¿Y si emprendemos un plan de “alfabetización para la honradez”?
Decía un tal Aristóteles hace aproximadamente 2.500 años (y muchos son los que han oído de él, pero no lo han leído, incluyendo a los principales candidatos a presidir el Gobierno de España que salga de las Elecciones Generales del domingo, 20 de diciembre) que una de las características consustanciales a los seres humanos es que somos “animales políticos”, desde el punto de vista, claro, de que somos inevitablemente, para bien y para mal, sociables, que estamos necesitados de vivir en grupo, para ser “humanos” y salir de la animalidad.
Aristóteles nos dice que el ser humano no puede vivir sin su faceta ciudadana (de ciudad, polis) sin ser miembro de la “polis”, no puede llevar una vida autárquica, autosuficiente; e incluso va más allá, y afirma que la ciudad es un cuerpo o todo social, del cual el individuo es tan sólo una de las partes, entendiendo la ciudad, la polis como comunidad, en el sentido más amplio de la expresión.
En consecuencia, todas las personas necesitan de la ciudad para su supervivencia. Pero no se trata sólo de una necesidad material, económica o militar, sino que se trata incluso de una necesidad moral.
El hombre se realiza dentro de la sociedad, elemento indispensable, piensa Aristóteles, para alcanzar la felicidad. El ser humano se desarrolla en compañía de los demás: no llegaría a ser nada sin la ciudad. Aristóteles afirma la sociabilidad natural del ser humano: alguien que viva al margen de los demás, llegará a decir Aristóteles, no puede ser más que una bestia o un Dios. Hay que destacar la diferencia entre el “gregarismo” (vivir en grupo) y esta sociabilidad natural de la que habla Aristóteles: el ciudadano vive por y para la ciudad, participa en los foros públicos, en la toma de decisiones común, acude a la asamblea. Este tipo de actividades son las que caracterizan al ser humano y lo separa de los animales, que pueden vivir en grupo sin “participar” del mismo. Necesitamos de los demás, y también necesitamos participar de y en las diferentes instituciones y actividades en las que la ciudad aparece representada, o en las que se va a decidir la evolución de la ciudad.
Pero, Aristóteles también hace especial hincapié en que la Política y la Ética tienen que tener una relación íntima. Si según el filósofo estagirita la finalidad, lo que da sentido a la vida del ser humano es la felicidad, entendida como “buena vida”, y ésta solo se puede conseguir llevando una vida civilizada, en compañía de otros seres humanos; todo ello dependerá de que en la comunidad haya un “buen gobierno”, ¿Acaso los humanos pueden ser felices en una ciudad mal gobernada? ¿Puede una ciudad corrupta formar seres humanos virtuosos, capaces después de alcanzar la felicidad?
Llegados este punto surge la necesidad de hablar de qué formas de gobierno son los “buenos” y cuáles son los que hay que evitar. ¿Cuál es la mejor forma de gobierno? La política de Aristóteles trata de ser pragmática y realista, y se aleja de cualquier clase de simplificación. El carácter empírico y práctico impide dar un mismo modelo para todos los seres humanos. Aristóteles parece decantarse por una aristocracia de las clases medias, gobernada por los mejores, siendo éste otro de los puntos en los que se conecta la ética y la política: si la virtud, en la ética, tiende al medio, es razonable pensar que el gobierno intermedio sea el mejor.
¿Qué gobierno es entonces calificable de “el más virtuoso”? Podemos afirmar que Aristóteles se refiere a aquel Gobierno que tiene la costumbre, el hábito de “acertar” en sus decisiones y acciones. Aquel Gobierno que decide y hace siempre lo bueno, y que es capaz de hacerlo de un modo habitual: Es, por tanto, la virtud (referida tanto al común de los mortales como al Gobierno) un modo de ser y actuar selectivo, siendo un término medio, determinado por la razón y por aquello por lo que decidiría cualquier ser humano.
Bien, volvamos al siglo XXI, a España, a las Elecciones Generales del 20 de diciembre de 2015. Pensemos por un momento que en las Elecciones del 20 de diciembre se elegirá un nuevo presidente/administrador de la comunidad de propietarios, pues al fin y al cabo ¿Qué es si no, una Nación sino una enorme comunidad de propietarios?
Cuando se elige a un nuevo presidente/administrador, es de suponer que ha de presentar un proyecto de gobierno, así como un presupuesto de gastos e ingresos, para el mantenimiento de los elementos comunes, de los bienes y servicios que los comuneros comparten de forma “mancomunada” valga la redundancia.
