En estos momentos en los que en España se ha producido una subida astronómica del precio de la electricidad, del recibo de la luz, es imprescindible resaltar que, si estamos como estamos, principalmente se debe a que sufrimos una situación de dependencia de otros países y ello es debido, fundamentalmente a que los diversos gobiernos que se han sucedido en las últimas décadas han decidido que no se construyan más centrales nucleares y han decidido cerrar los que hasta ahora estaban en funcionamiento… Supongo que no les extrañará si les digo que, los españoles estamos compensando a las empresas eléctricas por no poder instalar reactores atómicos, debido al capricho estúpido de los gobiernos del PSOE y del PP, que se han plegado a los deseos de los “ecologistas”, los cuales parece ser que están muy contentos con que, paguemos a los dueños de las compañías eléctricas por el perjuicio que se les causa, y compremos energía eléctrica a los marroquíes y de origen nuclear a los franceses, aparte de gas a los argelinos… y mientras, se puebla el paisaje molinos de viento y placas solares, de los que se consigue energía eléctrica carísima.
Y al gobierno social-comunista que, preside Pedro Sánchez, apoyado por separatistas y etarras, lo único que se le ocurre, como solución ahora, es la creación de una empresa pública que gestione las hidroeléctricas.
En la actualidad hay en el mundo 444 reactores comerciales de energía nuclear en funcionamiento, otros 54 en construcción y 111 proyectados, especialmente en China, India y Rusia. En Europa, la energía eléctrica de origen nuclear es el 71,7% de la energía en Francia, el 50,7% en Hungría, el 40,3% en Suecia, el 39% en Bélgica y el 37,7% en Suiza un 37,7%… mientras en España es tan solo de un 20,4%. Cuando las denominadas energías renovables fallan, pues dependen del caprichoso clima (que está condicionado por los diversos fenómenos meteorológicos), el bajo porcentaje de producción nuclear no logra cubrir la demanda, lo que obliga a satisfacerla con las más centrales eléctricas: las de ciclo combinado. El precio de estos kilovatios hora también sube por la tasa de emisión de CO2.
Al precio de la energía eléctrica que, acaba pagando el común de los mortales, hay que añadir la hipocresía del denominado “impuesto medioambiental”. La auténtica razón de este tributo, aprobado en 2012 por el Gobierno de Rajoy, no es ecológica, sino la necesidad de recaudar 1.700 millones cada año para cubrir el déficit de tarifa eléctrica. Este descubierto ha sido provocado por decenios de políticas absurdas. Comenzamos a ir de Quijotes protectores de la Naturaleza, desde 1997, al adoptar uno de los protocolos de Kioto más exigentes para reducir los gases de invernadero. Tamaña imbecilidad nos ha llevado a ser uno de los países que más paga para comprar derechos de emisión de sustancias contaminantes…
Más tarde llegó la ocurrencia de unas primas exageradas para la generación de energía solar. Por último, el Estado promovió un parque de centrales de ciclo combinado varias veces mayor que la que la prudencia aconsejaba para cubrir los mayores picos de consumos durante el año. Esas estupideces, esas negligencias inexcusables no los pagan los políticos que los cometen, sino los ciudadanos corrientes.
¡He aquí un motivo más para exigir que los diversos cargos de gestión de dineros ajenos, demuestren una probada experiencia de éxito antes de acceder al cargo!
Los gigavatios de electricidad producidos para millones de personas por los reactores actualmente existentes no provocan contaminación de clase alguna, no lanzan sustancias contaminantes al aire.
Si hablamos del espacio físico que ocupan las diversas formas de energía, es importante destacar que un reactor nuclear necesita alrededor de 5,3 hectáreas –una hectárea son 10.000 metros cuadrados, lo digo por las víctimas de las leyes educativas progresistas) de espacio terrestre por megavatio, en comparación con la energía eólica: 28,7 hectáreas, la energía solar: 17,8 hectáreas y la hidroeléctrica: 127,5 hectáreas. En las 5,3 hectáreas están incluidos los terrenos utilizados para minería, transporte, transmisión y almacenamiento.
Dicho de otra manera, una “granja” o un “huerto” solar necesita aproximadamente 72 kilómetros cuadrados, para producir la misma cantidad de electricidad que una planta de energía nuclear promedio, y si se trata de energía eólica se necesitan aproximadamente 415 kilómetros cuadrados.
La energía eólica y la solar poseen una fama desproporcionada, inmerecida, de ser con diferencia las mejores fuentes de energía limpia, no contaminantes y, además baratas. Sin embargo, ambas requieren condiciones climáticas favorables y energía de respaldo para contrarrestar las situaciones en las que el clima no coopere.
