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El proyecto Globalista de la Carta de la Tierra

El deber sagrado, al parecer, ya no es el de darle culto a Dios sino darle culto a la Tierra.

Entre los ejes fundamentales de la Agenda Globalista, se encuentra su obsesión por el cuido de la tierra y de los ecosistemas. Tanto es así, que desde el año 1987, cuando se presentara un informe titulado “Nuestro Futuro Común”, pasaran más de diez años en un proceso de consolidación de los principios que le darían forma a un documento esencial de este movimiento planetario, la llamada Carta de la Tierra. ¿En qué consiste esa Carta?
De acuerdo a su sitio oficial en internet, “(…) es un marco ético para las acciones encaminadas a construir una sociedad global más justa, sostenible y pacífica en el siglo XXI. A simple vista es un proyecto lleno de nobleza, que no cabe la posibilidad de negarse a colaborar en su implantación. De hecho, se continúa especificando en su sitio web: “Ella (la Carta) articula una mentalidad de interdependencia global y responsabilidad compartida. Brinda una visión de esperanza y hace un llamado a la acción”. 

Con esa aparente nobleza, el preámbulo del documento nos dice, “(…) debemos reconocer que en medio de la magnífica diversidad de culturas y formas de vida, somos una sola familia humana y una sola comunidad terrestre con un destino común”. Así, unas cuantas líneas más abajo se nos va a proponer la idea de una “sociedad global sostenible” fundada en cuatro principios abstractos. 1. El respeto hacia la naturaleza, 2. Los derechos humanos universales, 3. La justicia económica y 4. Una cultura de paz.

Acabado el preámbulo viene a continuación el acápite  “La Tierra, nuestro hogar”. Ahí se nos habla de la creación pero sin Creador. Como leemos: “La tierra es parte de un vasto universo evolutivo”, “(…) la Tierra ha brindado las condiciones esenciales para la evolución de la vida”. Continúa, “El medio ambiente global, con sus recursos finitos, es una preocupación común para todos los pueblos” y finalmente remata: “La protección de la vitalidad, la diversidad y la belleza de la Tierra es un deber sagrado”. El deber sagrado, al parecer, ya no es el de darle culto a Dios sino darle culto a la Tierra, no es preservar los mandatos divinos, sino, el preservar a los animales, las plantas, a los ríos y montañas y todavía como un imperativo moral, valiéndose sí, de categorías espirituales. 

La Carta también nos presenta su diagnóstico de la situación del mundo. Nos empieza señalando que la causa de la “devastación medioambiental, agotamiento de recursos y una extinción masiva de especies” se debe a los “patrones dominantes de producción y consumo”. Esto nos estaría indicando que la causa real, por lo tanto, sería la intervención humana, es decir, la capacidad productiva del hombre. Pero según arqueólogos como Brian Fagan en su obra The Great Warming. Climate Change and the rise and Fall of Civilizations, señala que por lo menos, ha habido tres períodos en los que la tierra ha experimentado variaciones en la temperatura.

Una de ellas corresponde con las épocas de las glaciaciones en lo que se conoce como la Era Paleolítica. Otra alteración del clima de la tierra coincidió con la conocida Guerra de Troya, y una última de las que se tiene evidencias, coincidió con la Edad Media. Lo que sabemos con toda seguridad, es que el hombre seguía produciendo lo que necesitaba para vivir y haciendo los distintos intercambios económicos, por lo que, si fuera que es la acción del hombre la que produce la devastación del medio ambiente y la extinción de la fauna, la tierra ni siquiera hubiera soportado el fin del siglo I. 

Más adelante, en la Carta leemos que existen desigualdades entre ricos y pobres, que la causa de los sufrimientos humanos es la injusticia, la pobreza, la ignorancia y la violencia y que la “sobrecarga de los sistemas ecológicos y sociales” se debe… a “un aumento sin precedentes de la población humana (…)”. No está de más el remarcar esa última idea porque perfectamente podemos deducir por dónde es que van las políticas Globalistas: a reducir la población mundial como excusa de que estamos “sobrecargando” la tierra y que seguramente llegará un día en que la pobre tierra colapsará.

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Después de habernos dicho que somos nosotros los humanos los culpables de destruir el mundo, se nos dice, que “el surgimiento de una sociedad civil global, está creando nuevas oportunidades para construir un mundo democrático y humanitario”.  Y apostilla: “Nuestros retos ambientales, económicos, políticos, sociales y espirituales, están interrelacionados y juntos podemos proponer y concretar soluciones comprensivas”.

Está de más que se diga algo sobre lo que es evidente. Sin embargo, la Carta nos continúa diciendo: “El espíritu de solidaridad humana y de afinidad con toda la vida se fortalece cuando vivimos con reverencia ante el misterio del ser, (¿?) con gratitud por el regalo de la vida, y con humildad con respecto al lugar que ocupa el ser humano en la naturaleza.” Como en todo el documento no existe una huella de Dios ¿Con quién deberíamos estar agradecidos por el regalo de la vida? ¿Con el mecanismo de la selección natural? ¡Gracias evolución! Pero es más interesante todavía reflexionar en ese lugar que ocupa el hombre.

El libro del Génesis nos muestra que cuando Dios creó al ser humano le dio soberanía sobre las demás cosas y por lo tanto, que le otorgó un puesto mayor, en orden de jerarquía, dado que fue hecho a la imagen y semejanza del Creador. Pero ya hemos visto que la Carta no pronuncia en lo más mínimo esta revelación, pero invocando a las fuerzas ciegas de la evolución como la causa (última) del hombre, concluimos que el ser humano es igual que cualquier otra especie, igual que un cetáceo o un perro domesticado, que el hombre, sencillamente es una más entre muchas otras formas de vida. Nada diferente.

Este olvido de que Dios es el verdadero Creador del hombre es semejante a la respuesta de Yahvé a Samuel, cuando aquél pueblo le pidió un rey “(…) como lo tienen todos los pueblos”. “Respondió Yahvé a Samuel: (…) no te han desechado a ti, sino a Mí, para que no reine sobre ellos” (1 Sam 8, 7). 

No podemos esperar sino una degradación de la dignidad del ser humano cuando este se intenta emancipar de Dios. La Carta de la Tierra solamente recoge lo que el hombre moderno ha venido a ser y por lo tanto,  lo que el hombre ahora pretende hacer. De todos modos, es necesario leer ese documento para que tengamos claro por dónde es que andan las cosas y hacia dónde parecen apuntar ahora que esta y otras muchas ideas Globalistas están en marcha, ejecutándose en la Agenda 2030 que la ONU impulsa con vehemencia.

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