A 81 años del comienzo de la Segunda Guerra Mundial pretender que el estallido de la guerra fue una responsabilidad unilateral de Alemania es una mentira absoluta. Merece la pena recordarlo.
El conflicto comienza oficialmente el 3 de septiembre de 1939, cuando Inglaterra y Francia le declaran la guerra a Alemania debido a intereses económicos y sociales de los aliados, aunque estos declararon la “invasión de Polonia” dos días antes, el 1 de septiembre de 1939. Como única causa. Si bien la Unión Soviética también ocupó Polonia dos semanas después, pero la declaración de guerra se dirigió exclusivamente contra Alemania, parece que la ocupación de Polonia por parte de los soviéticos no violaba la integridad territorial de Polonia a los ojos de los aliados.
Lo que no se suele decir es que la provincia alemana de Prusia oriental se hallaba artificialmente incomunicada del resto de Alemania por el llamado corredor polaco: una franja de terreno con salida al Mar Báltico anexionada a Polonia en 1919 mediante el Tratado de Versalles. Este territorio, con sus cuatro millones y medio de alemanes, estaba formado por las muy germánicas comarcas de Posen, Prusia oriental y la ciudad libre de Danzig (hoy Gdansk) que había sido fundada, desarrollada y habitada por Alemania desde hacía siglos. A consecuencia de ello, era frecuente que ocurrieran fricciones en esa zona entre alemanes y polacos. La situación se había vuelto delicada ya desde que el día 10 de abril de 1923, el entonces presidente del Consejo de Ministros polaco, el General Wladyslaw Sikorski, anunció la «desgermanización» de tales regiones. Naturalmente las relaciones entre Polonia y Alemania eran frías u hostiles en 1933, el año en que Hitler llegó al poder. Así, el 2 de mayo de 1933, Hitler habló con el embajador polaco Wysocki en Berlin, quien le manifestó que en Polonia existía mucha intranquilidad por el nuevo gobierno alemán. Hitler respondió que el Tratado de Versalles había sembrado la discordia pues, por ejemplo, que si el corredor polaco hacia el mar báltico hubiese sido colocado al oriente de Prusia, no se habría dividido así el territorio alemán, pero que ahora podían buscarse soluciones pacíficas y llegar a un acuerdo que sea aceptable y satisfactorio para ambas naciones. Después, Hitler encargó a su embajador en Polonia, Hans Adolf von Moltke, que conferenciara sobre el particular con el Mariscal polaco Józef Pilsudski, un ferviente nacionalista y anticomunista. Von Moltke informó que:
“…el Mariscal estaba animado de simpatía hacia Hitler, según lo reiteró una y otra vez en la entrevista, lo mismo que su deseo de que hubiera buenas relaciones germano-polacas, pero ha acentuado con una claridad que yo apenas he oído hasta ahora de políticos polacos, que la germanofobia milenaria del pueblo polaco ofrecería grandes dificultades”.
El embajador alemán en Polonia Von Moltke le hizo notar al Mariscal Pilsudski que la prensa alemana no mostraba animadversión ni hostilidad hacia Polonia, pero que la prensa polaca sí era hostil a Alemania:
“Pilsudski respondió a mis manifestaciones expresando su infinito desprecio por la prensa, con la que no quiere tener nada que ver; sin embargo, concedió, sería conveniente influir sobre las organizaciones políticas”.
Pese a la propaganda hostil de la prensa polaca, el 26 de enero de 1934, se logró una Declaración Conjunta Germanopolaca como signo de reconciliación, tratado de no agresión entre los dos países firmado en un acto con la presencia del Mariscal Józef Pilsudski, el Ministro alemán Joseph Goebbels y el ministro plenipotenciario Hans Adolf von Moltke, embajador alemán en Polonia junto al General Józef Beck. Se tenían grandes expectativas y se esperaba pronto un acuerdo porque además el Mariscal Pilsudski quería aliarse con Hitler contra la URSS. Pero lamentablemente, al año siguiente, en 1935, muere el Mariscal Pilsudski, y en su lugar queda como Presidente el profesor Ignacy Moscicki , que ya había sido elegido en 1926, y como Ministro de Relaciones Exteriores el General Józef Beck, cabeza visible del nuevo poder polaco. A raíz de esto se acrecentó gravemente la germanofobia que el Mariscal Pilsudski intentó superar en Polonia, y dicha germanofobia polaca se manifestó así:
- La Reforma agraria (confiscación de tierras) fue aplicándose preferentemente contra los campesinos alemanes que vivían en Polonia.
- Empleados y obreros alemanes fueron despedidos bajo la presión de organizaciones nacionalistas polacas.
