El mundo está lleno de mitos. Mitos antiguos, llenos de divinidades que truenan y lanzan rayos. Mitos modernos, como la fe en la bondad del hombre y el sueño de un progreso indefinido.
Entre los mitos modernos encontramos el mito de la “comunidad científica”. ¿En qué consiste? En que existe un grupo de personas que son clasificadas como científicos, que hablan de temas varios, y que descalifican a quienes no entran en el club de los elegidos.
¿De verdad existe ese mito? No cuenta con mucha propaganda, pero trabaja y se mueve en distintos niveles.
El primer nivel es divulgativo. Revistas, medios de comunicación, profesores universitarios o de enseñanza media, recogen, repiten, amplifican afirmaciones como aceptadas por la comunidad científica y, por lo tanto, como verdaderas.
En ese mismo nivel, todo aquello que no sea estudiado por la comunidad científica, así como aquello que haya sido declarado como falso o superado por esa misma comunidad, no tiene espacio. Queda, simplemente, fuera del horizonte.
El segundo nivel es el más complejo. Para entrar a formar parte de la “comunidad científica” hay que mostrar competencias que la comunidad científica evalúa. Si esa comunidad científica tiene cerrazón mental, prejuicios filosóficos o de otro tipo, cuando juzgue a quien ha descubierto algo nuevo, o a quien razone con perspectivas abiertas a modelos filosóficos competitivos, hará todo lo posible para que ese científico no pueda publicar sus estudios en revistas de alto nivel.
Ciertamente, hoy casi cualquier ser humano puede publicar sus ideas en miles de lugares y páginas de Internet. Pero resultará prácticamente imposible que un trabajo que vaya contra el “sistema” pueda ser publicado en una revista de tipo “peer review” si la comunidad científica se lo impide.
Cuando actúa de esta manera, la comunidad científica cierra puertas, impide abrir horizontes a lo nuevo, lo diferente, lo novedoso, lo que vaya contra las ideas dominantes. Se limita a excluir y controlar lo que no acepta. Así, quienes deberían garantizar el progreso en el saber, se convierten en una élite que impide ulteriores progresos…
Romper el mito de la comunidad científica no es fácil, porque ella se cierra y se defiende con niveles de eficacia insospechados, incluso con métodos que muchos calificarían (con poco conocimiento histórico, hay que añadir) como inquisitoriales…
Pero los mitos, tarde o temprano, sucumben. Porque en el ser humano hay un deseo irresistible por ver mejor y por alcanzar verdades más completas. Y porque tarde o temprano habrá “controladores” de la comunidad científica que renunciarán a sus sueños de poder y abrirán grietas para que pensadores serios y creativos puedan divulgar sus descubrimientos.
Mientras tanto, el mito conserva un poder deslumbrante, aunque no eterno. Las mentiras y los abusos no pueden durar siglos. Cayó el Muro de Berlín, y caerá un día el mito de la comunidad científica. Entonces se superarán prejuicios dañinos, y habrá más oportunidades para que muchos investigadores abran al mundo nuevos horizontes en la búsqueda de la verdad.