En el socialismo moderno, El Estado (que es, como para el liberalismo, la única estructura de la sociedad) traspasa la función en cierto modo pasiva de guardián del derecho para convertirse en factor activo de organización y provisión de servicios. Pero el socialismo continúa concibiendo a la sociedad como algo extrínseco al hombre mismo (un hábitat teóricamente perfecto) que el Estado, como suministrador y asegurador universal, ha de construir mediante la recíproca adaptación de ese medio social al hombre (teórico) y del hombre (concreto) al medio organizado.
Aunque diferentes, la sociedad liberal y la sociedad socialista o totalitaria tienen en común ese carácter extrínseco respeto del hombre concreto. La una es orden de convivencia, salvaguardia del derecho. La otra es instrumento provisor de servicios y seguridades, incluso un habitáculo técnico que se forja mediante la organización y la adaptación dirigida. Pero el hombre mismo –cada hombre- no intercambia su ser ni se proyecta en ninguna de ellas.
Frente a tales concepciones de fondo racionalista, la auténtica reivindicación humana se expresaría en un impulso, que, según sus diversos aspectos, podríamos llamar corporativismo, institucionalismo o comunitarismo histórico. El orden social no se cifraría para él en crear o mantener un poder racional y neutro que vele sólo por la libertad de los individuos o que les provea de medios y seguridades. Sino que, al contrario, consistiría en recuperar mediante el compromiso y la domesticación el universo existencial de grupos y de instituciones que conferían sentido histórico, cordial, a la vida colectiva de los hombres, y la defendían a la vez de las supercreaciones del Estado racionalista planificador. Así pudo escribir en uno de sus últimos libros: la verdadera liberación del hombre se ha apoyado siempre en las realidades más concretas: la familia, la profesión, el municipio, que transparentan en sus límites el ser, el corazón vivo de las cosas y de los hombres”. Tal es el fin, la idea de Saint Exupéry que concibe a la Ciudad como el navío o la mansión de los hombres, “comunidad de lazos, de recuerdos, de esperanzas, donde cada paso y cada tiempo tiene sus sentido”.
Compromiso, domesticación [approivoisement] y corporativismo histórico vienen a ser así los correlatos ideológicos de los que en el siglo racional fueron el individualismo, la actitud estética y el liberalismo.
Rafael GAMBRA | Madrid (1920 – 2004) – Fragmento deEl silencio de Dios. Criterio Libros. Madrid, 1998, pág. 47 a 49.