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Historia

Dos mujeres: las dos Españas

Duelo a garrotazos (Francisco de Goya)

Muchos son los que creen que la división comenzó con el Pronunciamiento del 18 de Julio del 1936, pero la polarización política en España venía de mucho más atrás, incluso antes de la dictadura de Miguel Primo de Rivera. De hecho, no fue algo que llegara de la noche a la mañana. Ya Quevedo denunciaba los riesgos del aislamiento introduciendo el concepto de “soledad” en la adaptación de una sentencia de Séneca:

 .. y es más fácil, oh España, en muchos modos /

 que lo que a todos les quitaste sola /

te puedan a ti sola quitar todos».

Efectivamente, aprovechándose de esa soledad, los adversarios empezaron a quitarle a España sus posesiones, y, en consecuencia, el Imperio español no sólo flaqueó en sus fundamentos ideales o morales sino también en su fuerza material. De modo que desde comienzos del siglo XVIII, la unidad espiritual de los españoles, que en los dos anteriores siglos se manifestaba al exterior firme, impecable, con débiles escisiones tan sólo en puntos accidentales, deja ahora ver sus quiebras profundas, poniendo en pugna dos ideologías frecuentemente exaltadas al extremo. Los puntos de divergencia son muy variados según los tiempos, pero en el fondo se lucha siempre por motivos religiosos.

Desde la figura egregia de Quevedo es imposible traer aquí, ni aun muy resumidamente la polémica de las dos Españas de fines del siglo XIX y comienzos del XX. Es una riada de nombres ilustres todos, que, en mayor o menor grado se duelen de ello: Cadalso, Larra, Balmes, Donoso, Valera, Costa, Ganivet, Unamuno, Menéndez Pelayo, etc. sin embargo, si existen dos Españas es porque desde que las dos Españas nacieron ha habido muy pocos políticos lo suficientemente integradores como para acabar con ello. Lo prueba la consideración de político integrador que se otorga a Manuel Azaña quien se desempeñó como tal con un notable resentimiento hacia el catolicismo y las clases sociales conservadoras. Quizá el político más unificador que ha tenido España, haya sido José Canalejas; pero a José Canalejas se lo llevó por delante una de las principales fuerzas disociadoras de la Historia Contemporánea de España, la masonería, sirviéndose del anarquista Manuel Pardiñas.

Si a las dos fracciones las denominamos España A y España B, podemos decir que la España A tiene como principal defecto el vivir convencida de que sus postulados son los que deben ser respetados porque pertenecen a la esencia de lo español, como dirá décadas después José Antonio Primo de Rivera, aunque, pasado aquel momento, la España A si los defiende, siempre lo hace tímidamente. El principal defecto de la España B es que, al contrario de la España A, ni sabe ni quiere refrenarse en la defensa violenta de sus ideas, considerándolas siempre mejores que las de los demás.

A este respecto, una anécdota[1] que refleja la fina captación que de la realidad española tenía el Papa Pío XI: En su discurso en el Vaticano en 1923, el Rey Alfonso XIII anuncia al Papa que la España de hoy continua siendo la España de Felipe II, aquella que guerreaba a nombre de la Iglesia: “Si en defensa de la fe perseguida, nuevo Urbano II, levantárais una nueva Cruzada contra los enemigos de nuestra sacrosanta religión, España y su Rey jamás desertaríamos del puesto de honor y los anales de mi pueblo todo…”

Pero en su respuesta, Pío XI, precisamente el Papa que consagró el mundo al Sagrado Corazón, no cree oportuno ni leal negar así el problema de las dos Españas, y hace una paternal amonestación recordando que en el grande y nobilísimo pueblo español “hay también hijos nuestros infelices, aun cuando siempre amadísimos, que se niegan a acercarse al Corazón divino; decidles que no les excluimos por eso de nuestras oraciones ni bendiciones sino que, al contrario, van hacia ellos nuestro pensamiento y nuestro amor“. El Papa ni acepta a España como pueblo predilecto de la Providencia, ni contesta palabra alguna de agradecimiento por aquella oferta de Cruzada, en cambio encarga que se tenga presente a la España disconforme.

