Vista la situación social de nuestro mundo y en particular de España, de Europa y de los países latinoamericanos, los creyentes somos conscientes de la necesidad de una urgente evangelización o renovada evangelización de nuestro mundo, empezando por la propia Iglesia, que sólo podrá evangelizar si antes es debidamente evangelizada, sin perseguir perfeccionismos ni elitismos, sino buscando que la palabra y el testimonio de los cristianos adultos en la fe cale en el corazón y en la mente de los demás.
No podemos dar por sentado que todos los miembros de la Iglesia hayan recibido una formación cristiana que les capacite para ser y vivir cristianamente y puedan de este modo ser testigos de Cristo en medio de sus ambientes. Solo una Iglesia convenientemente evangelizada podrá evangelizar a los no practicantes, a los indiferentes, a los pasotas y a los no creyentes.
Es cierto que en muchos está todavía encendida la luz de la fe y del amor cristiano, pero ésto no basta. Es necesario que esa luz brille para disipar las tinieblas del pecado, del error, del mal y del odio. Y así podremos pasar de la oscuridad del egoísmo a la claridad del amor cristiano, que es el amor verdadero.
Nos lo dice el Señor: “que os améis unos a otros como Yo os he amado; nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos; vosotros sois mis amigos si hacéis lo que Yo os mando”
Los verdaderos y auténticos amigos del Señor evangelizan porque contagian la fe, la caridad y la esperanza a los demás, y porque siempre están dispuestos a ensanchar su corazón para creer mejor, para amar más y mejor, para esperar en Dios y sólo en Dios.
Sin embargo, es necesaria una sana pedagogía en la educación o formación en la fe: se empieza siempre con el anuncio de la buena noticia del amor de Dios y de la salvación que Cristo nos obtuvo gratuitamente.
Si este anuncio es acogido, no hay que tener prisa por quemar etapas, sino que hay que dejarlo madurar según el ritmo de cada uno o de cada grupo que lo ha aceptado.
Después, cuando la persona o el grupo ha perseverado y tiene mayor apetito de las cosas divinas, entonces se lleva a cabo celebraciones de la Palabra previamente preparadas con esmero, una vez a la semana, sin dejar de participar los domingos en la celebración de la Eucaristía junto con el resto de cristianos.
Recordemos, tal y como enseña el Vaticano II, que la Eucaristía es la raíz, el centro y el culmen de nuestra fe, pues es el más importante de los sacramentos de la Iglesia. Cada celebración eucarística tiene dos partes:
- 1.- la Liturgia de la Palabra y
- 2.- la Liturgia eucarística.
En la primera parte se proclama y escucha la Palabra de Dios, y el sacerdote (o el diácono) hacen la homilía para tratar de que la Palabra resuene de verdad en el corazón de los presentes.
En la segunda parte, tras la presentación de los dones, tiene lugar la plegaria eucarística, dentro de la cual se da la consagración, es decir, la conversión del pan en el Cuerpo de Cristo y la conversión del vino en su Sangre, que comemos y bebemos tras la recitación de la oración del Padrenuestro y del rito de la paz.
Finalmente el sacerdote da la bendición y envía a los fieles a hacer vida aquello que han celebrado en los sagrados misterios.
Sin escucha y meditación de la Palabra no hay evangelización.
Sin celebración de la Eucaristía no hay verdadera evangelización.
Sin acercarnos con frecuencia al sacramento de la Reconciliación no hay evangelización.
Sin oración personal y comunitaria no puede haber evangelización.
Pues el verdadero agente de la evangelización es el Espíritu Santo; y si no abrimos nuestro corazón a la acción de este Espíritu, ¿cómo vamos a poder evangelizar y dar testimonio de Cristo en medio de nuestro mundo?
Llenos de Espíritu Santo y de celo apostólico estaremos en condiciones para poder vivir, obrar y sentir desde Cristo, con Cristo, en Cristo, por Cristo, para Cristo y en favor de los hermanos, sobre todo de los más pobres, de los más necesitados en el alma o en el cuerpo.
Además de acudir al templo, podemos rezar y meditar la Palabra también en casa, individualmente o en pequeño grupo o en familia; así van naciendo poco a poco comunidades cristianas vivas, cristianos de verdad que no tienen miedo de manifestarse como tales ni en la vida pública ni en la privada.
Eso pretende la evangelización: hacer cristianos que vivan y testimonien su fe a tope y con todas sus consecuencias, digan lo que digan los demás.
Claramente el demonio pone todas las trabas que puede para hacernos caer, para que nos desanimemos, nos descorazonemos, para que arrojemos la toalla y pensemos que lo que estamos haciendo no sirve para nada, ni para bien nuestro ni para el de los demás.
Pues bien, no hemos de prestar oídos al demonio y mucho menos dejarnos llevar por sus tentaciones, por sus seducciones. Con el diablo no se dialoga ni se juega, ni siquiera en plan de broma. Recordemos que es el mentiroso y el padre de la mentira.
Y cuanto más cerca estemos del Señor, el diablo más furioso se pondrá y más nos atacará para que reneguemos de Dios, de Cristo, de la Iglesia, de la vida, para que no tengamos ganas de luchar ni de rezar ni de hacer nada.
Por eso, ya llueva, ya luzca el sol, ya salga el día sombrío o triste o bien alegre y radiante, nunca hemos de dejar los medios o resortes que la Iglesia nos regala para nuestra santificación y la de los demás.
Si nos agarramos fuertemente al Señor, a la Virgen María, a la Palabra, a los Sacramentos, a la oración, a los hermanos, a la sana doctrina de la Iglesia, el maligno no podrá con nosotros, porque si él es fuerte, Dios lo es todavía más, y lo que es imposible para los hombres es posible para Dios, pues Dios lo puede todo. Basta que le amemos y confiemos en Él. “Los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, ésos son hijos de Dios” escribe San Pablo.
Evangelizaremos de verdad si estamos llenos de Espíritu Santo y nos dejamos llevar por sus santas inspiraciones. La obra es de Dios, no nuestra, aunque ciertamente cada uno hemos de hacer la parte que nos corresponde como discípulos-misioneros del Señor Jesús.
España será cristiana si en ella hay cristianos que vivan coherentemente su fe en Cristo Salvador.
José Vte. Martínez.
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