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¿Cómo pudo un diplomático español salvar del Holocausto a más de 5 000 judíos húngaros?

Auschwitz (foto: pixabay)

Francisco López-Muñoz, Universidad Camilo José Cela y Esther Cuerda, Universidad Rey Juan Carlos

Cuando se habla de héroes salvadores de judíos del Holocausto nazi, el mayor genocidio de la historia de la Humanidad, siempre viene a colación la figura de Oskar Schlinder, gracias a la magnífica y oscarizada película de Steven Spielberg, La lista de Schindler (1993).

Sin embargo, hubo muchos más héroes que arriesgaron vida y carrera y lograron salvar muchas más vidas (aunque el número no sea lo más trascendente, en este caso). Entre ellos destaca, sin duda, el diplomático español Ángel Sanz Briz (1910-1980), el “Ángel de Budapest”, cuya admirable historia es poco conocida, en general, aunque los libros de algunos destacados periodistas, como Diego Carcedo y Arcadi Espada, la hayan sacado a la luz.

Judíos húngaros subiendo a un tren que les llevaba a Auschwitz. Ya Vashem

El “caso judío” en Hungría

Desde la llegada al poder del partido nazi en Alemania en 1933, la Regencia húngara del almirante Miklós Horthy mostró su apoyo al nuevo gobierno alemán con el objetivo de recuperar parte del territorio imperial perdido después de la I Guerra Mundial.

Vista de Budapest antes de la II Guerra Mundial. Yad Vashem

Tras la anexión de Austria por Alemania, en marzo de 1938, Hungría comenzó a promulgar leyes antisemitas similares a las leyes de Núremberg alemanas: discriminaciones sociales de carácter racial, eliminación de los judíos del funcionariado, reducción de las actividades económicas de este colectivo e incluso la creación de un Servicio Laboral Húngaro, al que debían incorporarse los varones judíos en edad militar, que suponía, de facto, un sistema de trabajos forzados. A pesar de todo ello, la seguridad de los 725 000 judíos que habitaban la nueva Gran Hungría (sin contabilizar los aproximadamente 100 000 convertidos previamente al cristianismo, pero considerados racialmente judíos) era bastante mayor que en Alemania.

Judío con la estrella de David caminando por Budapest, 1944. Yad Vashem

Pero en marzo de 1944, Hitler invadió Hungría para asegurar su alianza militar con el Eje, y con las tropas alemanas de ocupación entró una unidad Sonderkommando dirigida por Adolf Eichmann, cuyo objetivo era aplicar la “Solución Final” a los judíos húngaros. Inicialmente se aprobaron nuevos decretos contra la población judía: se restringió la movilidad de los judíos en toda Hungría, se les obligó a utilizar el distintivo racial amarillo en sus vestimentas, se confiscaron sus propiedades y comercios, se abolieron sus derechos civiles y, finalmente, se les recluyó en guetos.

El 15 de mayo de 1944 comenzaron las deportaciones de los judíos húngaros, y en menos de dos meses casi medio millón fueron enviados a los campos de exterminio, en su mayoría a Auschwitz, donde la mitad de ellos fueron asesinados en las cámaras de gas tras su llegada. Aunque el regente Horthy detuvo las deportaciones en julio, todos los judíos de Hungría, salvo los de Budapest, ya habían sido deportados.

El 15 de octubre, los alemanes forzaron un golpe de estado, llevando al gobierno al Partido de la Cruz Flechada, de naturaleza pronazi y abiertamente antisemita, con lo que se agravó enormemente la situación de los judíos que quedaban en Budapest: unos 80 000 fueron asesinados en las riberas del Danubio, sus cuerpos arrojados al río, y varios miles más obligados a desplazarse en “Marchas de la Muerte” hacia la frontera austríaca.

Miembros del Partido de la Cruz Flechada escoltando a los judíos durante la deportación. Yad Vashem

Durante el asedio soviético de la ciudad, iniciado en diciembre de 1944, los 70 000 judíos que quedaban en Budapest fueron confinados en un gueto, junto a la Gran Sinagoga, y miles de ellos murieron de hambre, frío y enfermedades. Toda una tragedia que algunas autoridades húngaras actuales tratan incluso de minimizar y relativizar.

Frente a esta dramática situación, un grupo de diplomáticos de las naciones oficialmente neutrales en el conflicto bélico se organizaron en una especie de red clandestina de ayuda y protección a la población judía, sin que mediaran órdenes específicas de sus gobiernos, para evitar que los judíos fueran enviados a las cámaras de gas de Auschwitz y Birkenau. Aunque nos vamos a centrar en el español Ángel Sanz Briz, entre ellos también cabe mencionar al primer secretario de la legación sueca Raoul Wallenberg, al cónsul suizo Carl Lutz, al nuncio apostólico Angelo Rotta y al encargado de negocios portugués Alberto Branquinho.

Ángel Sanz Briz, el “Ángel de Budapest”

El joven diplomático zaragozano encabezaba la Legación de España en Budapest en junio de 1944 como encargado de negocios, informando a sus superiores del Ministerio de Exteriores sobre la denigrante y oprobiosa situación de los judíos en la capital húngara y de los protocolos de deportación a los campos de exterminio.

