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Análisis

La hora de la apostasia

Estamos inmersos en los postreros tiempos en los que muchas personas renegaran de su fe y escucharan a espíritus engañosos y a doctrinas de demonios.

       En nuestro fuero interno, muchos de nosotros deseamos vivir tiempos gloriosos de paz y de empuje; pero la verdad es que estamos aburridos de lo vulgar y carentes de emoción o interés al estar demasiado imbuidos en este mundo gris que habitamos protagonizado por lo material.

      Sin embargo y en cierta medida muchos envidiamos a los cruzados, a los cristeros, a nuestros hermanos católicos españoles de la Cruzada de liberación. Es verdad que se trataba de otras épocas y circunstancias heroicas, donde los bandos estaban perfectamente delimitados y conocidos, pero, no obstante, no nos importaría ser, como muchos de ellos, héroes anónimos. Se necesita solamente ser virtuoso para mantenerse firmes en la fe, lo que no es poco. Del otro lado, hemos de reconocer que, continúan en pie de guerra los musulmanes, los masones anticristianos y los rojos. No hay duda alguna.

       Sabiendo que no podemos volver a tiempos pasados, y que el presente es pura confusión y apostasía, nos hace pensar en que estamos inmersos en los postreros tiempos en los que muchas personas renegaran de su fe y escucharan a espíritus engañosos y a doctrinas de demonios (1 Timoteo 4,1), y deseamos, con totas nuestras fuerzas, pertenecer a ese pequeño rebaño, anunciado para ciertos católicos de los últimos tiempos. Sí, creemos, porque las profecías y los exégetas nos lo han anunciado y advertido, que vendría una gran apostasía, incluso de los obispos y quizás del mismo Papa; y que quedará apenas un puñado de personas que permanecerán fieles y que, además, serán duramente perseguidas.

       Desconozco si estamos en los últimos tiempos, pero lo que sí sé es que estamos en tiempos muy confusos en los que pareciera —y no sólo parece—, que algunas de esas profecías se están cumpliendo. Es verdad que no tenemos a Júpiter entronizado en el altar de la basílica de San Pedro; pero, no es menos cierto que hemos tenido a la Pachamama sentada en los jardines vaticanos rodeada de monjas y frailes rindiéndole culto con cantos e inciensos, en presencia del Papa Francisco, y la hemos tenido después paseándose por las aulas sinodales, llevada en andas por obispos.

      Hoy escuchamos cada día manifestaciones de destacados miembros de la jerarquía católica que hubieran sido inimaginables hace unos años, y que se alinean con las políticas anticatólicas. Un alto cargo de la jerarquía, concretamente el Padre Superior de los Jesuitas  pone en duda la veracidad del Evangelio, con el surrealista argumento de que “entonces no había grabadoras para saber lo que se dijo en realidad”; se rinde homenaje a Lutero como “gran testigo del Evangelio”; la exhortación apostólica Amoris laetitia pone en cuestión la indisolubilidad del matrimonio, la comunión de los divorciados y vueltos a casar, y provoca enfrentamientos e interpretaciones divergentes en todas las diócesis; la nueva Academia Pontificia para la Vida justifica el aborto terapéutico y el uso de anticonceptivos en ciertos casos; obispos alemanes justifican el aborto y elogian a organizaciones abortistas; se revela la existencia de un lobby abortista en el Vaticano; se hacen declaraciones ambiguas sobre el fine vita; notorios proabortistas y partidarios del control poblacional conferencian y son homenajeados en el Vaticano; obispos canadienses justifican la eutanasia; se abre a debate el fin del celibato y la ordenación femenina; se declara que el Islam es una religión de paz y que conduce al cielo, lo que descoloca a los ex musulmanes convertidos, que exigen coherencia; se niega el derecho de la Iglesia al proselitismo; obispos alemanes defienden la bendición a las uniones homosexuales; un poderoso lobby gay se manifiesta a todos los niveles; se defienden las políticas de inmigración indiscriminada; el Vaticano se alinea con las políticas de la ONU; haciendo política en vez de evangelizar; se cortan de raíz las voces discordantes; se justifican comportamientos corruptos; se alaban regímenes políticos corruptos y se capitula ante ellos.