- Se declaró un boicot contra comercios, profesionales y artesanos alemanes. En general, hubo discriminación contra los cuatro millones y medio de alemanes que habían quedado en los territorios anexionados a Polonia.
Más adelante, el 24 de octubre de 1938, Hitler hizo otro intento para que el Pacto de Concordia firmado en 1934 con el Mariscal Pilsudski se concretara en un acuerdo definitivo. Hitler propuso y negoció:
- Que la ciudad libre de Danzig, con su 98% de población alemana, ejerza su libre autodeterminación y se reincorpore a Alemania. Es importante recalcar esto: Hitler habló de autodeterminación, no de conquista.
- Que a través del «corredor polaco», Polonia permita la construcción de un ferrocarril y una carretera para que la provincia alemana de Prusia oriental se vincule con el resto de Alemania.
A cambio de estas, bastante moderadas y razonables, peticiones, Hitler ofrecía que:
- Alemania garantizaría a Polonia el libre acceso preferencial del puerto de Danzig, conservando su corredor hacia el mar y su comercio a través de Danzig.
- Alemania aceptaría de forma definitiva las fronteras existentes y ya no reclamaría la devolución de los territorios que tenía antes de la Primera Guerra Mundial: Alta Silesia, Prusia occidental y Posnania, reconociendo la soberanía de Polonia sobre ellos, a pesar de que tuviesen 2/3 de población alemana.
- Alemania formalizaría un pacto de no-agresión por 25 años.
Polonia repuso a estas propuestas que las dificultades políticas impedían aceptarlas. El 5 de enero de 1939 Hitler recordaba al gobierno polaco que Alemania y Polonia tenían intereses comunes ante la amenaza comunista de la Unión Soviética, por lo que Alemania deseaba una Polonia fuerte y amiga. No obstante, en febrero y marzo, mientras el lado alemán aún estaba buscando una solución pacífica, en Polonia ya se comienza a pensar seriamente en la guerra. El 1 de mayo de 1939, el Papa Pio XII propuso una conferencia de cinco naciones en las que el Vaticano actuaría como mediador y moderador. Para el efecto envió propuestas a Alemania, Italia, Reino Unido, Francia y Polonia. El jefe del Estado italiano, Benito Mussolini, contestó aceptando. Hitler contestó igualmente el 5 de mayo. En París, el nuncio Valerio Valen recibió la respuesta de que «el gobierno francés juzga la gestión papal totalmente inoportuna». El día 7 le reiteraron que el gobierno francés se ocupará de los asuntos que le incumben sin interferencias del Vaticano. En Londres, el nuncio Monseñor Godfrey recibió la siguiente respuesta de Lord Halifax: «Que Su Santidad ofrezca sus buenos oficios sucesivamente y por separado, y por este orden, a Alemania, a Polonia, a Italia y a Francia y luego se dirija a Londres».
En Polonia, Beck contestó que no podía responder sin antes hablar con Londres y París. En resumen, los aliados no deseaban negociaciones ni llegar a ningún acuerdo.
A todo esto, no se pueden pasar por alto los crímenes cometidos en Polonia antes de la guerra contra la minoría alemana, que justificaban una intervención en Polonia. Por mucho menos, EEUU ha intervenido muchas veces en otros países como Afganistán, por ejemplo. El 25 de agosto, Hitler se entrevista con Henderson, embajador británico, y le manifiesta estar resuelto a llegar a una solución que ponga fin a las diferencias con Polonia, pero las negociaciones de Hitler se vieron totalmente frustradas a fines de agosto de 1939 elevándose la tensión política al máximo al conocerse las nuevas matanzas de alemanes bajo control polaco, destacándose las masacres de Danzig, Thorn, y posteriormente el 3 de septiembre en Bromberg, verificadas éstas luego por la Cruz Roja Internacional. Ya no se trataba del «Corredor polaco»; un abismo insondable se había abierto entre Polonia y Alemania. Difícil es saber quién fue el instigador del populacho polaco, autor de aquel espantoso crimen colectivo de Bromberg, pero todo este clima de violencia fue permitido sin duda alguna por la pasividad del Presidente Ignacy Móscicki y el Ministro de Asuntos Exteriores Józef Beck. La prensa y el radio minaron toda la opinión pública con una intensa campaña propagandística xenófoba contra Alemania. Durante este período la artillería antiaérea polaca también disparó contra 16 aviones alemanes que cruzaban a Prusia oriental, de los cuales 11 eran comerciales y 5 de pasajeros o Correos, por suerte sin incidentes. Así, la posibilidad de que Polonia detuviera su propaganda germanófoba y que accediera a construir un ferrocarril y una carretera que uniera a Prusia oriental con el resto de Alemania, se desvaneció a mediados de 1939. Después de la firma del pacto germanosoviético, los acontecimientos se precipitan dramáticamente. Entretanto, el servicio secreto polaco informó a Beck que Stalin había dicho el 19 de agosto en una reunión secreta en el Politburó que si la Unión Soviética firmaba un tratado de no agresión con las potencias occidentales, la guerra podría evitarse, pero que el pacto de no agresión con Alemania le serviría para que Francia e Inglaterra declararan la guerra a Alemania, y de esa manera «podremos esperar, ventajosamente, nuestro turno». El único interés de Stalin era que dicha guerra durara el mayor tiempo posible hasta que ambos bloques quedaran exhaustos.
