Cobardes son, y traidores, ciertos críticos que esperan para impugnar,
a que mueran los infelices autores, porque vivos respondieran.
Tomás de Iriarte (Tenerife, 1750-1791).
Resultaría risible, si no fuera trágico por lo que tiene de reivindicación del enfrentamiento de la guerra civil, que todos estos recién llegados a la política española, sedientos de odio y venganza, imitadores del que se decía Lenin español, o del ex presidente Rodríguez Zapatero que tampoco le iba a la zaga, se dediquen, pagados por todos los madrileños a quitar calles, honores y títulos a respetables personajes a los cuales estos individuos no les llegan a la suela del zapato. Se apoyan para ello en la malhadada Ley de Memoria Histórica que, al parecer, les permite cometer todo tipo de tropelías.
A Vázquez de Mella le quitaron su plaza para dársela a un concejal gay recientemente fallecido. Se pueden comparar los méritos. Vázquez de Mella fue el renovador del carlismo maltrecho desde el fracaso de 1876. En él encontraron el soporte intelectual que recogiera, ordenara y sistematizara el disperso ideario carlista para condensarlo en un cuerpo doctrinal traducido en programa político; fue, en síntesis, quien dio carácter «científico» al carlismo. Su tradicionalismo es elevado a un exponente máximo bajo la influencia del pensamiento de Balmes, Donoso Cortés y otros pensadores, y de manera esencial, por la doctrina social de León XIII. Se alejó del carlismo para fundar el Partido Católico Tradicionalista desde el que propugnaba los grandes ideales que impregnaron toda su vida: tradición, catolicismo, patria y monarquía .Y esta debe ser la causa de su “deshonor”, y no “sus ideales franquistas”, puesto que murió tres años antes de proclamarse la II República.
Alfonso Paso, Santiago Bernabéu son parte integrante de la lista de personajes a “depurar” y Muñoz Seca, al que consideran insuficiente haberle asesinado en Paracuellos del Jarama. Y decía que resulta risible porque esta mísera venganza la llevan a cabo 50 u 80 años después, según los casos. Bastante les importa a estos señores que les quiten medallas y honores, ellos, que están ya por encima de todo esto. Sin embargo, los del desgobierno de Madrid los utilizan con la intención de soliviantar a los no afines a su ideología.
Entre las personalidades que figuran en la lista negra de la Comisión para la Memoria Histórica[1] aparece monseñor, obispo de Madrid durante cuarenta años (1923-1963) siendo el suyo el pontificado más largo que ha tenido un obispo español contemporáneo, durante el cual impulsó numerosas obras sociales y en reconocimiento recibió la medalla de oro de la ciudad. Desde allí fue testigo privilegiado de los convulsos años de la dictadura de Primo de Rivera, la II República, la Guerra Civil, y la consolidación del régimen del general Franco en el poder.
Acostumbrados como están a manipular la historia, quieren hacer ver que el obispo Eijo consiguió sus méritos por afinidad personal y de paisanaje con el general al que no perdonan les ganara la guerra. No es cierto. Hijo de una humilde criada que tuvo que abandonar con su hijo de cinco años su Vigo familiar para encontrar trabajo en Sevilla (¿dónde queda la defensa socialista de los pobres, plebeyos, proletarios…?) A los nueve entra en el seminario de Sevilla y qué dotes no verían en él, que a los quince le conceden una beca gratuita “dada su excepcional aplicación y a pesar de no ser de la Diócesis” para completar su formación espiritual en el Colegio Español de San José en Roma. Allí entabló amistad (por sus méritos), con el cardenal español, hoy venerable, Rafael Merry del Val, que hasta octubre de 1914 había ejercido como todopoderoso Secretario de Estado de quien luego fue santo, el Papa Pío X.
Según escribió Rodríguez Marín, nadie ha podido emplear mejor los nueve años de permanencia en Roma, porque aparte de recibir las sagradas órdenes hasta la del presbiterado en la Academia romana de Santo Tomás de Aquino, obtuvo «Nemine Discrepante» el grado de Doctor en la Facultad de Filosofía y en la Pontificia Universidad Gregoriana ganó el de Doctor en Teología con calificación extraordinaria así como el de Doctor en Derecho Canónico con la nota de «Superávit Optime«. Aprendió hebreo, se perfeccionó en el latín y el griego y se asimiló en lenguas modernas: inglés, francés, italiano, etc. Ganó también el premio propuesto por el Vicario General de las Escuelas Pías en el Centenario Nacional celebrado en España en honor de San José de Calasanz. Un año más tarde, obtuvo en la Academia romana de Santo Tomás, un premio extraordinario «Ad Exemplum» único en sus anales. No mucho después entraba en el seno de la Academia, ocupando uno de los diez sillones destinados a extranjeros y que, anteriormente, había sido ocupado por Fray Ceferino González y por el filósofo Martí y Laxa. Estos méritos conseguidos alrededor de 1898 nada tuvieron que ver con Franco ni con ninguna idea política.
