Leo en cierto medio informativo que parece negativo que el Papa Francisco trascienda el ámbito de la Iglesia Católica porque habla para todos, sean católicos o no. Y ciertamente es así. El Papa es un líder mundial.
Nuestro Señor Jesucristo habló para todos y cuando multiplicó los panes no hizo distinción entre los fieles pertenecientes al pueblo judío y los pertenecientes a otros credos o pueblos.
San Pedro, como leemos en el libro de los Hechos de los Apóstoles, también habló para todos, aunque él se dedicó particularmente a los judíos y San Pablo a los griegos.
En todo caso, el mensaje que predicaban era el mismo: “Dios ha constituido Mesías y Señor a Jesús, a quien vosotros crucificasteis, y desde el cielo ha derramado su Espíritu Santo sobre toda carne”
La Iglesia siempre ha sido fiel a su Señor. No se puede decir lo mismo de todos los fieles de la Iglesia. Porque la Iglesia de Dios es santa, pero sus miembros somos pecadores y estamos necesitados de conversión y de renovación, de purificación.
El Papa, Obispo de Roma y Pastor de la Iglesia Universal, se dirige en primer lugar a los fieles de la Iglesia Católica y en general a todos los cristianos. Pero no se detiene ahí.
Como desea que todos conozcan, amen y sigan a Cristo, mantiene encuentros, diálogos, reuniones, oraciones con el mayor número de personas posible. ¿Con qué finalidad?
Con la de predicar, con obras y palabras, el Nombre de Cristo y su Evangelio.
Ciertamente a algunos les resulta algo curioso el Pontificado del Papa Francisco, porque da la impresión de que se entrega más a los no creyentes y a los creyentes no cristianos que a los propios cristianos.
Bueno, al fin y al cabo es bueno que el Papa hable con todos y para todos, pues hablar con alguien no supone compartir la totalidad de sus puntos de vista.
Me refiero a un diálogo sincero, tranquilo, aportando razones y motivos: en algunos puntos coincidiremos y en otros no. Siempre queda lo sembrado o debatido. Después es necesario esperar y rezar.
Y ésto, precisamente ésto, es lo que está haciendo el Papa Francisco desde el primer momento de su Pontificado: tratar de tender puentes, no de construir muros de separación.
Lo que algunos no entienden es que es misión y obligación del Papa conversar con todos y todas, sean creyentes o no, para llevarles hacia Cristo, que es el único Salvador y el único Mediador entre Dios y los hombres.
Al Papa Francisco le interesa que Jesucristo y su Evangelio sean el centro de la vida de las personas y de los pueblos. Por eso nos invita a los cristianos a salir por todas partes a anunciar al Salvador con palabras y obras, sin miedo, con verdadera audacia evangélica.
No debemos olvidar que el Sucesor de Pedro no lo es por voluntad propia, sino por voluntad de Dios, pues el Espíritu Santo se sirve de los cardenales reunidos en cónclave para elegirlo; así ocurrió tras la renuncia de Benedicto XVI y el elegido fue Francisco, a quien los católicos debemos respeto y obediencia.
El Papa no tergiversa la fe de la Iglesia, ni la licúa, ni la hace más atractiva para que sea mayor el número de los que crean en Cristo; pero estoy seguro de que al Papa también le preocupa que el número de los cristianos haya descendido, por ejemplo en nuestra España y en otras latitudes.
No basta con proclamar unos valores humanos comunes a toda la familia humana; además de eso los creyentes nos situamos en el ámbito de lo trascendente, es decir, de Dios, uno en la Trinidad y trino en la Unidad, pues éste es el Dios en el que creemos los cristianos, el Dios vivo y verdadero que es amor y ama todo lo que ha creado y redimido.
Por amor, con amor, desde el amor, el Papa Francisco trata de llevar a cabo el ministerio petrino de la forma más conveniente posible, ayudado por los cardenales, los obispos, los presbíteros y diáconos, los miembros de la Vida Consagrada y los y las seglares; todos en la misma barca y todos remando en la misma dirección para que la Persona de Jesús y su buena noticia lleguen al corazón de todos los pueblos y de cada persona en particular.
En palabras de Cristo: “He venido a traer fuego a la tierra, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo!”
Quisiéramos que ese fuego que no es sino el amor de Dios encendiera bondadosamernte el alma de cada persona y las entrañas del mundo para que del uno al otro confín de la tierra resonase este canto:
“Bendito sea Jesucristo, el Hijo de Dios e Hijo de la Virgen María, nuestro hermano y nuestro Salvador, el único Salvador”
Nos toca orar mucho por el Papa, por todos los miembros de la Iglesia, por el mundo entero, por todos los pueblos, por todas las almas>
José Vicente Martínez, Sacerdote, junio de 2022.
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