjuntos históricos, 400 museos, más de 500 castillos, de los cuales 16 son considerados de alto valor histórico, 12 catedrales, 1 concatedral, y la mayor concentración de arte románico del mundo.
Orígenes de Castilla
Durante la Reconquista, hay que decir que existía cultura visigoda en pleno inicio de la Reconquista, en el siglo VIII.
De los núcleos de resistencia astur y cántabro nacería Castilla-León que llegará en su expansión hasta el Estrecho de Gibraltar. También hubo repoblación vasca de Castilla.
El castellano, como lengua hispano-romance que deriva del latín vulgar, como las demás lenguas romances, fue definido por el lingüista e historiador Ramón Menéndez Pidal como “el latín hablado por los vascos”, pues se originó en una zona bilingüe latino-vasca, y de ahí que en las glosas emilianenses del monasterio de Yuso, del siglo X, aparezcan glosas en vascuence y en castellano.
Castilla como Vardulia
En una crónica del siglo IX, conocida por la Crónica de Alfonso III, tanto en la Rotense como en la Ad Sebiastianense, mencionan a Vardulia para indicar la antigüedad de Castilla. El autor de la crónica usó la denominación de Uarduliense prouitiam para designar al territorio en el que se encontraba el rey Ramiro I buscando matrimonio, seguramente político.
Sobre el corónimo Vardulia debería pensarse por la presencia de los várdulos en ese territorio, pero éste no era su solar originario o al menos lo que indican las fuentes romanas. La tesis de un desplazamiento poblacional de los várdulos presionados por los vascones, es lo que se ha llamado la vasconización tardía que defendió Claudio Sánchez Albornoz. Y que se basa en esta Crónica:
«Bardulies quae nunc apellatur Castella».
(Crónica de Alfonso III, Versión Ovetense , XIV)
“Las Bardulias, que ahora se llama Castilla”, es el testimonio de la crónica de Alfonso III sobre la primitiva Castilla donde estarían ubicados los várdulos, pueblo celta que en la época romana estaba asentado en Guipúzcoa Tras esta afirmación podría esconderse un desplazamiento poblacional de los várdulos asentados en Guipúzcoa hacia el norte de Burgos.
Otra autora, Jurate Rosales hace unos años percibió en el término Bardulies una procedencia báltica (vara de madera) y propuso un origen godo a tal denominación para las fortificaciones construidas con empalizadas o estructuras de madera ( Jurate Rosales, «Los godos». Ediciones Ariel. Barcelona, 1999). La posible masificación de este tipo de construcciones en la Cornisa Cantábrica pudo haber dado u originario a tal denominación y no por un movimiento de los várdulos hacia lo que fue la primitiva Castilla. Debido a la obsesión de esta autora por su ascendencia hispanolituana, ello le ha llevado al equívoco sobre la etnogénesis goda como totalmente báltica. Esta raíz que no es sólo báltica, sino que pertenece a un indoeuropeo más antiguo. Además, Jurate Rosales omite por interés el pueblo celta prerromano de los várdulos. Por ello, personalmente me convence más la tesis de Sánchez Albornoz.
El nombre de Castilla procede de “Castella” (“los castillos”), pues surge de la antigua Vardulia (los várdulos eran una tribu celta prerromana establecida en el norte de la península ibérica, en la parte oriental del actual País Vasco.) como un condado para proteger la frontera oriental del viejo Reino de León, que se fortificó con castillos contra las incursiones musulmanas que venían del valle del Ebro. Un ejemplo sería la fortaleza de Tedeja, que es un foco de visigotismo en los confines de Castilla y Vasconia, pues se trata de un complejo defensivo visigodo altomedieval del núcleo fundacional de Castilla, que domina el desfiladero de La Horadada, por el que pasa el río Ebro.