De regreso a España, el doctor Eijo Garay ejerció en Sevilla el profesorado de hebreo. En 1904 y por oposición fue nombrado Magistral de Jaén y en 1907 también por oposición, canónigo lectoral de Santiago de Compostela. El 8 de noviembre de 1914, a los 36 años, fue consagrado obispo de Tuy en la Catedral de Compostela y dos años más tarde pasó a ocupar la Diócesis de Vitoria, hasta su nombramiento de obispo en Madrid en 1922. Destaca su impulso a los sindicatos católicos, labor a la que se consideraba motivado por el Papa Pío XI.
Autor de numerosos escritos y pastorales, era hombre de una cultura vastísima. Se pueden citar como modelos de lenguaje y erudición sus dos cartas pastorales publicadas con motivo del L aniversario de la proclamación del Patronazgo de San José sobre la Iglesia Católica, y su discurso de ingreso en la Academia de la Lengua en 1927, sobre La Oratoria Sagrada en España, que le llevó a ocupar el asiento «U mayúscula» hasta su muerte. Ingresó el mismo año que dos ilustres personalidades, Antonio Machado y Ruiz y Amalio Gimeno y Cabañas. También fue miembro correspondiente de la Real Academia Galega.
Ingresó en 1935, después de Besteiro, en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas que había sido fundada en 1857 para estudiar problemas de índole social, prevenir extremismos y encajar las doctrinas hacia soluciones ecuánimes y justas. Su discurso inaugural, el 9 de junio de 1935, versó sobre “La persona jurídica. Su concepto filosófico y derechos fundamentales que debe respetar en ella el Estado”. Conforme a la tradición, Eijo ingresaba en una institución cultural dedicada a la política. Pero el momento político se caracterizaba precisamente por romper con muchas tradiciones, así que considera necesario explicar por qué “vive un Obispo consagrado a la Moral y a la Política”: El ministerio pastoral cultiva la moral práctica, mientras que la política “sólo en teoría la cultiva, sin mezclarse para nada en sus prácticas”. Tras considerar la “cátedra episcopal” como atalaya que permite ver con “una visión de la política más independiente”, dijo que el “afán de cambio y de mejoramiento, al que suele llamarse espíritu de progreso”, impulsa “hacia lo desconocido, que lo mismo puede sernos bueno que malo”. Por su carácter impulsivo, este afán puede pasar de un extremo a otro, y así se habría pasado del individualismo de la revolución francesa y del Código de Napoleón al socialismo, “doctrina aniquiladora de los derechos naturales del individuo”, que “sembró el mundo de conflictos pavorosos”. Citando a Marx, expone cómo el capitalismo destruyó los gremios, pero rechaza el igualitarismo y concluye que tal error debe corregirse volviendo a ellos. Concluía Eijo en una llamada a reflexionar sobre la solidaridad del bien de la comunidad con el bien particular: “el bien individual se ordena al bien común, pero éste no se logra más que en el bien de los individuos.
El propio presidente de la República, Niceto Alcalá Zamora, le impuso la medalla de académico, lo que no es de extrañar, pues su gran valía intelectual y humana hizo que su amistad fuera apreciada también por Azaña y por el filósofo y catedrático de ética, Manuel García Morente, antes de su conversión, cuando todavía estaba influido por las ideas volterianas anticlericales de su padre.
Con la quema de conventos de mayo de 1931 observó que la mayoría de los católicos había perdido la confianza en la República que parte de ellos pudo tener en el momento de llegar el nuevo régimen. Los días 10 y 11 de mayo de 1931 tuvieron lugar los primeros incendios de edificios eclesiásticos (en Madrid, once). Eijo optó por sacrificar la libertad en aras del orden, y suspendió la procesión del Corpus. En vez de lamentarse o protestar, el obispo encabezó con 4.000 pesetas una suscripción a beneficio de los sacerdotes seculares damnificados en los incendios del 11 de mayo. Comisionado por los demás prelados de la archidiócesis, Eijo se entrevistó a primera hora de la tarde del 17 de junio con Alcalá Zamora, para expresarle su condolencia y a la vez su protesta más sentida y respetuosa por la forma en que se efectuó la detención y expulsión de España del cardenal primado, doctor Segura.