Por el contrario, las centrales nucleares están generalmente conectados y generan energía el 93% del tiempo, en comparación con la eólica (37%) y la solar (26%). Y, más todavía: la vida útil de las energías renovables es aproximadamente la mitad del tiempo de los reactores atómicos.
Sin duda alguna, la realidad es mucho mejor que la percepción que tiene la gente de la energía nuclear.
Las preocupaciones de la gente, cuando se les habla de energía nuclear, son los accidentes de Chernobyl, Three Mile Island y Fukushima. Por difícil que sea de creer, nadie ha muerto por la exposición a la radiación, proveniente de centrales nucleares, en los dos últimos. En el caso del peor accidente nuclear de los Estados Unidos, en Three Mile Island (Harrisburg, Pensilvania, EEUU) en 1979, la exposición a la radiación real que, sufrieron los 2 millones de personas que viven más cerca del reactor fue escasamente la de una radiografía dental. Durante décadas, las agencias estatales y federales y las empresas privadas han estudiado a fondo posibles consecuencias en los ámbitos agrícola, de salud y ambientales, y no encontraron nada de qué preocuparse.
Y, si hablamos del accidente nuclear de Chernobyl (Ucrania, antigua Unión Soviética) en 1986, fue el resultado de un experimento soviético atroz y poco ético; más que un accidente nuclear propiamente dicho. El reactor de Chernobyl carecía de características de seguridad importantes, como barreras de contención, comunes en todos los reactores de EE. UU. Hasta ahora, la ONU ha confirmado 43 muertes por radiación en Chernobyl, considerado el peor accidente nuclear de la historia.
Otra de los muchos temores de la gente corriente acerca de las centrales nucleares es la radiación. La radiación forma parte, está presente en nuestra vida cotidiana. Volar en un avión, comer plátanos y zanahorias, tomar el sol, someterse exámenes médicos… y simple hecho de vivir en el planeta Tierra hacen que cualquier persona esté expuesta a más radiación que si vive a 80 kilómetros de una planta de energía nuclear. La radiación es una característica inherente y necesaria, imprescindible para los seres vivos.
Son el miedo y la ignorancia (decía el filósofo cordobés Averroes que, la ignorancia empuja al miedo, el miedo al odio y el odio a la violencias) los que causan más daños y costos ambientales innecesarios.
Mientras visitaba Fukushima, el fundador de Environmental Progress, Michael Shellenberger, desafió los esfuerzos colosales del Gobierno japonés para eliminar miles de toneladas de tierra vegetal «contaminada». La respuesta que recibió fue sorprendentemente franca: «Todos los científicos y expertos en radiación del mundo que vienen aquí dicen lo mismo. Sabemos que no necesitamos reducir los niveles de radiación… Lo hacemos porque la gente quiere que lo hagamos».
Llegados hasta aquí, es importante subrayar que, pese a que la opinión pública no tenga una buena imagen de la energía nuclear, y tampoco sea “perfecta”, la realidad es que la experiencia desde que se instaló el primer reactor nuclear en el mundo, demuestra que, es limpia, no contaminante y barata…Todas las opciones energéticas poseen ventajas y desventajas; no hay un recurso energético perfecto. La energía nuclear tendrá que enfrentarse en el futuro a determinados desafíos. Pero, pese a los posibles inconvenientes, también tiene beneficios increíbles que la convierten en una opción que vale la pena considerar, una opción de energía limpia para mejorar el entorno y mejorar el mundo, y por supuesto, la vida de las personas.
Si los que han tenido el interés y la santa paciencia de llegar hasta este párrafo, desean ampliar información, acerca de las bondades de la energía nuclear, los invito a leer el libro “La energía nuclear salvará el mundo, derribando mitos sobre la energía nuclear”, de Alfredo García Fernández, @OperadorNuclear, del cual pueden leer a continuación, un resumen:
Alfredo es el gran divulgador de ciencia y tecnología nuclear en español. Más aún, no conozco a ninguna figura a nivel internacional con un rol similar. Premio de Comunicación de la Sociedad Nuclear Española, trabaja como supervisor en la Central Nuclear de Ascó, Tarragona (España). Su vasto conocimiento de la tecnología nuclear le ha permitido realizar una labor imprescindible para derribar las leyendas urbanas y las falsedades que rodean la energía nuclear. Además, escribe muy bien, lo que siempre es de agradecer. Por ello, recomiendo de forma encarecida la lectura de esta magna obra de la divulgación científico-tecnológica.
El libro está compuesto por 41 capítulos, divididos en cuatro bloques temáticos, tras el prólogo y la introducción.