Aún así, hubo una última proposición de Berlin: El 30 de agosto, en vista de la incomparecencia del representante polaco, Hitler hace una última proposición a Varsovia, Londres y París, consistente en la celebración de un plebiscito en Danzig, en el plazo de un año y bajo control internacional. En caso de victoria electoral alemana, Danzig será devuelto al Reich aunque, en todo caso, Polonia conservará el puerto de Gdynia y se le autorizará a construir una carretera y una vía férrea extraterritorial a través de la Prusia occidental hasta aquel puerto. En el caso de resultar el plebiscito en favor de Polonia, Alemania reconocerá como definitivas sus fronteras con ese Estado, si bien será autorizada a construir una vía de comunicación extraterritorial hasta la Prusia oriental. Estas proposiciones debían haber sido notificadas oficialmente al plenipotenciario polaco citado para ese mismo día, y que no se presentó. Jurídicamente, son inatacables. El carácter alemán de Danzig es unánimemente reconocido, incluso por los polacos, y es perfectamente absurdo que los campeones de la democracia se nieguen a aceptar unas propuestas que, al fin y al cabo, se basan en el derecho de autodeterminación de los pueblos. Políticamente, son realistas, e, incluso, generosas, y, en cualquier caso, no lesionan para nada el pacto germanopolaco de 1934, según el cual se reconocería el statu quo de las fronteras entre ambos países durante diez años. En dicha última proposición de Berlin se recuerda que los malos tratos dados por los polacos a los alemanes del «Corredor polaco», Alta Silesia y Sudaneu, han culminado con el salvaje crimen colectivo de Bromberg, y que, en tales circunstancias, el Gobierno del Reich se ve obligado a reconocer el fracaso de todos sus esfuerzos para llegar a una solución amistosa de la situación, que todos – incluso en Varsovia – reconocen es insostenible. Y se concluye recordando, por última vez, a los gobernantes de Varsovia que aún tienen tiempo, hasta las doce de la noche de evitar lo peor.
Hitler habló, el 1 de septiembre, en el Reichstag: «Me he decidido a hablar con Polonia el mismo lenguaje que ella utiliza con nosotros desde hace meses; el único lenguaje que sus gobernantes de hoy parecen entender. Ya he dicho muchas veces que no exigimos nada de las potencias occidentales, y que consideramos nuestras fronteras con Francia como definitivas. He ofrecido siempre a Inglaterra una sincera amistad y, si es preciso, una estrecha
colaboración. Pero la amistad no puede ser un acto unilateral.» A continuación, explicó los motivos del ataque alemán contra la última de las fronteras de Versalles y, nuevamente, se dirigió a Francia e Inglaterra: «Si los estadistas de Londres y París creen que esto afecta a sus intereses, no me queda más remedio que lamentar tal punto de vista. Pero deseo que conste que el Reich no siente ninguna animadversión ni ningún deseo de revancha contra sus hermanos del otro lado del Rin.»
Inglaterra y Francia declararon la guerra a Alemania el 3 de septiembre. Entre tanto, la U.R.S.S., Estado aliado de Francia, de Alemania y de… Polonia, se disponía a asestar a ésta una puñalada por la espalda ante el beneplácito de los intrépidos defensores… ¡de Danzig! Grotesca situación. Y la alternativa era en ese momento Berlin o Moscú.
La pregunta es: ¿Cuál fue el Partido de la guerra? ¿Quiénes fueron los belicistas que condujeron a la guerra? ¿El propio Gobierno germanófobo polaco de Beck, creyéndose que con las garantías de Occidente y la «amistad» de la U.R.S.S., la victoria polaca sobre Alemania llegaría tan segura como rápidamente? ¿La influencia judía, tan fuerte en Polonia? ¿El Intelligence Service, viejo especialista en esa clase de menesteres junto al clan belicista de Churchill? ¿El Partido comunista polaco? O, tal vez, ¿todos, consciente o inconscientemente, a la vez? Poder responder a esa pregunta sería vital para establecer una buena parte de la responsabilidad en el estallido de la Segunda Guerra Mundial.
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