Christian Smith es uno de los sociólogos de la religión más influyentes de Estados Unidos. Fue profesor de sociología 12 años en la Universidad de North Carolina en Chapel Hill, y desde 2006 lo es en la universidad católica de Notre Dame, Indiana. Creció en una familia protestante presbiteriana. Sus preguntas sobre el papel de la Escritura y la autoridad de la Iglesia le llevaron en un viaje espiritual y finalmente se hizo católico tras años de mucho leer, hablar, pensar, preguntar y rezar. La autoridad y unidad de la Iglesia Católica y las riquezas de su doctrina son elementos que le ayudaron en su viaje.

A partir de cierto momento, Christian se especializó en investigar sociológicamente la fe de los niños y jóvenes en sus libros. En ellos presenta una tesis realista: muchos de los que dicen creer en Dios en realidad son “deístas terapéuticos moralistas”, una expresión que en los últimos diez años usan cada vez más analistas y evangelizadores. Los “deístas terapéuticos moralistas” están poco o nada interesados en Jesús, la Biblia, la filosofía y teología católica, el pecado o incluso en tener una relación íntima con Dios en la oración. Sus creencias son pocas y pobres, básicamente estas cinco:

• Dios existe y creó el mundo.
• Dios quiere que seamos buena gente, majos y amables…
• El objetivo de la vida es sentirme bien conmigo mismo, y ser feliz.
• Dios está ahí para pedirle por mis problemas y que me ayude.
• Todos vamos al cielo.

Es evidente que aquí queda poco ya de la vibración del mensaje de Cristo. Este cristianismo de rebajas ni vende, ni se transmite… Este seudocristianismo sentimentaloide, como le llama Rod Dreher, solo sirve para que tus hijos se rian de él y lo abandonen.

La visión de estos cristianos es la de un Dios solucionador que además es muy bueno y nos deja hacer. No hay una necesidad de ser salvados, de conversión o de cambio de vida a la luz del Evangelio. No hay contenidos de fe firmes: es decir una verdad revelada que conocer y profundizar, y por lo tanto hay un respeto acrítico de todas las opiniones como buenas. No hay preceptos morales más allá de ser buenas personas y no hacer mala a nadie. No hay vida interior ni espiritualidad. Hay una adaptación al estilo del mundo y a sus criterios. Es un cristianismo triste que además no se transmite a los hijos porque no ilusiona a nadie.

Christian Smith insiste en que los padres, si quieren transmitir la fe a sus hijos, necesitan tenerlo como prioridad declarada. Y esto no será posible si ellos son los primeros que tienen una fe light. Nadie da lo que no tiene.

La buena noticia es que – afima el sociólogo- entre todas las influencias posibles, los padres ejercen la mayor influencia en la vida religiosa de sus hijos. Dicho de otro modo, la mala noticia es que casi toda la responsabilidad humana sobre las trayectorias religiosas de los hijos recae sobre los hombros de sus padres. La evidencia empírica es clara. En casi todos los casos, ninguna otra institución o programa influye en la formación religiosa de los jóvenes como lo hacen sus padres: ni las congregaciones religiosas, ni los grupos de jóvenes, ni las escuelas, ni la pastoral juvenil, ni ninguna otra cosa.

Como explica Smith: dejando de lado los casos excepcionales, lo que está casi garantizado es que los padres que no están especialmente comprometidos por transmitir su fe, producirán hijos sin fe.

¿Algunas propuestas prácticas que nos puedan ayudar a quienes tenemos hijos? Sed vosotros mismos: creed y practicad vuestra religión genuina y fielmente. Los niños no se dejan engañar por las actuaciones. Ven la realidad. Y cuando esa realidad es auténtica y vivificante, pueden sentirse atraídos por ella.

Educad a vuestros hijos con un estilo basado en la autoridad. Estos padres combinan dos rasgos cruciales. En primer lugar, les dan a sus hijos normas y límites claros y exigentes. En segundo lugar, se relacionan con sus hijos con abundante cariño, apoyo y atención. Los niños son más propensos a abrazar lo que sus padres transmiten cuando disfrutan de una relación con ellos que expresa tanto una clara autoridad paterna como un cariño afectivo. Esos niños saben que sus padres les exigen porque les quieren. También saben que cuando no cumplen esas normas habrá consecuencias, pero que esas consecuencias nunca incluirán la retirada del amor y el apoyo.

Los niños hiper protegidos, educados en el “no sacrificio” y en evitarles toda exigencia no van a poder entender el camino cristiano que exige renuncia y entrega generosa.

Lo importante no es tanto una práctica puntual y aislada, sino llevar una vida en la que todo esté orientado por la mirada de la Fe.

Los padres que transmiten la fe a sus hijos, rezan con sus hijos y rezan por su hijos. Hablan con sus hijos sobre temas religiosos y resuelven dudas. Comunican lo que creen y practican, lo que significa e implica. En estas familias, la religión forma parte de la trama y la urdimbre de la vida cotidiana. Forma parte de quiénes somos y qué nos importa. No solo se habla de religión en el momento de decirles a los niños: “Es domingo, hay que ir a Misa”. Esto no significa que esas familias hablen de religión todo el tiempo. Se trata de que los padres y las familias sean auténticamente quienes son y lo que son, no de que decidan de repente ir echando sermones.

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Texto publicado en la Hoja Parroquial de junio de 2021 de la Parroquia San Jordi de Vallcarca de Barcelona.

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