Uno de los más graves errores antiutópicos de nuestro tiempo es el hodiernismo, enfermedad epidémica por la que se da culto al hoy (hodie) que estamos viviendo. La ideas filosóficas sobre el progreso, como evolución necesaria -Lessing, Herder, Hegel, Marx, Darwin, Teilhard de Chardin, etc.- han agudizado en forma apenas conocida antes en la historia la convicción de que «cualquier tiempo pasado fue peor».
Partiendo de esa convicción, el progreso sólo es posible en la medida en que se suelta el lastre oscurantista de la tradición. Y el hodiernista hará como norma suprema de su vida el «estar al día». Lo bueno para él es «lo actual». Y lo malo, en justa correspondencia, será «lo pasado», que por el mero hecho de serlo debe ser considerado como «ya superado». Jacques Maritain describe bien a quienes están afectados de «cronolatría», y asegura que para éstos, quedar atrasado en algo es simplemente la perdición: «être dépassé, c’est le schéol» (Le Paysan 26).
El hodiernista, en innumerables asuntos, se siente en conciencia obligado por su época: «hoy no es posible»…, «actualmente los tiempos exigen»… Encarcelado en el presente, se sujeta dócilmente a un cúmulo de prescripciones positivas o negativas.
El hodiernista fiel a su credo se ve piadosamente escandalizado por los males del tiempo actual, que no pueden menos de llenarle de perplejidad: «¡que en pleno siglo XXI suceda tal cosa!»… Y es que el hodiernista de la estricta observancia, pase lo que pase -su fe es inquebrantable por las realidades contrarias más patentes-, está convencido de que vive «en la plenitud de los tiempos».
De don Emilio Castelar es esta conmovedora pieza oratoria en la que glorifica el gran Siglo XIX: «si el siglo XIV las literaturas modernas, el siglo XV el renacimiento. Si el siglo XV el renacimiento, el siglo XVI la reforma. Si el siglo XVI la reforma, el siglo XVII la filosofía. Si el siglo XVII la filosofía, el siglo XVIII la revolución. Si el siglo XVIII la revolución, este gran siglo, el mayor de todos los siglos, trae como el resumen de todo este gran movimiento».
Encerrado en la cárcel dorada de su presente triunfal, el hodiernista se ve preso de sus coordenadas espacio-temporales y privado irremediablemente de todo lo más alto y excelente que la humanidad ha producido a lo largo de los siglos. Los más mediocres maestros o artistas hoy levantados por la moda le alejan de los grandes genios del pasado en literatura y música, filosofía y teología. Pobre hombre.
En el fondo, la suerte del hodiernista es desesperada. ¿Qué es lo actual, el marxismo o el capitalismo, el racionalismo o el pensamiento débil, la disciplina vigorizante o las actitudes permisivas, el aborto o las actitudes pro-vida?… En el siglo XIII la vanguardia del pensamiento filosófico era Aristóteles, del siglo IV antes de Cristo. En España, ciertos intelectuales progresistas de hace no tanto eran admiradores de Krause (+1832); pero hoy Krause resulta mucho más pasado que Aristóteles…
¿Qué es, pues, lo actual, lo más actual?… Los Apotegmas de los Padres del desierto es una colección monástica de fines del siglo V. Pues bien, actualmente, sólo en España, se han hecho de esta obra cuatro ediciones distintas en cuatro años (Sígueme 1986, DDB 1988, Apostolado Mariano 1990, Las Huelgas 1990). Y es muy probable que dentro de veinte años sea más fácil encontrar esos escritos que las obras de Karl Rahner, Leonardo Boff o Anthony de Melo, autores rabiosamente actuales en su día, y que quizá en unos años más se encuentren únicamente en establecimientos de libros usados.
Por otra parte, ignora el hodiernista que los grandes errores del pasado fueron en su día lo actual. Y no tiene tampoco en cuenta que, inexorablemente, el actual presente muy pronto va a transformarse en abominable pasado.
Es una vocación trágica la del hodiernista. ¡Qué cantidad de cambios ha de hacer a lo largo de su vida para mantenerse siempre «al día»! ¡Qué movedizos son sus ídolos, y cómo se ve obligado a incensar ahora a la derecha, mañana a la izquierda, ayer hacia arriba, y así anda siempre! Es humillante.
Gustave Le Bon, en su célebre obra Psychologie des foules hace notar, por ejemplo, la continua variación de las ideas políticas. Concretamente, en la generación francesa que vivió entre 1790 y 1820 se batieron quizá todas las marcas: «Las masas primero son monárquicas, luego se hacen revolucionarias, después imperialistas, después otra vez monárquicas»…
Por lo demás, el hodiernismo carece de bases científicas, filosóficas o históricas. Hasta antropólogos y etnólogos se muestran reticentes a la hora de calificar a pueblos y culturas de primitivos. Tampoco la teoría del arte acepta el hodiernismo:
Jorge Guillén: «sólo en la perspectiva del progreso parecen primitivas figuras pertenecientes a épocas de gran madurez. Ya es un lugar común que el arte no sigue ninguna línea de progreso. La poesía de hoy -The Waste Land- no representa un adelanto respecto a la del siglo XIII: el Roman de la Rose». También Picasso estaba convencido de eso, y así declaraba en una revista italiana: «para mí, en arte, no hay pasado ni futuro» («Epoca» 24-X-1971).
Menos aún puede la filosofía aceptar la ingenua tesis del hodiernismo. Así lo afirma Roger Verneaux: «El estudio de la historia no permite sostener la tesis del progreso necesario […] ¿Por qué el porvenir de la humanidad no es objeto de ciencia? Precisamente porque la contingencia y la libertad sólo permiten conjeturas y probabilidades, cuyo contrario siempre es posible. Y si el porvenir es imprevisible, el pasado no puede ser racionalizado sino gracias a un juego del espíritu, que consiste en declarar lógicamente necesarios los acontecimientos que de hecho se han producido».
¿Y el cristianismo? ¿Da el Evangelio alguna base al hodiernismo? Tampoco. Para la Iglesia la edad de oro o se sitúa en los comienzos apostólicos, Pentecostés, o al final de la historia, Parusía. Entre medio, en el tiempo de la Iglesia, la vida del pueblo cristiano va mejor o va peor, pero no hay lugar alguno para el hodiernismo.
El hodiernismo incapacita radicalmente para la utopía. Por eso, el cristiano utópico ha de ser perfectamente libre del hodiernismo actual, ya que es una de las más graves amenazas contra la «libertad propia de los hijos de Dios» (Rm 8,21). Debe permitirse no sólamente actuar, cuando así convenga, en modos diversos a los exigidos por la ortopraxis vigente, sino incluso pensar y hablar en formas que escandalizarán e indignarán al hodiernista ortodoxo. No ha de tener prejuicios frente al pasado o el presente, por ser tales, ni favorables ni adversos, sino que ha de estar abierto a la verdad de cualquier tiempo, ya que «todo el que se ha hecho discípulo del Reino de los Cielos es semejante al dueño de casa que saca de sus arcas lo nuevo y lo viejo» (Mt 13,52).
JOSÉ MARÍA IRABURU | pamplona