En la relación[2] de la visita ad limina al Papa Pío XI del año 1927 dijo que la secta Masónica prácticamente había desaparecido de Madrid antes de 1923, puesto que en una ciudad tan grande solo había una logia, pero que después de establecida la dictadura, aumentó la secta, maquinando contra el gobierno, de modo que en el año 1927 había ya varias. Llegado el régimen republicano, la Francmasonería se fortaleció de tal modo que solo en Madrid se contaban más de 20 logias. “Los principales políticos son masones, y la secta influye tanto que todos tienen por cierto que la persecución religiosa que padecemos se ha pergeñado en las logias y las logias se la han impuesto al gobierno. Para enfrentarse a este mal, los periódicos católicos combaten continuamente a las sectas. Pero esta es su hora y la del poder de las tinieblas. Si los obispos escribieran contra ellas abierta y públicamente, sin duda todo iría a peor y se agudizaría la persecución contra la Iglesia”.
Y, desde el punto de vista moral, la rebelión —de la que considera protagonistas a los carlistas junto al Ejército—, aunque ilegal, le pareció un acto de legítima defensa. Aceptó el rumor de que la Revolución tenía fecha prevista: “La rebelión, pues, era para España un derecho, si quería salvarse y salvar su patrimonio histórico, su honor y su vida civilizada. Derecho que constituía un deber. […] Pues bien, en España el comunismo no podía ya ser vencido, después de su ilegal asalto al poder, si no es con la razón de las armas, puesto que había reducido fieramente a silencio forzoso las armas de la razón, y había secuestrado los derechos de la más elemental libertad. Usurpado el poder, y ejercido con cruel y sangrienta tiranía, cegaba el marxismo todas las vías legales; sólo un pueblo de esclavos podía renunciar a las vías justas y legítimas para derrocar al tirano. Cuando la sustancia de la legalidad es la injusticia, no le queda a la conciencia y a la acción más recurso que buscar la justicia en la legítima ilegalidad. Tanto los individuos como la sociedad tienen derecho a su legítima defensa, que es sagrada porque es ley de naturaleza”
Este es el tema. Ni entonces ni ahora reconocen que aquellos que ellos atacan tienen también su derecho de defensa. No lo reconocen. Solo vale lo que ellos imponen.
La situación cambió radicalmente en julio de 1936. Con el estallido de la guerra, la revolución y la persecución adquirieron tintes sangrientos; y la cruzada en defensa de la religión —hasta entonces de carácter espiritual— se materializará también en la solidaridad con los militares sublevados. Eijo, sin embargo, no será de los que abusen de esa palabra. No obstante, temiendo sus amigos por su vida, el sacerdote y catedrático de Derecho canónico, Eloy Montero Gutiérrez, le llevó el aviso, al parecer de parte del general Villegas, de que saliera rápidamente de Madrid, lo que hizo el mismo 18 de julio.
«Parece que la culpa del obispo fue no entregarse a los verdugos«, ha proclamado el concejal del PP Pedro Corral en el Pleno del Ayuntamiento de Madrid, gobernado por la izquierda populista de Ahora Madrid con ayuda del PSOE. Seguramente hubieran querido incorporarle a las filas de obispos asesinados. He aquí sus nombres, sus sedes y la fecha del martirio:
Eustaquio Nieto Martín, obispo de Sigüenza, 26 de julio de 1936
Salvio Huix Miralpeix, obispo de Lérida, 5 de agosto
Cruz Laplana Laguna, obispo de Cuenca, 7 de agosto
Florentino Asensio Barroso, obispo de Barbastro, 9 de agosto
Miguel Serra Sucarats, obispo de Segorbe, 9 de agosto
Manuel Basulto Jiménez, obispo de Jaén, 11 de agosto
Manuel Borrás Ferré, obispo auxiliar de Tarragona, 12 de agosto
Narciso Esténaga, obispo de Ciudad Real, 22 de agosto
Diego Ventaja Milán, obispo de Almería, 30 de agosto
Manuel Medina Olmos, obispo de Guadix, 30 de agosto
Manuel Irurita, obispo de Barcelona, 3 de diciembre
Juan de Dios Ponce y Pozo, obispo de Orihuela, 30 de noviembre
Anselmo Polanco, obispo de Teruel, 7 de febrero de 1939
Trece obispos asesinados sin juicio alguno y la mayoría de ellos vejados, maltratados y algunos quemados para entorpecer su identificación. Al finalizar la persecución, el número de mártires ascendía a casi diez mil, entre obispos, sacerdotes diocesanos y seminaristas, religiosos, religiosas y laicos de ambos sexos, por el delito de ser católicos y no renegar de ello.
