La Monarquía no es la Corona, aunque la Corona sea una institución clave de la Monarquía. Pero no la única. La Monarquía Hispánica es la Monarquía Católica, Social y Representativa que, más allá de la figura del rey, o de la reina, es un completo entramado institucional que da forma al estado y soporte a la sociedad formada por sus cuerpos intermedios, y que se constituye así en Reino.
En la monarquía constitucional o parlamentaria, en cambio, la monarquía se identifica y se agota en la Corona, en la figura del rey o de la reina. Figura esencialmente simbólica, en la que el monarca, privado de poder real, empieza por no hacer honor a la etimología de su propio nombre: poder de uno. Es más, condenado a no poder sustentar opinión propia, el rey parlamentario se ve desprovisto de las prerrogativas que ningún ciudadano aceptaría perder: el derecho a actuar conforme a sus propias ideas y a expresar sus propios pensamientos, es decir, a ser considerado responsable de sus actos.
La monarquía británica es una monarquía parlamentaria, pero está dotada de particularidades que la diferencian de otras monarquías constitucionales. Entre ellas, la de no ser, en sentido estricto, una monarquía constitucional. Al no existir en el Reino Unido una Constitución al uso, la legitimidad de la monarquía británica no procede propiamente del parlamento o, en último término, de un sufragio electoral, sino de la historia y la tradición.
Esta circunstancia dota a los soberanos ingleses de unos atributos que van más allá del carácter meramente protocolario al que nominalmente está reducida su misión. La recién fallecida Isabel II ha sido un elocuente ejemplo de ello. A pesar de no haber podido pronunciarse nunca sobre cuestión alguna de carácter político, conforme a las imposiciones higiénicas de la monarquía parlamentaria, ha ejercido -como escribe este 9 de septiembre Ignacio Camacho en ABC- un liderazgo intangible edificado sobre el prestigio de una herencia de siglos, asentado sobre una estructura de fondo, blindada contra contingencias y cambios, establecida sobre la memoria del pasado como referencia simbólica de la continuidad de una nación.
Ese es el valor esencial de la Corona, encarnación humana, personal, de la unidad y estabilidad del Reino.
El mismo periodista recoge una anécdota que tiene, en el caso de Isabel II y de todos los verdaderos reyes, carácter de categoría: “Una vez, allá por 2007, la soberana plantó a la fotógrafa americana Annie Leibovitz por sugerirle que posara “informalmente” con el manto y el cetro. Los blandió con orgullo y le preguntó a la artista con un rictus de desprecio: “¿Usted qué se cree que es esto?”.
Una anécdota que vale más que un tratado de Derecho Político.
Concluye el editorial de ABC de esa misma fecha: “El de Isabel II es el adiós de todo un símbolo con una innegable dimensión histórica de dignidad, aplomo y representatividad para todas las monarquías del mundo…encarnada en toda una seña de identidad patriótica, orgullo y tradición”.
Con ello, Isabel II supo trasformar su legitimidad histórica en legitimidad de ejercicio.
Pensando en todas estas cuestiones me viene a la cabeza la figura de Carlos VII, el monarca que debió subir al Trono de España y que encarnó, al menos para una parte de su pueblo, la legitimidad monárquica no durante siete décadas, pero sí durante 40 años. Como Isabel II de Inglaterra, se sintió rey por la Gracia de Dios, por una legitimidad que no viene de la pasajera y volátil opinión de una generación, sino del sufragio de los siglos.
Reyes que sabían lo que significaban el cetro y la corona, que no representaban ni un disfraz ni el uniforme de una profesión.
Reyes que no se sintieron en la necesidad de pedir perdón por serlo, y que, por no hacerlo, fueron queridos y seguidos por sus pueblos, cuya historia, glorias y tradición supieron encarnar.
Otras comparaciones las omito, porque el inteligente lector sabrá imaginar a qué me refiero.
COMPARTE:
EMBÁRCATE EN LA LUCHA CONTRARREVOLUCIONARIA: Si quieres defender la cristiandad y la hispanidad, envíanos tus artículos comentando la actualidad de tu país hispano, o colaboraciones sobre la fe católica y la cultura, así como reseñas de libros, artículos de opinión… Ya superamos las 12.000.000 de páginas vistas anualmente en todo el mundo, únete a nuestro equipo de voluntarios y difunde la verdad compartiendo en redes sociales, o remitiendo tus colaboraciones a redaccion@tradicionviva.es . Puedes seguirnos en Telegram: t.me/tradicionviva / Facebook: @editorial.tradicionalista / Twitter: @Tradicion_Viva / Youtube: youtube.com/c/tradicionvivaTv / Suscríbete a nuestro boletín digital gratuito, pulsa aquí.
TE NECESITAMOS: Somos un espacio de análisis lejos de los dogmas de la corrección política; puedes colaborar haciendo una DONACIÓN (pulsando aquí)