La Humanidad, siempre ignorante de su destino, lleva sobre el mundo tanto tiempo como es inimaginable y sin cesar de afirmar su proverbial protagonismo y trascendencia. Tan lejos de la humildad como de la capacidad para analizar el presente, cada suceso nos parece el definitivo. El covid 19, el informe ONU sobre el cambio climático y la crisis de Afganistán, son los ingredientes más inmediatos para consumirlos como un auténtico cóctel en este final de verano. Nunca como hoy hemos compartido más información ni más inmediatez, tampoco hemos sido capaces hasta ahora de imponer más corrientes de pensamiento que en la actualidad. Es tanto así como que el uso y el abuso de la palabreja “negacionismo” muestra a las claras qué poco estamos dispuestos a tolerar a los no creyentes de esto o aquello. También es cierto que tenemos miedo, miedo a lo desconocido, e intentamos en todo momento resolver las incógnitas del futuro para tenerlo controlado y, si se puede, todo previsto. Pero tenemos mucha más soberbia que sabiduría y, queramos o no, todo está por ver; porque sólo es seguro el pasado.
El Apocalipsis está previsto en la Biblia y en la Ciencia, pero no parece que ocurra este año, quizá tampoco este siglo y puede que no –tampoco- durante este recién llegado milenio. Es la esperanza que tenemos, vivir es la única certeza y durar… ¡Qué más quisiéramos!
Los virus pueden matarnos, a unos cuantos, a muchos y hasta a todos; ha quedado claro. El cambio de clima, la temperatura subiendo y el mar que va y viene son objeto de artículos, asociaciones, informes y corrientes científicas y políticas que navegan en cálculos y previsiones con difíciles puntos de referencia por la ausencia de datos y registros de otros siglos. Y en un orden más habitual –desgraciadamente-, la guerra de oriente sigue siendo una constante, así como sus consecuencias terroristas y, por momentos, devastadoras. Resolver todo ello pasa por no errar el diagnóstico, algo realmente difícil y hasta poco frecuente en nuestra era. Claro que, en la elaboración de los informes de situación y en la producción de medidas que palíen los daños, la paciencia con las corrientes discrepantes o hasta el intento aventajado de pastorear la mayor opinión son empeño extremo y general, que también lleva su tiempo.
Lo que ocurre es casi siempre tan grave que es francamente difícil no caer en la deducción de que puede tratarse del final. Es humano, muy humano, andar profetizando que hasta aquí llegamos. A principios del siglo pasado muchos santones ya avisaron de la inmediatez del final, se equivocaron. Tampoco pareció acertar el calendario maya, sus estudiosos fecharon 2012, pero aquel año se sucedió con otro y no hubo nada. Políticos -o pseudopolíticos- y científicos manejan otros datos, ambos grupos alardean de rigor, los primeros nos fallan mucho, algunos parecen predicadores, no tanto los que se dedican al estudio y la investigación.
Esto pasará, el mundo pasará, porque todo pasa, también los planetas y la vida, los equilibrios se deshacen y los sistemas colapsan. Cuando llegue será.
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