“La democracia” no existe. Existen muchos tipos de democracia, que dependen de la Constitución y de las leyes electorales, de los partidos políticos y de los votantes.
Por eso, si las leyes electorales son equivocadas, porque impiden que la gente sea realmente representada en el parlamento, o porque crean situaciones de ingobernabilidad, estamos ante malas democracias.
Como también son malas las democracias con partidos políticos corruptos, o con parlamentarios llenos de rencor o defensores intereses particulares, o con grupos de poder que buscan el bien de unos y el daño de otros, o que promueven programas a favor del racismo, del aborto o del despido salvaje.
También hay malas democracias cuando los votantes son superficiales, cuando piensan principalmente en castigar “a los otros” y en defender “a los nuestros”, cuando olvidan el bien común para perseguir solo los propios intereses, cuando no piensan en lo que pasará después de las elecciones.
Si existen malas democracias, también pueden existir buenas democracias. En ellas se busca la justicia, se antepone el bien general al bien de los grupos o clases, se trabaja por la armonía y la paz, se exige la honestidad y el respeto a las leyes que tutelan los derechos fundamentales para todos.
En un mundo fragmentado, donde la gente tiene dificultades serias en comprender lo que pasa, donde los políticos quedan encerrados en la partidocracia y olvidan los fines que justifican la existencia de los Estados, hace falta denunciar y corregir todo aquello que provoca malas democracias.
Sobre todo, es urgente promover democracias sanas y justas: democracias que se basen en el respeto a todos y a cada uno de los seres humanos que viven en una misma frontera y bajo las mismas leyes, que promuevan la existencia de políticos honestos, y que cuenten con votantes maduros y reflexivos.