       Además, podemos imaginarnos los acontecimientos que marcan esta época: obispos firmando actas de apostasía, como Lutero o Calvino, o al Vicario de Cristo rindiendo culto a alguna divinidad pagana. Celebrar públicamente en la parroquia salesiana de Ushuaia, con acuerdo del obispo regional, la “unión matrimonial” de dos hombres, uno de ellos identificado como “trans”. Cerrar el seminario diocesano de Mendoza porque los seminaristas se negaban a comulgar en la mano, y castigar a varios sacerdotes porque se han atrevido a dar la comunión en la boca.  

       Por otra parte, los obispos alemanes ya han entregado al Papa sus primeras conclusiones democráticas, relativas a que los fieles deben ser los encargados de elegir a los obispos y que es preciso conformar comités de laicos con derecho a vetar las disposiciones de los obispos y sacerdotes. Y eso, sin entrar a considerar el meollo de las reformas que pasa por el sacerdocio de las mujeres, (ya se ha nombrado a una mujer Subsecretaria para el Sínodo de los obispos y cambiado el actual Código de Derecho Canónico autorizando que las mujeres puedan leer la Palabra de Dios, ayudar en el altar durante las misas y distribuir la comunión), la aceptación de la homosexualidad y la bendición de las parejas gay que los alemanes ya tienen en carpeta.

       Amén del fantasma que recorrió Austria con el manifiesto de un grupo significativo de clérigos exigiendo el fin del celibato, la ordenación de mujeres, la aceptación del divorcio y otros cambios que amenazan con quebrar la Iglesia católica y que contaba con el respaldo de las tres cuartas partes de su grey.

      Si bien todas estas acciones nos están revelando la presencia en las estructuras de la Iglesia de poderes encaminados a debilitar sus fundamentos, existen, además de todo lo anterior, dos aspectos de particular gravedad. Uno de ellos es la llamada “misa ecuménica”, que es, sin duda alguna, la punta de lanza para acabar con la Misa Católica y en cuya preparación un comité está trabajando. Consistiría en un “servicio religioso” conjunto entre católicos y protestantes, en el que se suprimiría la Consagración, y por tanto la presencia real de Cristo, y se “comulgaría” con formas sin consagrar. El otro aspecto particularmente preocupante es el creciente debate sobre la colegialidad, encaminado a debilitar la autoridad de la Sede Petrina en favor de la autonomía de los obispos, terminando en último término con el gobierno monárquico de la Iglesia. El Papa sería un obispo más y la autoridad recaería sobre el conjunto de los obispos. El Colegio de Cardenales, ya está trabajando en un proyecto de “descentralización”, con el objetivo de dar más poder a los obispos en detrimento de la autoridad papal.

Puede leer:  Una voz clama en el desierto

       No cabe la menor duda de que, al igual, que el humo de Satanás ha entrado en la Iglesia, la apostasía se ha introducido también de esta manera en su corazón, y no puede descartarse que, de este modo, llegue a apropiarse del propio vértice de la pirámide, de la misma Cátedra de Pedro, poniendo el papado a su servicio. En definitiva, este puede ser el terrible contenido del famoso Tercer Secreto de Fátima y el motivo por el cual no ha sido nunca revelado en su totalidad.

       A todo lo anterior habría que añadir las turbulencias que la Iglesia está viviendo en todo el mundo ante las nuevas formas de hacer de Bergoglio, son un fiel reflejo que cada vez resulta más difícil ocultar ante la opinión pública como es la existencia de posturas enfrentadas respecto a temas trascendentales.