Partiendo de que en cualquier comunidad de vecinos, es la junta de propietarios la que aprueba el presupuesto de gastos, y acuerda la cuota mensual para cubrir los gastos esenciales, y exclusivamente los necesarios, y si acaso en las comunidades que son previsoras suelen apartar una cierta cantidad para mantener un fondo común por si se presenta un imprevisto que, ocasione un gasto extraordinario, y así poder evitar verse en la necesidad de aprobar una “derrama”; y si al presidente/administrador se le ocurriera desviar alguna parte del dinero común a algún asunto no consentido previamente por la junta de propietarios, y de forma arbitraria y caprichosa produjera algún desfalco, o malversación, se le podrían exigir responsabilidades y llevársele ante los tribunales, y un largo etc. ¿Por qué no se pueden seguir las mismas pautas, los mismo criterios con los políticos que integran los Gobiernos de España?
¿Permitirían ustedes un “mal gobierno” en su comunidad de propietarios, volverían ustedes a elegir a un administrador manirroto, despilfarrador, que hubiera malversado sus dineros? ¿Permitirían ustedes que la comunidad de propietarios en lugar de tener una sola oficina de compras, para contratar bienes y servicios, que es lo sensato, lo razonable, hubiera 17, pongo por caso?
¿Permitirían ustedes que el presidente/administrador favoreciera a determinados vecinos, en detrimento, en perjuicio de la otra parte de la comunidad? ¿Permitirían ustedes que el presidente/administrador contratara exclusivamente, para la prestación de servicios y el mantenimiento de las instalaciones y el equipamiento de la comunidad a “empresarios amigos”, sin darles a ustedes la oportunidad de ver otros presupuestos de otros empresarios e industriales?
¿Permitirían ustedes que el presidente/administrador pudiera destinar algún elemento común a fines que no estuvieran previstos en el título constitutivo de la propiedad sin la total unanimidad de los comuneros? ¿Permitirían ustedes que el presidente/administrador cambie de manera caprichosa y arbitraria los estatutos de la comunidad o el reglamento de régimen interno?
¿Permitirían ustedes atropellos de tal calibre?
Me responderán ustedes que no, y… si nada de ello es tolerable en una comunidad de vecinos ¿Por qué es tolerable en una comunidad más amplia como es la Nación Española?
En España, como decía Joaquín Costa hace un siglo en “Oligarquía y caciquismo como la forma actual de gobierno en España: urgencia y modo de cambiarla” que España es una meritocracia a la inversa, en la cual solo se elige a los peores, y se margina y condena al ostracismo a los más sabios y mejor preparados (así ocurre en la “demagogia” de la que nos hablaba también Aristóteles hace 2.500 años) en la España del siglo XXI gobierna una casta parasitaria integrada por lo más malvado, por lo peor de la sociedad, que evita por todos los medios a su alcance que en los puestos de decisión, de responsabilidad esté presente la excelencia…Para que un Estado corrupto, depredador, liberticida pueda sobrevivir necesita de la colaboración más o menos entusiasta de cómplices, colaboradores, para poder aplastar, humillar, sojuzgar a todo aquel que no se someta a sus dictados.
Permítanme antes de terminar que les recuerde que en España el Gobierno, los Gobiernos, y posiblemente el que salga de las urnas este 20 de diciembre, si la sociedad civil no lo evita, en lugar de ser un protector de los derechos de las personas, se está convirtiendo en su más peligroso violador; en lugar de defender la libertad, está estableciendo la esclavitud; en lugar de proteger a los ciudadanos de aquellos que inician el uso de cualquier clase de violencia, es él quien lo hace, y aplica la coerción de cualquier manera y en cualquier cuestión que se le antoje; en lugar de servir como un instrumento de imparcialidad en las relaciones humanas, suscita inseguridad, incertidumbre y miedo mediante leyes no objetivas cuya interpretación está supeditada a la decisión arbitraria de burócratas circunstanciales; en lugar de proteger a los ciudadanos de los daños que puedan experimentar debido a conductas caprichosas, el Gobierno es quien se arroga el poder de hacer valer sus caprichos sin límites, de manera que nos estamos acercando rápidamente a la etapa de la inversión final: el estadio donde el gobierno se halla en libertad de hacer lo que le plazca, mientras que los ciudadanos sólo pueden actuar si el Gobierno les da permiso…
En fin, no lo olviden ustedes pues su voto SÍ decide.