Respecto a la bandera de Castilla, el pendón viejo de Castilla o bandera castellana es rojo carmesí, como lo usaron sus reyes, o las milicias concejiles de las principales ciudades castellanas, así como el campo del escudo de León es blanco. Por tanto, el morado no es el color del pendón de Castilla, pues el color del llamado pendón de Castilla no es, ni nunca fue morado sino carmesí. Lo del color morado arranca en el siglo XIX, cuando algunas sociedades y partidos, ni cortos ni perezosos recurrieron al color morado que utilizaba alguna unidad militar, que de Castilla solo tenía el nombre, atribuyendo este color a la tierra castellana y al de los comuneros. Con esta falacia cromática cometieron uno de los mayores errores de la historia de la vexilología española, induciendo a su mal uso incluso a las instituciones, condicionando el futuro y divulgando lo que nunca fue. Tanto es así que hasta muchos castellanos aún hoy, se lo creen. Cuando se ha modificado erráticamente un símbolo, debe ser rehabilitado el correspondiente a la verdad histórica. Castilla y los castellanos debemos recuperar lo que nació en Castilla y no en la imaginación tardía de los partidos y círculos republicanos del siglo XIX. Los comuneros que representaron a las ciudades castellanas, usaron sus estandartes de color rojo carmesí, como hoy algunas ciudades lo continúan usando. Fue ese color y no otro, el que llevaron los comuneros en Villalar. En esta batalla no se vieron banderas moradas por ningún lugar, ya que no existía en Castilla dicho color para representar ni al territorio, ni a sus ciudades. Por otra parte, si somos observadores, solo debemos fijarnos en el color del campo (fondo) del cuartel de Castilla en el escudo nacional de España. Como salta a la vista es rojo. Como el campo del escudo de León es blanco, el de Navarra rojo y el de Aragón amarillo. Sus banderas históricas, por tanto, responden a estos colores. ¿Dónde está el morado?. Este error cromático para representar a Castilla, se repitió en la bandera adoptada por la II República, cambiando el rojo (verdadero de Castilla) por el morado en una de sus franjas. Paradójicamente convirtieron la bandera del partido republicano, en más monárquica, ya que el morado era el color del rey Alfonso XIII y sus antecesores desde 1833. Sus orígenes se remontan al rey Fernando el Católico cuya guardia personal usó este color (“el color viejo de Aragón”) desde 1504 y continuó en los diferentes regimientos que sucedieron a esta vieja unidad del siglo XVI. Una vez que las naciones fijaron sus banderas, dejaron de ser símbolos dinásticos o militares para solo representar a la nación, es decir al conjunto de sus ciudadanos y sus territorios. Esto ocurre en casi todo el mundo, salvo en algunos países en los que sus dirigentes, hicieron de los símbolos de sus partidos, los de la nación. Una vez desaparecidos estos regímenes, volvieron a sus símbolos tradicionales y permanentes. Así, el 2 de febrero de 1932, Unamuno afirmaba en el diario “El Sol” que la bandera roja y gualda “no es ni ha sido bandera monárquica, ni era de la Casa de Borbón, lo era de todos los españoles monárquicos y republicanos… guardando el sentido civil y patriótico de la continuidad histórica”.
Desarrollando todo esto, respecto a los orígenes de Castilla tenemos varias hipótesis:
-La hipótesis de Juan José García González considera el origen de Castilla como un territorio visigodo.
Los “castella” (castillos) eran “hábitats campesinos en altura” o “plazas militares amuralladas”. Estos castillos florecieron por todas partes, pero solamente proporcionaron nombre a la zona septentrional de Las Merindades. En época visigoda se le concedió un sentido político a este espacio formando un “territorium” visigodo entre el 574 y el 712, esto es, una comarca administrativa entorno a una civitaes o urbs, que se encuadraban en unidades políticas mayores como pronviciae o ducado en época visigoda. En este caso el Ducado de Cantabria. (Juan José García González; «Castilla en tiempos de Fernán González», Ed. Dossoles, Burgos, 2008).
Recordemos que los godos conquistaron el norte de la península y crearon allí los ducados de Cantabria y Asturias.
El problema de esta hipótesis es que es teórica. Plantearse en distinguir e incluso bosquejar mapas con supuestos “territorium” visigodos, así como de coras musulmanas u otras unidades políticas que nunca existieron, o al menos no hay constancia de ellas.