También merece ser leído el prólogo de Javier Santaolalla (pp. 15-21). «En toda buena historia tiene que haber un Caballero Oscuro, alguien que asuma el peso de ser un superhéroe proscrito, diana fácil de críticas y recelos y defensor de causas perdidas. El superhéroe en el exilio. Ese es el autor de este libro. Yo comparo a Alfredo García con Bruce Wayne no solo por su carisma, talento y liderazgo para cumplir con su misión. No solo porque ambos han tenido que llevar a cabo su misión en el anonimato, uno escondido bajo una máscara, el otro bajo un alias en Twitter. Los comparo porque, anteponiendo el bien común a sus intereses personales, ambos han llegado al extremo su propia máxima y son víctimas de este dilema».
En la «Introducción. Breve historia de Operador Nuclear» (pp. 23-31), Alfredo nos cuenta cómo se inició en la divulgación en la web Naukas con «Carta de un jefe de sala de control de una central nuclear española», Naukas, 21 mar 2011. «Se batió el récord de comentarios del blog». Continuó en Twitter con la cuenta @OperadorNuclear desde marzo de 2016 y se desvirtualizó (salió del anonimato) en Naukas Bilbao 2019 con su charla «Derribando mitos sobre la energía nuclear» EiTB, 21 sep 2019. El siguiente paso parecía obvio, escribir el presente libro.
El primer bloque temático «Ciencia y Tecnología» se inicia con el capítulo 1, «Cómo funciona la fisión nuclear» (pp. 35-40), que me sirve para destacar que todos los capítulos tienen maravillosas ilustraciones en blanco y negro de Álvaro García Bienvenido (ilustrador e hijo del autor).
El capítulo 2, «Todo es radiactivo» (pp. 41-50), se inicia rotundo: «¿Tienes miedo de la radiactividad? Tengo una buena y una mala noticia, como en los chistes. La mala noticia es que estamos rodeados de radiactividad. Tú mismo eres radiactivo. (…) La buena noticia es que la dosis de radiactividad que recibimos, salvo en casos excepcionales, supone un riesgo extremadamente bajo para nuestra salud». Por supuesto, no falta el plátano en este capítulo: «comer un plátano te produce una mayor dosis radiactiva que vivir un año junto a una central nuclear».
El capítulo 3, «Cómo funciona una central nuclear» (pp. 51-57), nos recuerda lo más básico de los reactores de agua a presión (PWR) y de agua en ebullición (BWR), lo que nos lleva a «Una central nuclear no es una bomba atómica» (pp. 58-64), que introduce la famosa masa crítica. Ya lo sabes, pero por si acaso, «Los operadores no somos como Homer Simpson» (pp. 65-74), el capítulo 5, que introduce cómo se obtienen las licencias de operador y supervisor, destacando el necesario entrenamiento constante (todo ello con una nota mínima de 8 sobre 10). Las torres de refrigeración de las centrales son «Fábricas de nubes» (pp. 75-80). Un físico que ha estudiado física nuclear ignora muchos detalles de ingeniería nuclear que aparecen en el libro, por ejemplo, «Cómo «reposta» una central nuclear» (pp. 81-89).
«Los reactores PWR de Westinghouse (Almaraz, Ascó y Vandellós II) utilizan 157 elementos combustibles. Cada uno de ellos permanece tres ciclos de 18 meses en el reactor. En cada recarga se renueva algo más de un tercio, concretamente 64 elementos». ¿Cómo se para un reactor? ¿Qué actividades se realizan durante una parada? ¿Y cómo se arranca? Alfredo nos contesta estas preguntas, entre otras, y nos lleva a «Esa fascinante luz azulada en la piscina de combustible» (pp. 90-95). ¿Qué pasa si te caes en la piscina? Cuestiones muy interesantes que acaban en el capítulo 9, «¡Que nadie se haga daño!» (pp. 96-101), sobre el criterio ALARA (As Low As Reasonably Achievable) y el 10, «Aplicaciones pacíficas de la tecnología nuclear» (pp. 102-110). Sin lugar a dudas se aprenden muchas cosas tras la lectura del primer bloque temático.
El segundo bloque temático «Accidentes», muy de moda tras la teleserie Chernobyl de HBO, se inicia con el capítulo 11, «Three Mile Island, el accidente desconocido» (pp. 113-119), que nos lleva a «Chernóbil no es un argumento válido contra la energía nuclear» (pp. 120-129), una prueba suicida que nos lleva a «un grave accidente nuclear del cual hemos aprendido muchas y muy valiosas lecciones, pero en ningún caso es un argumento válido contra el uso de las energía nuclear por las insalvables diferencias sobre los reactores actuales». Continúa el capítulo 13, «Chernóbil no será inhabitable durante miles de años» (pp. 130-134) y el 14, «¿Es la serie Chernobyl de HBO fiel a la realidad?» (pp. 135-141). Nos confiesa Alfredo que «considero que Chernobyl es una excelente serie que tendrás unas consecuencias positivas sobre el futuro de la energía nuclear».
