Seguimos en una pandemia, que parece no acabará nunca, al igual que sus reglas y mandatos que, a estas alturas, sabemos que son de comprobada ineficacia. Desafortunadamente, varias de las reglas que se han aplicado, han traído varios efectos secundarios de los que no se habla lo suficiente: quiebras, desempleo, violencia,  peleas familiares, drogadicción, uso de pornografía, incertidumbre, soledad, ansiedad, aislamiento y, la tan peligrosa depresión. 

Dice Dostoievski que, quien teme la muerte es porque ama la vida. Y al parecer, como sociedad, no amamos tanto la vida como decimos. La legalización del aborto y del suicidio asistido, en cada vez más lugares y con cada vez con menos restricciones, así como el aumento de los suicidios, parecen contradecir ese amor a la vida que, como sociedad decimos tener. Por un lado, hacemos hasta lo irrisorio, tratando de no infectarnos con el “virus covidiano” y por el otro, permanecemos pasivos ante males mucho mayores. 

Uno de estos males que, además se ha exacerbado con la pandemia, es el del suicidio. Según los datos de la Organización Mundial de la Salud, tan famosa hoy en día por dictar las medidas de salud que se aplican en el mundo entero, y al Foro Mundial de Economía; cerca de 800,000 personas se suicidan cada año. Esto, sin tomar en cuenta las muchas tentativas de suicidio. 

Desafortunadamente, varios expertos en el tema predicen que el aislamiento, la incertidumbre económica, la ansiedad y el estrés provocados por la pandemia (aunque se debería decir, por las medidas tomadas mundialmente ante la pandemia) probablemente agravarán las enfermedades y conductas relacionadas con la salud mental, la sobredosis de drogas y los suicidios. De hecho, la Administración de Servicios de Salud Mental y Abuso de Sustancias de Estados Unidos, informó que, las llamadas a su línea nacional de ayuda contra el suicidio aumentaron un 40% a partir de marzo del año pasado y ha seguido en aumento. Otro informe, publicado por la fundación americana, Bienestar y Confianza (Well Being Trust), predijo que, la situación originada por la pandemia, podría causar 75,000 muertes adicionales por desesperación, es decir, por suicidio.

El experto en estudios sobre el suicidio por la Universidad de Bristol, David J. Gunnell, escribió en la revista inglesa, La Lanceta (The Lancet): “Es probable que el suicidio se convierta en una preocupación apremiante, a medida que la pandemia continúe y se observen los efectos a largo plazo en la población en general. La angustia causada por la pandemia dejará a muchas personas con problemas de salud mental y comportamiento suicida. El director del, Centro de Control y Prevención de Enfermedades, Robert Redfield, también ha señalado que habrá un aumento en los suicidios. “Ha habido otro costo que no podemos pasar por alto. Esto es el aumento de suicidios, particularmente entre los adolescentes y jóvenes a raíz de la pandemia.”

Ante este panorama tan negro y desolador es importante reconocer que, hay un problema muy grande en la sociedad cuyas causas se pueden conocer con la finalidad de reducir esta terrible realidad.

Una de las primeras cosas que es importante conocer, es el efecto contagioso del suicidio. A esto se le conoce como, “Efecto Werther” debido que toma su nombre de la novela de Goethe publicada en 1774: “Las penas del joven Werther”. En dicha novela, el protagonista sufre por un amor mal correspondido hasta el punto de quitarse la vida. Esta fue una novela muy popular entre los jóvenes de la época y muchos de ellos llegaron incluso a suicidarse, de formas que parecían imitar la del protagonista. Debido a ello, se prohibió  esta novela en Italia, Alemania y Dinamarca.

Doscientos  años después, el sociólogo David Phillips acuñaba el termino efecto Werther después de demostrar, a través de un estudio realizado por más de 20 años, que el número de suicidios se incrementaba en todo Estados Unidos al mes siguiente de que el periódico New York Times publicaba en portada alguna noticia relacionada con algún suicidio.

Actualmente está ampliamente reconocido que leer, ver u oír conductas suicidas parece inducir la imitación, sobre todo entre los adolescentes.  A este efecto también se le conoce como efecto imitadores que imitan (copycat)  y se ha demostrado que, es más probable que se produzca la imitación cuando el modelo es una persona célebre. Un caso histórico, aunque desafortunadamente no es el único, es la epidemia de suicidios que siguió a la muerte de la actriz Marilyn Monroe en 1962. Además, los adolescentes con aislamiento social, trastornos de ansiedad y uso de sustancias psicoactivas tienen un mayor riesgo de imitación, si el suicidio lo comete un amigo.

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Aún cuando es imposible controlar del todo las causantes que pueden inducir o promover el suicidio, debido a los muchos los factores que escapan a nuestro control y hasta a nuestro conocimiento, si podemos tratar de controlar varios de ellos. De esto hablaremos en la siguiente entrega. 

Dios quiera que todos estos datos nos parezcan sumamente lejanos. Dios quiera que ninguno de nuestros seres queridos sufra de depresiones u otras enfermedades similares. Y aún cuando nos parezca éste un problema lejano, no nos puede resultar ajeno. Primero, por caridad cristiana. Segundo, porque todo lo que lastima a una familia, acaba afectando a las otras. 

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Dice Chesterton que: “el suicidio no sólo es un pecado, es el pecado. Es el mal supremo y absoluto, la negativa a interesarse por la existencia; la negativa a prestar juramento de fidelidad a la vida. El hombre que mata a un hombre, mata a un hombre. El hombre que se mata a sí mismo, mata a todos los hombres; en lo que a él respecta, acaba con el mundo”.

Y para que a nosotros no nos invada la desesperanza ante los negros datos sobre la  conducta que va directamente contra toda esperanza, termino con la siguiente anécdota. Cuentan que una pobre viuda lloraba desconsolada pues como su marido se había suicidado saltando del puente al río por lo que ella no tenía siquiera el consuelo de rezar por su eterno descanso. El Santo Cura de Ars le dijo: no debe perder la esperanza de que su esposo antes de morir se haya arrepentido. No deje de rezar y hacer penitencia por la salvación de su alma pues, entre el puente y el río está la misericordia de Dios. 

Que el amor y la misericordia de Dios, siempre presto a perdonar al pecador contrito, alumbre nuestros más oscuros días y sea siempre nuestra esperanza. 

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