En uno de estos informes, fechado el 16 de julio de 1944, detalla: “Afirman que el número de los israelitas deportados se aproxima a 500 000. Sobre su suerte en la capital corren rumores alarmantes. Insisten en que la mayoría de los deportados judíos (en cada vagón de carga van unas 80 personas amontonadas) están dirigidos a un campo de concentración cercano a Kattowitz donde les matan con gas, utilizando los cadáveres como grasa para ciertos productos industriales”.

Tras la llegada al poder del partido de la Cruz Flechada en octubre de 1944, Sanz Briz, ahora ya sí con la anuencia de Madrid, comenzó a proporcionar las llamadas “Cartas de Protección” o salvoconductos (Schutzbrief) a judíos de Budapest. En un principio lo hacía a aquellos que alegaban orígenes sefardíes, en virtud de un antiguo Real Decreto de 1924 promulgado durante la dictadura del General Primo de Rivera que otorgaba la ciudadanía española a los judíos descendientes de los que fueron expulsados de España en 1492, pero posteriormente se extendió a cualquier judío perseguido, haciéndolos pasar por sefardíes.

Puede leer:  1936: El terror revolucionario recorre Tarrasa
Ejemplo de una ‘Carta de protección’ emitida por Sanz Briz. Yad Vashem

Tras negociar con las autoridades húngaras, recibió inicialmente el consentimiento de otorgar esos derechos a 200 judíos de origen español, pero amplió la cobertura a 200 familias y posteriormente continuó incrementando el cupo asignado, generando series marcadas con letras, de forma que nunca superaban el número 200.

Para salvaguardar sus vidas, Sanz Briz alojó a los judíos protegidos en ocho edificios alquilados por él mismo en diferentes lugares de Budapest, que posteriormente fueron ampliados a once, indicando que eran anejos a la Legación española y que gozaban de extraterritorialidad. Incluso consiguió que la Cruz Roja Internacional colocara letreros españoles en hospitales, orfanatos y clínicas de maternidad, para proteger a los judíos que allí se encontraban.

Asimismo, llegó a involucrase personalmente en estas actividades de salvamento, intimando con una alta autoridad del partido de la Cruz Flechada para que no se violaran sus casas protegidas y sobornando directamente con el mismo objetivo al Gauleiter Eichmann, presentándose físicamente en alguno de los inmuebles para evitar detenciones, y rescatando a 30 de sus protegidos de una “marcha de la muerte” organizada por los nazis y devolviéndolos a las casas de bandera española.

Ante el inminente avance de las tropas soviéticas, Sanz Briz recibió instrucciones precisas de Madrid de abandonar Budapest, dado que España era enemiga del régimen comunista de la Unión Soviética, y partió rumbo a Suiza el 6 de diciembre de 1944.

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Giorgio Perlasca. Yad Vashem

Pero la labor de Sanz Briz no se perdió con su salida de Hungría, pues continuó durante 40 días más, hasta la liberación de Budapest por las tropas soviéticas el 16 de enero de 1945. El italiano Giorgio Perlasca, quien obtuvo de Sanz Briz un pasaporte español por haber luchado en el bando franquista durante la Guerra Civil, había colaborado con la Legación, visitando y ayudando a los refugiados alojados en casas de protección.

Con documentos falsificados, Perlasca se hizo pasar ante las autoridades húngaras por el encargado de negocios de la Embajada española y consiguió mantener la estructura organizada por el diplomático español, incluyendo el suministro de alimentos, en una situación de enorme escasez por el sitio de la ciudad.

Justo entre las Naciones

El número de judíos húngaros muertos durante el Holocausto fue, aproximadamente, de 568 000 y sólo sobrevivió uno de cada tres judíos residentes en la Gran Hungría. Entre estos últimos se pueden contar los 5 200 judíos que Sanz Briz, con la colaboración final de Perlasca, salvó de la deportación y, por tanto, de los campos de exterminio, de los que apenas 200 eran de origen sefardí. En total, casi cinco veces más que los incluidos en la famosa lista del empresario alemán Schlinder.

El monumento de los Justos entre las Naciones, en el parque Raoul Wallenberg (Budapest) Perline / Wikimedia Commons, CC BY-SA

Sanz Briz fue nombrado por Yad Vashem, el 8 de octubre de 1966, “Justo entre las Naciones”, la más alta distinción que otorga el Gobierno de Israel a personas no judías. Esta distinción también se haría efectiva para Perlasca el 9 de junio de 1988, al igual que para los anteriormente mencionados Wallenberg, Lutz y Rotta, que interpretaron un papel parecido al de Sanz Briz.

Gracias al valor y la tenacidad de este funcionario del servicio exterior español, en actos de heroísmo que van más allá del cumplimiento de su deber, miles de judíos pudieron salvar su vida. Y su recompensa fue la postergación inicial en su carrera diplomática y la prohibición expresa de recoger el honor concedido por Israel, pues el Ministerio de Asuntos Exteriores consideró que la presencia de un diplomático español en dicho Estado podría dañar las recién establecidas relaciones hispano-árabes, por lo que sólo pudo ser entregado póstumamente a su viuda en 1991.

Francisco López-Muñoz, Profesor Titular de Farmacología y Vicerrector de Investigación y Ciencia de la Universidad Camilo José Cela, Universidad Camilo José Cela y Esther Cuerda, Vicepresidenta del Centro de Investigaciones sobre Totalitarismos y Movimientos Autoritarios (CITMA), Universidad Rey Juan Carlos

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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