Prevenidos, a veces emocionados y conmovidos, con unas dudas más razonables que otras, inseguros y ciertamente intranquilos, sentimos en nuestros rostros una fría brisa soplar para envolvernos en la expectación y el temor de forma permanente. Un año y algo después de la socialización del reconocimiento del virus, la constante improvisación y la ausencia de certezas asolan nuestra integridad y arrugan el ser o no ser ante el abismo que no cesa. Los atajos para poder saltar los meses y llegar a la meta que recobre la normalidad se nos acaban, desoír las voces agoreras, mirar hacia otro lado y reiniciarnos como si nada hubiera pasado, se ha vuelto imposible. Si el estrés del contagio y la enfermedad podía agotarnos por momentos, ahora también ejercen presión las vacunas, sus efectos, sus tramos de edad cambiantes, la adquisición de los preparados, la larvada guerra comercial farmacéutica y las opiniones versadas y no versadas que asolan nuestras entendederas.
Entretanto la tele, los impuestos, las deudas, la política y hacienda, siguen. Siguen la justicia, los ministros, los oponentes, los que se van no muy lejos y Pedro Sánchez. Nacido para la gloria, suele anunciar la victoria sobre el virus o la inoculación vacunal completa y exitosa un par de veces o tres al año. Y, como todo llegará, pues cuando sea se habrá cumplido lo que se haya cumplido. Bastará con hacer un favorable resumen y encajar los anuncios temporales de los plazos comprometidos con los tiempos reales, “ya os lo dije…” Siempre habrá quien lo crea o quiera creerlo.
Finalmente, la irrupción de la vacuna rusa en la agenda de Merkel y también de Ayuso da como consecuencia la más que probable autorización de las autoridades de la Unión Europea para hacerla llegar de forma centralizada o por cada estado miembro de forma individual. La Sputnik V y también la de Jansen pueden constituir la gran bolsa de millones de dosis que necesitamos para saber que, una vez adquiridas y comprometidas en un calendario serio, sólo restará atender a la logística, al ritmo impuesto, a la participación del ejército y la sanidad privada para ser más intensos y eficaces, a la llegada del añorado 70% y el reinado de la serenidad.
O sea, el objetivo es todavía remoto, quizá a trompicones pueda accederse a él, pero lo haremos sí o sí. Luego quedará Bill Gates anunciando más pandemias, hay gente para todo, pero no habrá NOM que pueda campar sus respetos por encima de una humanidad compleja, imperfecta y agotadora hasta la desesperación, ansiando la libertad, imparable y siempre imprevisible. Los grandes de la historia mandaron e influyeron decisivamente, pero nunca consiguieron ni someter por completo a la vida, ni durar. No lo hará nadie y tampoco el virus.
Son los años 20 y no tienen mucho parecido con sus homónimos del siglo pasado, pues están marcados por el encierro, el contagio, la mascarilla, los colapsos hospitalarios a ratos y las diarias estadísticas de la muerte. Quedarán para la historia, como todo, saltarlos y estar a otra cosa es nuestro anhelo y ya toca.
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