El capítulo 15, «Fukushima no causó muertes por radiactividad» (pp. 142-146), nos presenta el libro blanco de la UNSCEAR sobre este accidente en el que «hubo víctimas mortales, pero no por radiactividad. (…) Muchas personas no podían pagar la factura eléctrica y pasaban los inviernos sin encender la calefacción, aumentando de este modo la mortalidad. Parece una cadena de desdichas macabras». Seguimos con «Podemos comer pescado de Fukushima» (pp. 147-151), sobre el tritio y el sushi, y «La industria nuclear no tropieza dos veces con la misma piedra» (pp. 152-160), donde se discute el impacto de Fukushima sobre las centrales nucleares españolas; confieso que yo ignoraba que el impacto había sido tan relevante. Finaliza este bloque temático con «Seguridad es el segundo nombre de una central nuclear» (pp. 161-170), que nos aclara que los reactores españoles son «intrínsecamente seguros» cuando Chernóbil era «intrínsecamente inseguro». Te recomiendo leer este capítulo para disfrutar de los detalles.
El tercer bloque temático «Residuos» se inicia con el capítulo 19, «Conoce los residuos radiactivos» (pp. 171-179), sobre sus diferentes tipos en función de su origen, minería del uranio, centrales nucleares, desmantelamiento y aplicaciones no energéticas. «Vivimos rodeados de residuos radiactivos y no solo los generan las centrales nucleares, sino también la medicina, la investigación y otras industrias. Pero puedes dormir muy tranquilo, porque estos residuos se gestionan con un grado de seguridad y profesionalidad que, insisto, ojalá tuviéramos en otros sectores de nuestra sociedad».
El capítulo 20, «Riesgos de los residuos radiactivos » (pp. 180-184), nos lleva al 21, «Ideas absurdas para deshacerse de los residuos radiactivos» (pp. 185-189), y al más interesante «Almacenar residuos radiactivos con seguridad» (pp. 190-199). Desde las piscinas de combustible usado en las centrales, a los almacenes temporales (ATI y ATC), al almacén geológico profundo (AGP). «La opción del AGP es considerada por el consenso internacional como la más segura y viable para la gestión final de los residuos radiactivos de alta actividad y larga vida y está basada en el concepto de barreras múltiples». Por cierto, Alfredo no olvida mencionar el reactor nuclear natural de Oklo, en Gabón (África) hace 2000 millones de años. «En ese momento de la vida de la Tierra, la concentración de U-235 en todo el uranio natural era aproximadamente del 3 % (actualmente es del 0,71 %). ¡Estos reactores nucleares naturales funcionaron durante unos 500.000 años antes de desaparecer!»
Algo que causa miedo a la gente es «¿Cómo viaja el material radiactivo?» (pp. 200-204). «Puedes estar tranquilo, desde 1971 se han transportado al menos 25.000 contenedores de combustible usado —que se dice rápido— sin accidentes radiológicos, cubriendo millones de kilómetros por tierra y mar. (…) Entre 1971 y 2004 ocurrieron cuatro accidentes durante el transporte de contenedores cargados con combustible usado, pero en ninguno de ellos se produjeron emisiones radiactivas». Y así llegamos al capítulo 24, «Combustible usado: ¿residuo o recurso?» (pp. 205-214), sobre el reciclado del combustible usado. «¿Te cuento un secreto? No existen las energías limpias, como tampoco existe la agricultura ecológica. (…) Todas las energías generan residuos en algún momento de su ciclo de vida».
El cuarto bloque temático, «Controversia», se inicia en el capítulo 25, «Ecologistas en contra y a favor de la energía nuclear» (pp. 215-220), que nos habla de los ecologistas antinucleares, de los verdes pronucleares y del ecomodernismo (o ecopragmatismo). Me gusta la conclusión final del capítulo, que nos lleva a «La controvertida España nuclear» (pp. 221-228), sobre la moratoria nuclear, la transición energética y el cierre nuclear. El capítulo 27, «Transparencia nuclear» (pp. 229-234), destaca la importancia de organismos de inspección que garantizan la seguridad, como el CSN, el OIEA, la WANO y la ARN. Quizás ARN (Aseguradora de Riesgos Nucleares) es el menos conocido: «Aunque existe un mito muy extendido de que ninguna compañía quiere asegurar las centrales nucleares, es mentira; existe tal aseguradora y además todo está regulado por ley».