Manuel Azaña, malhadado Presidente de la II República Española

Manuel Azaña, malhadado Presidente de la II República Española

Es decir, ve claramente, la ruptura en dos de España. Y esa zanja que se abre cada vez más, encuentra un nuevo arquitecto en Francisco Largo Caballero. Largo, el Lenin español, al socavar, aún más, la unidad dice: “de aquel lado, ellos; de éste, nosotros”. Manuel Azaña, compra esa fórmula cuando se pronuncia a favor de que el bienestar de los suyos es mucho más importante que la seguridad jurídica. Este es el significado que muchos dan a su famosa frase de “todas las iglesias de España ardiendo no valen lo que la vida de un republicano”; expresión que, en sí, viene a decir que la vida de un no republicano no vale nada. Con este aval y su visceral radicalismo que les hacía olvidar el mínimo respeto al ser humano “del otro lado”, trataron de cubrir la zanja, cunetas, pozos y aún pantanos, con cadáveres de connacionales a los que habían asesinado  por no participar de sus ideas o en el caso más peligroso, (porque era lo que más les exacerbaba), practicar la religión o ser miembro de la Iglesia, de las que, por cierto, dejaron poquísimas en pie, aunque fueran monumentos legalmente reconocidos.

En este ambiente, el corte, la separación o zanja, traspasó todas las áreas, llegando a la familiar. Un ejemplo, de entre los muchos y dolorosos casos que sucedieron en toda España, se produjo en el seno de los descendientes de Antonio Maura. Sus nietas Constancia y Marichu de la Mora Maura constituyen, en sus vidas enfrentadas, las dos caras de la guerra civil española al seguir cada una movimientos contrapuestos, pero siempre dramáticos en su divergencia. Ambas son la expresión viva de los dos bandos en combate en aquel escenario de confrontación en un  momento histórico marcado por la anormalidad, en el que la ideología se expresa con pistolas y se defiende en las trincheras.

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Constancia (la España B) nació en enero de 1906 en una acomodada familia de la alta burguesía emparentada con la aristocracia, por lo que vivió sus primeros años en el seno de la alta sociedad madrileña. Su madre, Constancia Maura Gamazo, era hija de Antonio Maura, Duque de Maura, que fue cinco veces Presidente del Consejo de Ministros durante la monarquía de Alfonso XIII, y su tío fue el político y Ministro de la II República, Miguel Maura. Elegante y políglota, educada en los mejores colegios, su estancia en un internado de Cambridge al final de su adolescencia, le abrió los ojos como mujer a los valores de la independencia y le dotó de un toque cosmopolita que le sirvió a su vuelta para comprender el atraso de las clases rurales en general y de los campesinos de su padre en particular.

Constancia de la Mora Maura

Constancia de la Mora Maura

Era visceral e impulsiva, con un fondo de sentimentalidad que le hacía más sensible ante la injusticia, pero también la llevaba a realizar actos alocados como  su temprano matrimonio con un señorito malagueño, Manuel Bolín Bidwell[2], con el que tuvo a su única hija, Luli. De él se divorcia en 1931, estrenando, como quien dice, la ley de divorcio republicana. Vuelve a casarse con Ignacio Hidalgo de Cisneros[3], un alavés, aviador militar, de prosapia y porte tan aristocráticos como corto de patrimonio y republicano de corazón. Durante el gobierno de Largo Caballero, el ministro de Marina, Indalecio Prieto, (a pesar de haberse enrarecido su amistad por la afiliación de Hidalgo, junto a su mujer, al partido comunista en el otoño de 1936), le nombró jefe del Estado Mayor y comandante de las Fuerzas Aéreas de la República Española, cargo que mantuvo durante toda la guerra. La llegada de la paz los separa. Él, que se encontraba en la “posición Yuste”[4], sale del aeródromo de Monóvar junto con Negrín, Álvarez del Vayo y los más destacados dirigentes del PCE[5]. A Connie, como era conocida desde su época de estudiante en Inglaterra, el final de la guerra le pilla en Nueva York.