Sobre la presencia germánica en Castilla en forma de comunidades góticas, se puede ver su influencia en la onomástica, en el derecho consuetudinario o en el folklore, así como su posterior incidencia en la Castilla medieval.
Respecto a la toponimia, nos ofrece una enorme cantidad de nombres de poblaciones que denotan un origen etimológico gótico formados a partir de los términos “burg”, godo, “guz” o antropónimos germánicos. Antonio Hernández (“Las Castillas y León. Teoría de una nación”, Madrid,1982) proporciona más de un centenar de topónimos distribuidos por el triángulo que forman las provincias de Santander, Salamanca y Soria, y así tenemos abundantes muestras, como la de Burgos, que es un topónimo de origen germánico, que proviene del gótico “baurgs” (fortaleza, ciudad fortificada), o los pueblos con nombres germanos de las comarcas de la montaña de León (donde aún se habla el leonés), como Salas y Salamón. Y cerca de Riaño, está, por ejemplo, Huelde (de “wald”, bosque, o “veld”, campo), que podrían ser asentamientos suevos o godos.
Frente a este número, por ejemplo, sólo son once, y circunscritas, salvo dos excepciones, a los rincones nororientales de las provincias de Burgos y Palencia, las poblaciones que por su nombre delatan el origen vascón de sus repobladores vascones.
Por su parte, la diplomática (que estudia los documentos y sus características) documenta un gran predominio de la antroponimia germánica entre los castellanos y leoneses de los primeros siglos: alrededor del 50% de patronímicos reflejados en documentos civiles, subiendo hasta el 90% en las clases altas, siendo harto sabido que sólo a personas de origen germánico se les daba un nombre de ese tipo, aunque los de origen latino, griego, etc., podían corresponder en muchos casos a germanos (son numerosos los documentos en los que se especifica que un godo con nombre germánico es conocido también por otro latino). Pero la documentación diplomática ofrece una información sobre la presencia visigoda en el origen de Castilla o León de tal magnitud que apenas podría describirse.
Ramón Menéndez Pidal también tiene estudios sobre el origen germánico de la épica castellana. Y es que uno de los elementos culturales en los que se hace más visible la huella germánica es en la épica. Un ejemplo de ello, son los cantares de gesta. Estos cantos tradicionales narran las hazañas de los héroes antiguos y de los presentes. Se recuerdan los antiguos: los Carmina Maiorum de los que habla San Isidoro (Ramón Menéndez Pidal, “Los godos y la epopeya española. “Chansons de geste” y baladas nórdicas”. Madrid, 1969), y se componen otros siguiendo patrones semejantes. Escribe Menéndez Pidal (“La epopeya castellana a través de la literatura española. Madrid”,1974): “…conviene suponer para la épica castellana esos mismos orígenes germánicos (que la épica francesa) (…) Tácito nos habla de antiguos cantos de los germanos que servían de historia y de anales al pueblo, y nos indica dos asuntos de ellos: unos celebran los orígenes de la raza germánica, procedente del dios Tuistón y de su hijo Mann (esto es una epopeya etnogónica); otros cantaban a Arminio, el libertador de la Germania en tiempos de Tiberio (una epopeya enteramente histórica). Más tarde, el uso de estos cantos narrativos está atestiguado respecto a varias de las razas germánicas que se establecieron en territorio del Imperio romano: lombardos, anglosajones, borgoñones y francos. Por lo que hace a los establecidos en España, la existencia de estos cantos está afirmada por testimonios diversos (…) En apoyo de este presumible entronque de la epopeya castellana con las leyendas de la edad visigoda, notaremos que la sociedad misma retratada en esa epopeya tiene un carácter fuertemente germánico que enlaza a su vez son las instituciones y costumbres de los visigodos, retoñadas en los reinos medievales. En la épica castellana el rey o señor, antes de tomar una resolución consulta a sus vasallos, clara manifestación del individualismo germánico. El duelo de los dos campeones revela el juicio de Dios, y se acude a él tanto para decidir una guerra entre dos ejércitos como para juzgar sobre la culpabilidad de un acusado. El caballero, en ocasiones, pronuncia un voto lleno de soberbia y difícil de cumplir, costumbre que proviene de un rito pagano conocido entre los germanos. La espada del caballero tiene un nombre propio que la distingue de las demás. Se cortan las faldas de la prostituta como pena infamante. El manto de una señora es, para un hombre perseguido, asilo tan inviolable como el recinto sagrado de una iglesia. Y así otros muchos usos. Pero no hablamos sólo de usos aislados. Las más significativas costumbres germánicas se constituyen como el espíritu mismo de la epopeya”. Y a lo largo de varias páginas Menéndez Pidal señala la presencia en la epopeya castellana de todos los rasgos psicológicos y sociales que Tácito hace propios de los hombres del Norte. Una valoración reciente de las ideas de Menéndez Pidal sobre el origen de la épica castellana puede verse en Victor Millet, “Épica germánica y tradiciones épicas hispánicas: Waltharius y Gaiferos”. Madrid.1998.
