El «BOE» núm. 312, de ayer 29 de diciembre de 2021, página 166289, publicaba el siguiente Real Decreto aprobado por el Consejo de ministros el 28 de diciembre, festividad de los Santos Inocentes:
“Queriendo dar una muestra de Mi Real aprecio a don Pablo Iglesias Turrión, a propuesta del Presidente del Gobierno, y previa deliberación del Consejo de Ministros en su reunión del día 28 de diciembre de 2021,
Vengo en concederle la Gran Cruz de la Real y Distinguida Orden Española de Carlos III.
Dado en Madrid, el 28 de diciembre de 2021”.
Rubricado con la firma de S.M el rey Felipe VI.
La Real Orden de Carlos III es la más alta de las órdenes civiles del Reino de España y es una de las más antiguas de las existentes, dado que fue creada por Carlos III en 1771. La finalidad de estas condecoraciones es “recompensar a los ciudadanos que con sus esfuerzos, iniciativas y trabajos hayan prestado servicios extraordinarios y eminentes a la Nación”, según expone el artículo 1 del actual Reglamento de la Orden, aprobado por Real Decreto de 2002.
No debe ser casualidad que el Real Decreto de concesión de la Gran Cruz de Carlos III a Pablo Iglesias se haya aprobado el día de los Inocentes. Es lógico, pues tiene todo el carácter de una macabra inocentada.
Ingresa en la Orden de la Monarquía española, con su segundo mayor grado -la Gran Cruz-, el destacado líder leninista, el autoproclamado enemigo de la monarquía, deslegitimador de la corona, conspirador irredento para su defenestración y valedor de los que en Cataluña queman la imagen del rey Felipe en las calles o le declaran persona non grata.
El rey Felipe VI le recompensa con su “Real Aprecio”. Reconoce con ello sus beneméritos servicios a la Nación: las ofensas permanentes a su propia familia, la crispación de la vida política nacional, la reapertura del guerracivilismo, la sistemática agresión a todas las instituciones del Estado, las relaciones incestuosas con cuantas dictaduras bolivarianas y comunistas existen por el mundo…
Felipe VI demuestra que no hay humillación u ofensa que no esté dispuesto a engullir. No es que, como buen rey constitucional, sea un rey poste o un cero a la izquierda, que diría Vázquez de Mella; es que ha renunciado incluso a lo que ninguna otra persona estaría dispuesta a renunciar: un mínimo de pundonor y dignidad personal.
No conocemos la reacción de Pablo Iglesias a la concesión del real honor. Podría esperarse que, en un arranque de coherencia política, le pidiera a Su Majestad que se ahorrara la medallita monárquica y se la devolviera con un mensajero. O quizás le coja afición, y decida seguir acumulando méritos para recibir en un tiempo no lejano, oficialmente y no en la murmuración de “los tabernarios”, el marquesado de Galapagar. Eso sí, con grandeza de España, para codearse con los Alba y los Medina Sidonia, que todavía hay clases.
En todo caso, Felipe VI, al conceder la Gran Cruz de la Real Orden de Carlos III al mayor enemigo de la monarquía, se ha sumado y presta su contribución a esta España en la que ya nada significa nada. Antes excelentísimo señor, gobernante, profesor, artista, familia, esposo o esposa, hombre o mujer… eran palabras que tenían un significado. Ahora ya nada significa nada. El gesto del rey rubricando con su firma la decisión del Consejo de ministros de reconocer los servicios a la Nación de Pablo Iglesias, hace que ser distinguido con una Gran Cruz ya no signifique tampoco nada. Todo da igual porque todo es lo mismo.
Las llamadas fuerzas constitucionalistas han pasado por encima del BOE del día 29 de puntillas, y han evitado dar importancia a la noticia. Tampoco los periódicos conservadores se han hecho eco de ella. Han dejado que los que la recibían a través de las redes sociales pensaran que era una inocentada. Como hemos visto en el caso del rey Juan Carlos, para ellos defender la monarquía es incompatible con pedir cuentas al rey por sus actos. Su doctrina es la irresponsabilidad del monarca, aunque su consecuencia acabe siendo que el monarca se convierta en un irresponsable.
El rey Felipe VI ha demostrado hasta donde está dispuesto a rebajarse. Y con ello, le asesta el golpe de gracia a la Corona a la que cree servir.
En política los errores pasan factura, y son los pequeños polvos de hoy los que generan los grandes lodos de mañana.
Y no sólo porque, como dijo Churchill, si se elije el deshonor por evitar la guerra, al final se tendrán el deshonor y la guerra.
Sino porque un rey que no reivindica para su persona lo que reivindicaría para si el más humilde de sus vasallos, es un rey que solo puede acabar mereciendo el desdén de su pueblo.
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