Es cierto que el motor del cambio en su vida fue la insatisfacción que le produjo el fracaso de su primer matrimonio, pero una vez que se acercó a la República y a la burguesía progresista a través de Zenobia Camprubí (esposa de Juan Ramón Jiménez), Margarita Nelken, etc., es decir, “la izquierda exquisita”, un abanico amplio que iba desde los socialistas hasta los comunistas de procedencia burguesa, cambió totalmente la visión de su mundo.

Se adhirió al  proyecto comunista con toda la fe de los conversos y la fuerza que proporciona la necesidad de supervivencia. En circunstancias políticas normales, tal vez hubiera discutido o puesto reparos a las consignas soviéticas, y a sus métodos (la calumnia, las checas y el asesinato) pero durante la Guerra Civil Constancia no se planteó en ningún momento discrepar de la dirección comunista. Su propio trabajo, como responsable de la Oficina de Prensa extranjera tuvo que saber cuánto ocurría de verdad y lo pasó por alto. Su afán era difundir la bondad de la causa republicana, apoyar a los periodistas acreditados y controlar censurando lo que enviaban a sus medios, con el claro objetivo de derrotar a los seguidores de Franco.

En Nueva York, adonde había sido enviada por el Gobierno de Negrín como propagandista, aprovechando las buenas relaciones que había entablado con escritores y periodistas norteamericanos que habían precisado de sus servicios en España. Allí fue recibida y apoyada en el cumplimiento de su misión por el lobby pro-republicano, formado por las diversas asociaciones de ayuda y el grupo de escritores, periodistas y notables diversos: Jay Allen, en primer lugar, Hemingway, Paul Elliot, etc., que tenían como cabeza honorífica a Eleanor Roosevelt, la primera dama, a la que fue presentada a las pocas semanas de llegar, iniciando así una amistad que duró dos años. Vivió primero en casa de uno de estos notables, Martha Dodd, una izquierdista colaboradora de los servicios secretos soviéticos. Con ellas vivieron también una temporada Tina Modotti, la señora de Vidali, e Irene Falcón, la secretaria de la Pasionaria. Luego se trasladó a casa de Jay Allen, para poner en marcha la idea que éste había tenido y que se materializaría en In place of splendor, al ser publicado  en noviembre de 1939.

Puede leer:  El club Bildeberg versus España

A este libro, su autobiografía, que narra la metamorfosis de una joven de la alta burguesía en una española de izquierdas, debe su proyección internacional. Se cree que lo pudo haber escrito Jay Allen, si bien una escritora experimentada debió darle la forma final al libro haciéndolo atractivo, con objeto de influir en la opinión de los lectores norteamericanos a favor de la causa de los republicanos españoles exiliados. Ella pudo ser Ruth McKenney, en cuya casa también se alojó Connie.

Llama la atención la corrección política del libro, tanto por ofrecer la versión ortodoxa negrinista como por ocultar la condición de militante de Constancia, que se presenta como una republicana pura. In place of splendor tuvo mucho éxito, gracias a la cobertura que le dio el lobby pro-republicano. Connie, a punto de convertirse en una celebridad, se fue a México con su marido Hidalgo de Cisneros. Allí leyó las primeras críticas adversas por la ocultación de dos temas importantes: su pertenencia al comunismo y, lo que es peor, su complicidad en los diversos casos de desaparecidos ilustres: José Robles, Andreu Nin, etcétera y de los cuales evitó  hacer mención alguna.

En 1941 se separó de su segundo marido y en 1946 se reencontró con su hija a la que había enviado a la URSS casi diez años antes. Falleció en 1950 en un accidente de carretera cerca de Panajachel, Guatemala. Tenía 44 años. Hidalgo de Cisneros se enteró de su muerte en Varsovia donde residía.

Marichu (la España A),  la más joven y guapa de las hermanas, que era más terrenal y templada de temperamento, se mantuvo dentro de los límites de su clase. Se casa en marzo de 1929 con Tomás Chavarri y Ligués, nieto del marqués de Alhama, un joven de buena posición que  carecía de trabajo cuando se casó, pero que después hizo bastante fortuna con las finanzas. El matrimonio tuvo varios hijos, pero a pesar de ello nunca llegó a ser lo que ella había soñado, por lo que, aunque nunca se separaron legalmente, el distanciamiento entre ambos era evidente después de nacer el último hijo.