Menéndez Pidal fue Director de la Real Academia Española, y en su libro “La España del Cid” dice: “La vida del Cid tiene, como no podría ser menos, una especial oportunidad española ahora…Contra esta debilidad actual del espíritu colectivo, pudieran servir de reacción todos los recuerdos históricos que más nos hicieron intimar con la esencia del pueblo al cual pertenecemos”.
No olvidemos que el héroe castellano Rodrigo Díaz de Vivar era de raigambre gótica a pesar de que el reino godo había desaparecido hacía más de 350 años. Esto se ve en el Poema de Mio Cid, cuando relata que el Cid sale de Valencia para encontrarse con Alfonso, el rey de Castilla, y al encontrarse Rodrigo Diaz realiza el siguiente gesto ritual germánico que se describe en el Poema de Mio Cid: “…el que en buen ora nació; / los inojos e las manos en tierra los fincó / las yerbas del campo a dientes las tomó”. Este gesto ritual germánico que ejecuta Rodrigo Díaz, es un gesto de aceptación de la superioridad jerárquica del monarca, que es comprendido y celebrado por todos los presentes. Un caballero germano reconocía como su señor a un rey germano ante una corte germana y un séquito de guerreros germanos que regresaban del exilio. Visigodos. Tales eran y por tales se tenían.
Sobre una exposición más detallada de esto, cribando el contenido político que contiene, se puede ver en el libro “Las Castillas y León. Teoría de una nación”, Antonio Hernández Pérez. Editorial Riodelaire (Guadalajara, 1982), reeditado después en “Las Castilla y León. Teoría de una nación”, Editorial Retorno (Toledo, 2012). Este magnífico libro es un alegato al visigotismo de Castilla.
El primero en iniciar este tipo de estudios fue el historiador Wilhelm R. Reinhart, que desarrolló parte de su investigación en su ya clásico “La tradición visigoda en el nacimiento de Castilla”, en Estudios dedicados a Ramón Menéndez Pidal (Madrid, 1954).
La investigación antropológica ha determinado de forma incontestable el carácter nórdico de las poblaciones góticas asentadas en la meseta. En una muy detallada investigación de Tito Antonio Varela López (“Estudio antropológico de los restos óseos procedentes de necrópolis visigodas de la Península Ibérica”. Trabajos de antropología Vol. XVII – N. 2, 3, 4. 1974-5) podemos leer:
“…se comprueba que el tipo más frecuente en las necrópolis visigodas es el nórdico de las sepulturas en hileras, cuya proporción es del 56,50 % (…) mediterráneo grácil el 20,76% y el cromañoide con 12,25% (…) el braquimorfo curvooccipital y el mediterráneo robusto con el 6,71% y 3, 78% respectivamente. Estos porcentajes contrastan con los obtenidos por Pons en los hispanorromanos de Tarragona, sobre todo por la ausencia de ejemplares nórdicos en la citada población”. En cuanto a las comparaciones con otros grupos afirma: “Los resultados obtenidos por este método ponen de manifiesto que los visigodos españoles se aproximan más a los grupos nórdicos que a los mediterráneos, no sólo por el grado de las desviaciones sino por el sentido de las mismas (…) las series nórdicas que muestran una mayor semejanza con los visigodos españoles son las poblaciones de Mitteldeutsche y de Südwetdeutsche”. Lamentablemente, como el propio Varela López señala, hacen falta estudios que valoren la trascendencia en la población española posterior de “esta importante influencia de los grupos nórdicos durante el periodo visigodo”. No obstante, es preciso señalar que en los últimos decenios se ha revisado el conjunto de necrópolis atribuidas a los visigodos, eliminándose un cierto número de ellas, ya que se ha establecido su carácter tardorromano y su cronología anterior al asentamiento de los germanos, las cuales presentan un ajuar militarizante pero no son atribuibles en ningún caso a los visigodos (García Moreno, L.A., “Historia de España visigoda”, Madrid, 1989). No sabemos en qué medida este hecho podría afectar a los porcentajes que ofrece Varela López, en todo caso es posible que de aquí surgiera un aumento proporcional del tipo nórdico aunque por ahora no es posible afirmar nada con seguridad. Sin embargo, es posible que el avance de la investigación nos confirme esto. En esta línea, se han llevado recientemente a Dinamarca los restos de unas tumbas visigodas de un enterramiento en Vicálvaro (Madrid) para analizar su ADN.