Las izquierdas han introducido en la mente del común el mantra de que la barbarie se desencadenó con la sublevación de unos generales. No fue así. Salvador de Madariaga, diplomático, escritor, ministro, etc., activo militante en contra del comunismo soviético, así como opositor del gobierno del general Franco reconocía[3]: “Con la rebelión de 1934, la izquierda española perdió hasta la sombra de autoridad moral para condenar la rebelión de 1936”.
Sin embargo, todo comenzó desde el mismo principio del nuevo régimen: la República se instauró sin resistencia alguna por parte de la Iglesia y sin embargo, a un mes de proclamada, ardieron el convento de Jesuitas (con sus magníficos laboratorios y biblioteca con cientos de incunables) y su iglesia; la iglesia de Santa Teresa, el colegio de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, el convento de las Mercedarias de San Fernando, la iglesia parroquial de Bellas Vistas, el colegio de María Auxiliadora. Y por la tarde ardió el Instituto Católico de Artes e Industrias. Todo esto con la total pasividad del Gobierno, porque de otra forma hubiera tomado medidas para evitarlo. Auténticas obras de arte y documentos fueron quemados y destruidos. Tallas, imágenes e iglesias de incalculable valor desaparecieron. También las tumbas de los conventos fueron abiertas, exhumando los cuerpos de los religiosos. Hasta 20.000 iglesias fueron destruidas. Muchas de ellas lo fueron antes de la Guerra. Se conservan numerosas fotos de milicianos profanando iglesias, quemándolas y posando con los ornamentos litúrgicos o directamente con los cuerpos de sacerdotes y religiosas que habían exhumado. Una imagen muy característica es la de la imagen del Sagrado Corazón de Getafe, siendo fusilado por los milicianos antes de que fuera volado. Y no sólo en Madrid. En Sevilla, Cádiz, Málaga, Valencia, Murcia, Alicante, y en muchos pueblos se incendiaron iglesias y conventos. Particularmente grave fue el caso de Málaga donde ardieron 22 conventos e iglesias. El general republicano Juan García Gómez-Caminero, gobernador militar de Málaga, tuvo la desfachatez de enviar al Ministerio de la Gobernación un telegrama en el que decía:
“Ha comenzado el incendio de iglesias. Mañana continuará”[4]
El Liberal, propiedad del socialista Indalecio Prieto, pregonaba: “La ley de Congregaciones Religiosas es la obra maestra de la República, y habrá que ir pronto al cierre de todos los colegios de religiosos” y pese a las modificaciones que logró introducir Azaña, fue un ataque abierto contra la misma Iglesia, y tuvo muy pronto consecuencias graves por el progresivo deterioro de las correctas relaciones hasta entonces existentes entre la Iglesia y el Estado[5] . El Episcopado español en la Declaración colectiva de los Metropolitanos españoles del 25 de mayo de 1933, expresó claramente el juicio que le merecía la ley advirtiendo el peligro que se cernía. Al día siguiente de su promulgación, el Papa Pio XI publicaba su Carta Encíclica Dilectissima Nobis dirigida a los Obispos, sacerdotes y pueblo español en la que claramente denunciaba: “más que a incomprensión de la fe católica y de sus benéficas instituciones, al odio que contra el Señor y contra su Cristo fomentan sectas subversivas de todo orden religioso y social, como por desgracia vemos que sucede en Méjico y en Rusia”….. Frente a una ley tan lesiva de los derechos y libertades eclesiásticas, derechos que debemos defender y conservar en toda su integridad, creemos ser deber preciso de Nuestro Apostólico Ministerio reprobarla y condenarla”.
Se trataba de extinguir la vida de la Iglesia y de las Congregaciones religiosas Sobre todo porque los legisladores de la Segunda República, perseguidores a muerte de la Iglesia con leyes, no defendieron los bienes de la Iglesia y las vidas de sus ministros, cuando estaban todavía en el Gobierno. Todos los atentados contra sacerdotes y templos quedaron impunes. Ahora se refugian en que eran “incontrolados”, pero eran incontrolados que actuaban en toda la España bajo su gobierno, prueba evidente de que tales desmanes no eran ajenos a la voluntad de la clase dirigente.