Marichu de la Mora Maura

Marichu de la Mora Maura

Estando así las cosas, un buen día se afilia a Falange algo que, según  Constancia, llegó a preocupar a su madre: “Y con la tendencia que tenía mi madre a dejar volar su fantasía, atribuía el entusiasmo de mi hermana y mis primas por la política, a que todas estaban, más o menos, “platónicamente” enamoradas de José Antonio Primo de Rivera, el agraciado y joven jefe de la Falange”.

Amiga personal de José Antonio Primo de Rivera y de su hermana Pilar, Marichu formó parte del núcleo inicial de Falange contribuyendo durante la guerra civil a organizar la Sección Femenina en la zona nacional. Pilar Primo de Rivera la nombra secretaria de la Sección Femenina por lo que, como tal, leyó los estatutos en el primer Consejo de 1937 que tuvo lugar en Salamanca. Poco tiempo después, cuando Franco firmaba el Decreto de Unificación, Pilar y Marichu se encontraban visitando las provincias de Galicia y León, Al año siguiente, con motivo de celebrarse el segundo Consejo, pasa a ser delegada nacional de Prensa y Propaganda por haberse incorporado ya, a la zona nacional, Dora Maqueda. Este mismo año aparece el primer número de la revista Y dirigida por Marichu de la Mora hasta su último número en enero de 1946. En ella colaborarían escritores y poetas falangista como Eugenio d’Ors,  Eugenio Montes, Dionisio Ridruejo etc.

De Ridruejo musa, amor, pasión, obsesión, Marichu de la Mora, a quien Dionisio llamaba Áurea,  fue detonante de muchas de sus revoluciones interiores. Seducido y seductor, la historia de amor entre Áurea y Ridruejo es una de las más bellas y literarias. En este caso, además, fue el aliento poético de Ridruejo durante varios años. Baste recordar Aparición en la terraza, poema en el que Ridruejo narra el impacto que le produjo el primer encuentro con Marichu en la casa segoviana de su anfitriona. La dama juega a medias, no da esperanzas al atractivo joven que, en cambio, sí ha dejado huella en Pilar Primo de Rivera. En cualquier caso, Dionisio, decepcionado por sus pocas esperanzas en resolver sus amores más allá de lo puramente platónico y porque sus ideales políticos tampoco se veían satisfechos, en su afán de combatir el comunismo y no tanto por defender a Alemania, se alista en la División Azul.

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Marichu  continúa con su activismo social que le llevaba a  desempeñar sus  cargos dentro de la Sección Femenina y a estar presente en otras esferas: por ejemplo, formaba parte de la Comisión ejecutiva de una Academia cultural fundada por Eugenio D’Ors que buscaba promover el arte contemporáneo entre lo más selecto de la sociedad madrileña.

Con los años, Marichu, como los  falangistas de mayor sensibilidad o más fieles a las ideas del Fundador, mantuvieron un cierto poso liberal. Gracias a su capacidad de supervivencia  y a su empatía contribuyó a humanizar la posguerra. Falangista convencida pero “amplia” de talante, como se decía en la época, fue flexible, primero con su propia vida y luego con la de los demás. Ya en los primeros años cuarenta avaló a alguno de sus amigos que sin haber sido rojos (como Edgar Neville y su compañera Conchita Montes o la marquesa de Yebes), sí habían mostrado lealtades inicialmente republicanas.

Pilar Primo de Rivera --en el centro, falda clara-- junto a un grupo de mujeres de la Sección Femenina.

Pilar Primo de Rivera –en el centro, falda clara– junto a un grupo de mujeres de la Sección Femenina.