Y es que es inmensa la huella germánica en Castilla, hasta el punto de que se puede hablar del germanismo como “alcaloide de lo castellano”, como eje, como “Irminsul”, alrededor del cual se despliega en todas direcciones aquello que sólo cabe definir con su propio nombre: Castilla.
-La hipótesis del historiador medievalista Claudio Sánchez Albornoz considera el origen de Castilla como una reacción frente al Islam.
Según Claudio Sánchez-Albornoz, España es una “comunidad racial de rancio abolengo romano-germánico”. Y esa afirmación que vale para toda España, vale también para Castilla.
Para Sánchez-Albornoz el antiguo solar de los autrigones (Los autrigones eran una tribu celta prerromana establecida en el norte de la península ibérica) carecía de un nombre identificativo. En el contexto de las incursiones musulmanas en los siglos VIII y IX, motivaron en torno al año 800 la aparición del corónimo Castilla, tanto en las fuentes cristianas como en las crónicas musulmanas, al ser éste el único territorio del reino de Asturias que se encontraba al otro lado de la Cordillera, y que precisaba, al carecer de un accidente geográfico imponente o de una defensa natural como era la Cordillera Cantábrica, necesitaba fortificaciones, igualmente era el territorio más atacado por los musulmanes, motivos que condicionaron la construcción de numerosos castillos o torres.(Claudio Sánchez Albornoz; «El nombre de Castilla», en “Orígenes de la nación española”, II, Instituto de Estudios Asturianos (Oviedo, 1974).
Asturias y Cantabria sirvieron de refugio a millares de germanos que subían no sólo desde los Campi Gothorum (Sánchez Albornoz calculó un primer asentamiento en estas llanuras de unos 60.000 germanos), sino desde todo el desaparecido reino: “… los hispanovisigodos dirigiéndose fugitivos a las montañas sucumben de hambre”, podemos leer en la Continuatio hispana del 754 o también en la Crónica de Alfonso III: “entre los godos que no perecieron por la espada o de hambre, una parte se acogió a Francia, pero la mayoría se refugió en esta patria de los asturianos”.
Las fuentes musulmanas (Al Razi, el Ajbar Ma^ymu’a, Ibn’Idari, etc.) narran los mismos acontecimientos. Los numerosos hidalgos de la zona en la Edad Moderna, sucesores a través de los infanzones, de los filii primatum visigodos; la toponimia, tanto en su aspecto positivo, que prueba inmigraciones colectivas, como en el aspecto negativo, que explica la desaparición de topónimos germánicos en el valle del Duero; la temprana presencia de nombres godos y la pronta aparición en la región de instituciones de estirpe germánica, sólo explicables a través de la inmigración visigoda, son los argumentos clásicos que para Sánchez Albornoz (“Despoblación y repoblación en el valle del Duero”, 1966) avalan la realidad de la migración gótica hacia el norte. Y allí los godos reconstruyen sus estructuras políticas según sus usos tradicionales. Este libro de Sánchez Albornoz es fundamental, y debería ser de lectura obligatoria en el Bachillerato, al igual que “España, un enigma histórico”.