Lo niegan. Ellos tan aficionados a exigir que se pida perdón hasta por haber descubierto América, no solo nunca lo han pedido, sino que ahora empiezan a negar los hechos. Estas declaraciones las hicieron Con motivo de la última beatificación, que tanto les soliviantó, de 522 mártires en Tarragona, Cayo Lara criticó duramente el acto. Más allá fue Gaspar Llamazares, que calificaba la ceremonia como un «monumento a la hipocresía». Sobre todo llamaba la atención una afirmación del diputado de IU: «Nunca hubo un programa de exterminio de religiosos». La historia refleja infinidad de frases alentando la violencia contra la Iglesia:
“Queremos la Muerte de la Iglesia (…) para ello educamos los hombres y así les quitamos la conciencia (…) No combatimos a los frailes para ensalzar a los curas. Nada de medias tintas. Queremos que desaparezcan los unos y los otros”. Y el 2 de agosto, en declaraciones al diario La Vanguardia, Nin declaró: ”La clase obrera ha resuelto el problema de la Iglesia sencillamente, no dejando en pie ni una siquiera. “Solamente en la Casa de Campo se encontraban de 70 a 80 cadáveres cada mañana. Un día, el gobierno hubo de confesar que había 100 muertos” [6], Y por último, Francisco Antón[7] decía: “Nos hemos preocupado un poco en limpiar la retaguardia. Es difícil asegurar que en Madrid está liquidada la Quinta Columna, pero lo que sí es cierto es que allí se le han dado los golpes más fuertes (¡Muy bien! Grandes aplausos…) Y esto -hay que proclamarlo muy alto- se debe a la preocupación del Partido y al trabajo abnegado, constante, de dos camaradas nuevos, pero tan queridos por nosotros como si fueran viejos militantes de nuestro Partido, el camarada Carrillo, cuando fue consejero de Orden Público, y el camarada Cazorla, que lo es ahora (Grandes aplausos)”.
Terminada la guerra, España esta devastada. Monseñor acentuó su labor social. Consiguió primero los solares y después empezó a recaudar dinero a través de una tómbola diocesana. La primera fue en la Navidad de 1952 con el lema: “Un hogar para cada familia”. Personalidades de la época promocionaron la rifa de muchos de los artículos soñados de la época: “vespas”, frigoríficos, lavadoras, radios, y “seiscientos”. Don Leopoldo entregó las llaves de las primeras 64 viviendas en 1954 en la Colonia de la Paz en el barrio de Pacífico. En 1956 se construyeron 600 viviendas en la zona del paseo de Extremadura, formando la colonia Patriarca Eijo Garay, donde está la plaza que lleva su nombre. En años sucesivos se edificaron 200 viviendas en Carabanchel Bajo, 100 en Vallecas, 125 en el zona de la carretera de Extremadura, 100 en López de Hoyos, 1.000 en Usera. Cuando murió don Leopoldo en 1963 el patronato había construido 3.189 por todo Madrid. Pocos hombres han hecho tanto por Madrid, no sólo por su labor pastoral, sino, inseparable de esta, por su labor social. Cambiar el nombre de la Plaza Eijo y Garay no es sólo injusto para con su memoria. Lo es para con todos los madrileños que secundaron la iniciativa de su obispo para esta ingente promoción de viviendas.
Comparen con la “sociabilidad” de los comisionados que solo piensan en subirse las dietas.
[1] Por cierto, llama la atención la silente presencia en la comisión del sacerdote Santos Urías, (al parecer, enviado por SE Carlos Osoro ) quien no ha dedicado defensa alguna al Patriarca.
[2] S. Mata:” De la colaboración a la redención por el fuego..” pg 145.
[3] Salvador de Madariaga: “España” pg 362-63
[4] J. ARRARÁS, Historia de la segunda república española, Madrid 1969, I, p. 116).
[5] V. CÁRCEL ORTÍ, Mártires españoles del siglo XX, p. 59)
[6] Clara Campoamor:” La revolution espagnole vue par une republicainne” (1937).
[7] Amante y protegido de Dolores Ibarruri, la Pasionaria. Ocupó el cargo de Comisario del Partido Comunista de España. Tras la guerra huyó a Francia, donde fue hecho prisionero en 1940. En Pleno del Comité central del PCE en Marzo de 1937 – CASAS Vega, Rafael; “El terror, Madrid 1936”, Fénix, Madridejos (Toledo), 1994, pp. 238-239.