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       Otro signo de los tiempos, que debemos recordar, es la palabra del Maestro al explicar a sus discípulos su misión predominante eclesiástica: “Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla y que la pise la gente. Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una vela para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa. Alumbre así vuestra luz a los hombres para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo” (Mat. 5:13-16).

        Sin lugar a dudas, todos los católicos deberemos ser sal de la tierra y luz del mundo, pero excepcionalmente la Jerarquía deben ser modelos ejemplares de esa sal y de esa luz, por ser cabezas de la Iglesia, tener la responsabilidad de ser guías de ésta y ser guardianes del depósito de la fe.

        Pero, además, una autoridad eclesial que se degrada también es comparable a la sal que no sala. Sólo sirve para ser arrojada a la calle, para que sobre ella pisen los transeúntes. Así lo harán, en la mayoría de los casos, las multitudes llenas de desprecio.

        Por eso puede decirse que, hoy más que nunca, el mundo necesita de verdadera Jerarquía que sea fermento, alumbre y sale, profundamente compenetradas de su misión.

        Su propia existencia actual, salvo honrosas excepciones, les impone estar dispuestas a sacrificarse en toda la medida en que esta tarea se lo demande, y a esmerarse en ella tanto cuanto lo requiera su perfecto cumplimiento.

        Y es absurdo imaginar que Dios haya creado a los descendientes de los apóstoles tan sólo para beneficiar a personas que buscan el poder y apropiarse de su posición para su exclusivo beneficio, y, por añadidura, crear confusión y apostasía. Estamos viendo mucho tibio mitrado.

      ¡Qué gran responsabilidad!, No hay más que echar un vistazo a nuestro alrededor para constatarlo. Hoy estamos viendo que las Conferencias Episcopales guardan silencio. Que las Nunciaturas guardan silencio. Que el Vaticano guarda silencio. Y sabemos que el que calla, otorga. Yo pienso que, si esta no es la apostasía… pasa raspando. ¿Qué mayor apostasía puede haber que guardar silencio frente al enemigo?

       De modo que la apostasía parece que ha llegado para quedarse y la tragedia que está a punto de vivir la Iglesia, puede sacudir al mundo mucho peor que la pandemia, dado que el hombre ha decidido desafiar la ira de Dios.

       Los peligros a los que los hombres deberán enfrentarse en esta apostasía, son los propios de quienes han abandonado a Dios, aferrándose a ídolos mundanos y viviendo de espaldas a Dios.

       No obstante, no vivamos atemorizados… No es miedo lo que debe infundirnos toda esta apostasía reinante, sino, más bien, un cambio profundo en nuestras vidas, volviendo la mirada a Dios y poniendo en práctica sus consejos. No resultará fácil, sabemos que en la Iglesia tendremos que sufrir una dolorosa purificación, mientras el Señor, que nos ama el primero, no nos dejará de su mano, sino que nos ofrecerá los medios necesarios para superar y vencer esta apostasía.

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1 Comment

  1. Ruben

    28/02/2021 at 20:27

    Certero análisis. No puedo estar más de acuerdo en todo. Ya en las guerras carlistas, mucho antes del Concilio Vaticano II, el alto clero se alineo con los liberales al igual que ahora compadrean con las élites podridas que nos gobiernan. Despues acabaron con la misa y ahora ya han convertido a la iglesia en una ONG gigante. Muchos cristianos ya se limitan a rezar en su casa por no asistir a las verdaderas profanaciones en las que se han convertido muchas homilías. Al final la Iglesia esta transformándose en colaboradora del globalismo y sino recordemos la foto del Papa rodeado de la elite globalísta, con los Rockefeller, los Rotschild, los Soros y proclamando que se apoya su nuevo invento del llamado capitalismo inclusivo. Solo las iglesias nacionales ortodoxas mantienen el tipo contra estas ideologías, quizás su propia estructura nacional patriótica las pone más a salvo del globalismo y conservan una maravillosa liturgia tradicional que es un tesoro de la cristiandad. Mal arreglo tiene todo esto.

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