Castilla conoció los señoríos, laicos y eclesiásticos, y León muchas comunidades con instituciones comunales. Basta ojear los trabajos, ya clásicos, de Sánchez Albornoz, entre otros. Sánchez Albornoz sostiene que estos sistemas comunales de trabajo tienen su origen en coactiva de los campos de labor y de aprovechamiento colectivo de la Allmende (Bien comunal o procomún, es el ordenamiento institucional que dicta que la propiedad está atribuida a un conjunto de personas en razón del lugar donde habitan y que tienen un régimen especial de enajenación y explotación), aludiendo a su pervivencia en algunos lugares de Castilla (Comarca de Riaño o Zamora) en el siglo XIX.
-La hipótesis de los historiadores A. Barbero y M. Vigil considera el origen de Castilla como la teoría del antiguo limes.
Estos dos historiadores marxistas, Barbero y Vigil, vieron conveniente la aparición del corónimo Castilla relacionándolo con unas fortificaciones de un presunto limes visigodo, que parece no existió en época visigoda contra las poblaciones del norte que fue reactivado por el Reino de Asturias para paralizar las aceifas venidas desde Al-Andalus. (Barbero, A y Vigil, M.; «La formación del feudalismo en la península ibérica». Ed Crítica, Madrid, 1978).
Desde el mismo momento en el que la ciencia histórica se enfrasca en el estudio de los reinos cristianos altomedievales, la presencia en todos los ámbitos de la vida, de rasgos de origen germánico hizo evidente que no se había producido ninguna cesura importante entre el reino godo y las nuevas estructuras septentrionales. El acuerdo entre los historiadores sobre esta cuestión era general, sólo se discutía sobre cuestiones de detalle. Sin embargo, en la década de los años 70, estos dos historiadores medievalistas, Abilio Barbero y Marcelo Vigil, publicaron una serie de trabajos, entre ellos los más conocidos son los publicados en 1974 y en 1979, sobre el fin del mundo visigodo y los inicios de los primeros núcleos de resistencia cristiana en el norte astur-cántabro. Su tesis indigenista, que gozó de un éxito inmediato, en realidad por razones más bien extra-académicas como subraya García Moreno en la introducción al libro de J.M. Novo Guisán (“Los pueblos vasco-cantábricos y galaicos en la Antigüedad tardía, Alcalá de Henares.1992), sostenía, entre diferentes cuestiones, que astures, y cántabros jamás fueron sometidos por los visigodos y que tras la desaparición como poder dominante en la península de estos últimos, se formarían núcleos de resistencia de tradición indígena al poder islámico. Pues bien, esta tesis indigenista, que gozó de mucho predicamento, está hoy totalmente desechada. Los trabajos de los historiadores Armando Besga Marroquín (“La situación política de los pueblos del norte de España en la época visigoda”, Bilbao,1983, y “Orígenes hispano-godos del reino de Asturias”, Oviedo, 2000) y J.M. Novo Guisán, antes mencionado, han supuesto su carta de defunción. Y confirman la tesis de Sánchez Albornoz: Los godos conquistaron el norte y crearon allí los ducados de Cantabria y Asturias. Del Ducado de Cantabria nos informan, por ejemplo, la Crónica Albeldense o la redacción rotense de la Crónica de Alfonso III. Del Ducado de Asturias las fuentes son más antiguas: el Cosmógrafo de Rávena o San Valerio del Bierzo. Por otra parte, el registro arqueológico testimonia una notable presencia visigoda en la región astur-cántabra durante los siglos de existencia del Reino visigodo de Toledo, que algunos historiadores consideran el primer Estado hispano unificado, y concretamente sitúan el nacimiento de la Nación española durante el III Concilio de Toledo, el 8 de Mayo del año 589, tercero del reinado de Flavio Recaredo, según la Crónica Albeldense (Siglo VIII).
Un precedente de Castilla: los castillos en el Ducado de Cantabria.