El capítulo 28, «Las centrales nucleares no producen más cáncer» (pp. 235-238), nos habla de la vigilancia radiológica ambiental, y el 29, «Una herramienta de uso pacífico o militar» (pp. 239-245), nos tranquiliza sobre el uso de centrales civiles para fabricar armas nucleares. En este sentido me han gustado el 30, «Submarinos hundidos y residuos de pruebas nucleares» (pp. 246-250) y el 31, «Terrorismo en centrales nucleares» (pp. 251-256).
Así llegamos al quinto bloque temático, «Perspectivas», iniciado con el capítulo 32, «Panorama nuclear mundial» (pp. 259-264), que repasa los reactores operables en todo el mundo y las extensiones de su vida de diseño; se redunda en este tema en el 33, «Los cuarenta son los nuevos veinte» (pp. 265-270), «no es lo mismo vida de diseño que vida útil (…) El equipo más limitante de cara a la operación a largo plazo es la vasija del reactor. (…) Los cálculos iniciales cuando se diseñaron los reactores, y sin experiencia previa, indicaban que las vasijas de los reactores podrían degradarse a partir de los cuarenta años de operación. (…) Con los nuevos cálculos, basados en la experiencia internacional, se demuestra que la validez de las previsiones iniciales puede ser extendida al menos hasta sesenta años, y quizá más».
El capítulo 34, «No nos acabaremos el uranio» (pp. 271-276), acaba con la potencial «extracción de uranio del agua del mar. Se calcula que los 4000 millones de toneladas de uranio disueltas en los océanos alimentarían mil centrales nucleares durante unos 100.000 años. (…) Si se consigue que el proceso de extracción del uranio del mar sea rentable económicamente, la energía nuclear podría ser considerada una energía renovable». Y así llegamos al 35, «El torio es el nuevo uranio» (pp. 277-281), el 36, «La revolución de los pequeños reactores modulares» (pp. 282-287), y el 37, «Reactores que consumen residuos radiactivos» (pp. 288-292).
El último bloque temático, «Soluciones», se inicia con el capítulo 38, «El hombre del hidrocarburo» (pp. 295-303), sobre el cambio climático y la necesidad de medidas de mitigación. Todos los que estamos concienciados con este problema sabemos que «Necesitamos energía nuclear» (pp. 304-310): «Cada país tiene su propio mix energético condicionado sin duda por sus recursos naturales, pero también por razones económicas e ideológicas. La energía nuclear es un aliado imprescindible de las energías renovables. (…) Defender el imprescindible papel de la energía nuclear no significa menospreciar la necesidad de seguir avanzando en las energías renovables, pero no podemos olvidar sus carencias. (…) Las centrales nucleares son capaces de adaptar su producción a la demanda, lo que llamamos «seguimiento de carga», algo que realizan las centrales francesas y alemanas». Esto último nos lo explica Alfredo en detalle en el capítulo 40, «La energía nuclear es la mejor aliada de las renovables» (pp. 311-314).
Finaliza el libro con el capítulo 41 sobre «La fusión nuclear o cómo tener el Sol en la Tierra» (pp. 315-321), muy breve pero muy necesario como colofón para este muy instructivo aporte a la divulgación científica y tecnológica. Tras los «Agradecimientos» (pp. 323-327), que incluyen uno «a Francis Villatoro por sus múltiples consejos y por su apoyo a mi labor desde el principio», encontramos la «Bibliografía» (pp. 329-335), separada en capítulos.
Sin lugar a dudas un libro necesario y de imprescindible lectura. Se lo recomiendo de forma encarecida a todo el mundo, pero en especial a los más críticos con la energía nuclear; la mejor forma de criticar algo es conocerlo en detalle y para ello qué mejor que aprender de un experto. Hay muchos libros sobre energía nuclear, pero pocos te cuentan la tecnología nuclear de una forma tan clara y con tantos datos que solo conocen los supervisores nucleares.
¡QUE LO DISFRUTEN!
Postdata: el abajo firmante tiene que confesar que, también se dejó seducir por los apocalípticos tras el accidente de Three Mile Island (Harrisburg, Pensilvania, EEUU) en 1979, y se dejó arrastrar por los cantos de sirena de los ecologistas, e hizo campaña para impedir que, se llevara a cabo la construcción de la Central Nuclear de Valdecaballeros, en la provincia de Badajoz… Estoy obligado a entonar el mea culpa y pedir perdón por el pecado de juventud cometido.
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