Después Marichu, va alejándose de lo que fueron los puntos de arranque de su trayectoria personal. Cuando hubo explorado aquellas oportunidades, se marchó para hacer carrera fuera. El periodismo le abrió horizontes y su propio talante, abierto, facilitaba a posteriori la comprensión de las ideas. Participó en la fundación y en la dirección de revistas como la mencionada Y, o Para la Mujer, de la desaparecida Sección Femenina, o La Moda en España. Fue la primera presidenta del Círculo de Escritores de Moda,  subdirectora de La Actualidad Española y colaboradora del diario Madrid  y de Semana, siendo director de la misma el académico Manuel Halcón.

Decana de la prensa de la moda en España, actividad a la que dedicó toda su vida profesional, promovió brillantemente, en la Ibiza de los años 70, la moda adlib[6] junto con la princesa serbia Smilja Mihailovich, quien, al respecto, acuñó la famosa frase de “viste como quieras, pero con estilo”, que se convirtió en santo y seña de la marca.

La personalidad de Marichu que, en sí misma, encierra elementos muy atractivos, no constituía un prototipo de mujer muy extendido, empezando porque, además de proceder por nacimiento de la oligarquía conservadora con cierta pátina liberal, no se puede soslayar que su evolución es muy representativa dentro de las clases ilustradas  del franquismo: una mujer vinculada con el Régimen que seguía frecuentando a Serrano Súñer y que a la vez almorzaba con gente joven y bohemia o con cineastas y actores de la movida, amigos de su hijo Jaime Chávarri, el director de cine.

Espejos de las Españas reales y posibles, las vidas de Constancia y de Marichu fascinan por sí mismas y por lo que representan: a través de ellas se puede recorrer la historia de España del siglo XX. Buscar un equilibrio entre ambas hermanas es difícil; el desequilibrio es permanente: eran muy distintas entre sí y mientras una murió joven, a los 44 años, otra superó los noventa; la trayectoria de Constancia, más estudiada, ha concitado las consabidas adhesiones de culto en la izquierda, mientras que la derecha la consideraba ajena, a pesar de su origen. Marichu, más atractiva desde el punto de vista humano y con un vuelo político más plano que apenas planteaba controversia, fue arrinconada por la derecha y por la izquierda absolutamente ninguneada. A pesar de todo, aún hoy, siguen siendo modelos de las dos Españas, aquellas que, malignamente,  reavivó el malhadado Zapatero con la Ley de Memoria Histórica.


[1] Discurso del Académico de Número Antonio Díaz Cañabate: “Las dos Españas” pág 226

[2] Hermano del famoso Luis Antonio Bolín, abogado, periodista y sindicalista español, Jefe del Sindicato Nacional de Hostelería y Similares,  procurador en Cortes y cooperador en el traslado de Franco desde Canarias a Tetuán a bordo del “De Havilland Dragon Rapide” en las primeras horas de la sublevación militar en Marruecos.

[3] El 15 de diciembre de 1930 participó, junto con otros aviadores y militares republicanos, como Queipo de Llano, en la intentona republicana encabezada por Ramón Franco, hermano del general Francisco Franco, que tomó el aeródromo de Cuatro Vientos y pretendía bombardear el Palacio Real, residencia de Alfonso XIII. El ataque contra el palacio no llegó a realizarse y la sublevación, ante la falta de apoyos, fue fácilmente sofocada. Tras el fracaso de la sublevación, Hidalgo de Cisneros huyó en avión a Portugal y desde allí pasaría a París.

[4] Nombre en clave que se le dio al lugar donde se estableció el Gobierno de la República Española del 25 de febrero al 6 de marzo de 1939. Estaba situado cerca de Petrel (Alicante).

[5] Los del PCE tenían su cuartel general cerca de Elche.

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[6] La moda Adlib proviene de la expresión latina “Ad Libitum” que significa “con libertad” y que ensalza el espíritu libre y desenfadado que ha caracterizado el estilo de los habitantes de la isla. Se define por el color blanco de los tejidos frescos de algodón que, trabajados artesanalmente, se ornamentan con bordados y encajes. Tuvo gran éxito en todo el mundo porque encarnaba la libertad a través de diseños nuevos, frescos, cómodos y originales.

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Licenciada en Geografía e Historia, fue profesora hasta su jubilación.

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