La cita de un castellum bilibiensem, nombrado por San Braulio en la Vita Aemiliani escrita en el siglo VII, a propósito de la visita realizada por San Millán a su mentor Félix de Bilibio; sin duda se trataba de este caso, como el de otros, de castillos enriscados que se situaban en las alturas desde donde se controlaban vías de comunicación y lugares o territorios trascendentales estratégicamente en el Ducado de Cantabria.
En las últimas décadas la arqueología ha sacado a la luz muchos de estos castella de época visigoda o de época anterior en Cantabria, La Rioja y la montaña burgalesa pero que fueron reactivados por los monarcas visigodos y que se conservaron en época medieval jugando un importe papel estratégico contra las aceifas musulmanas enviadas desde Córdoba. Entre ellos podemos encontrar de cronología visigoda a Santa María de los Reyes Godos (Trespademe), y Tedeia, en Burgos, o Monte Cildá, en Palencia, o Buradón, en Alava.
Castilla en las fuentes documentales
-Fuentes cristianas o latinas: “Castella – Castellae”
En las fuentes cristianas Castilla aparece nombrada en un diploma datado el 15 de Septiembre del año 800 en que se indicaba la fundación de la iglesia a los Santos Emeretorio y Celedonia en el valle de Mena en la in civitate de Area Patriniani, in terrrotiro Castelle. Posteriormente en los Anales Castellanos Primero, Anales Castellanos Segundos y en los Anales Toledanos Primeros se cita la salida de los foramentanos hacia Castilla, pero estas crónicas son muy posteriores para saber si se trataba que el concepto Castella aludía a la denominación de la época en que se refería a ese movimiento repoblacional o se trataba de una denominación de la época en que fueron compuestas estas crónicas.
-Fuentes árabes o musulmanas: al-Qila
En las fuentes musulmanas aparece con otro nombre y en plural junto al díptico Alaba o al-Qilāˁ, es decir Alava y Los castillos.
Como indican Jesús Lorenzo Jiménez y Ernesto Pastor («Al Andalus ¿en la periferia de Vasconia? Sistema de dominación de bilā de Banbalūna y de Alaba wa-l-Qilāˁ en la octava centuria» en Vasconia en la alta edad media 450-1000 Poderes y comunidades rurales en el Norte Peninsular. Juan Antonio Quirós Castillo. Ed. Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea. 2011).: “Ningún relato árabe, ni temprano ni tardío, menciona Alaba o al-Qilāˁ al narrar las acciones de la conquista islámica. Se ignora los motivos que puedan explicar esta ausencia, aunque sugerimos dos posibles explicaciones; o bien dichos territorios no fueron objetos por parte de los conquistadores o los compiladores de los relatos, o bien en los momentos de la conquista dichos espacios no estaban formalizados y, por lo tanto, resultó invisible para las tropas conquistadoras, pero sí en concepto de unidades políticas o geográficas más grandes como Ῠllῑqiya o al-B.ṧk.ns”. Sobre la posibilidad de que estos espacios hubieran podido ser territorium visigodos formando parte del Ducado de Cantabria y como tal, espacios políticos más pequeños, no fueran percibidos o restado importancia por los primeros musulmanes como para designarlos como tales o nombrarlos. Pero la rapidez de la conquista y sumisión quizás no dio tiempo o no se conservó para los posteriores cronistas árabes tales espacios de haber existido en época de la conquista. La asociación dual de Álava y Los Castillos en las crónicas musulmanas posteriores quizás se deba a esos vínculos en época visigoda hasta principios del siglo VIII dentro del Ducado de Cantabria. Este razonamiento puede explicar este fenómeno o espacio dual, que debe ser tratado a modo especulativo y por tanto conviene ser cautos.
Hoy, la primera reivindicación sería la de la unificación de todas las comunidades castellanas en una sola Castilla.
Como colofón a este artículo, dejo aquí estos dos hermosos himnos de Castilla:
Himno a Castilla, compuesto en 1929 por el poeta burgalés Antonio José (1902-1936):
CANTO DE ESPERANZA – Luis López Álvarez (León 1972):
¡Feliz Día de Castilla!
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