Dado que desde hace ya un tiempo hasta esta parte la Iglesia en general y los cristianos en particular y sobre todo en España y en Europa sufrimos una persecución solapada o directa, creo necesario que dejemos ya de lamentarnos por lo mal que están las cosas y que pasemos a la acción.
Cuando hablo de pasar a la acción hablo de tomar las armas que Dios nos da y que son: la Palabra viva de Dios, las enseñanzas del Magisterio de la Iglesia, los Sacramentos, el cultivo de las virtudes humanas y cristianas, la oración, la meditación, el compartir fraterno, el apostolado, la promoción y servicio a los más pobres, etc.
Nuestro objetivo no es imponer a nadie nuestra Fe, sino mostrarla a todos dando razón de la misma, pues creer es razonable y está plenamente de acuerdo con la naturaleza humana. Lo que no está de acuerdo con la voluntad de Dios hemos de rechazarlo .Lo que está de acuerdo con su voluntad hemos de secundarlo y practicarlo.
Por voluntad de Cristo, en la Iglesia, teniendo todos la misma dignidad y la misma vocación y misión común que es evangelizar, cada uno ocupa un lugar determinado. De ahí que los obispos deban encargarse de apacentar santamente las diócesis. Los sacerdotes deban dedicarse preferentemente a la oración y al ministerio de la Palabra, a confesar, a la Dirección espiritual de los fieles, a predicar valiente y humildemente la fe católica según las enseñanzas del Magisterio Eclesial, deben visitar a los enfermos, atender a los pobres, los migrantes, los marginados, las familias, las personas que viven solas o lo pasan mal, etc. Los diáconos están al servicio del obispo y del presbiterio en orden al buen funcionamiento de las comunidades cristianas, desde las más grandes hasta las más pequeñas o humildes. Están también los miembros de la Vida Consagrada masculina y femenina, activa y contemplativa. ¡Cuánto bien hacen a la Iglesia y al mundo! Visitémosles y ayudémosles en todo lo que necesiten.
Y están, por supuesto, los y las seglares, que son la mayoría del Pueblo de Dios. Su misión propia la realizan en medio del mundo dando sabor cristiano a todas las realidades de la vida, siendo sal, luz y fermento en medio de nuestra sociedad.
Por eso los ministros de la Iglesia estamos al servicio del resto de miembros del Pueblo de Dios para ofreceros el Pan de la Palabra y el Pan de la Eucaristía.
Nuestro mundo languidece porque se ha apartado de Dios y ha adorado a los ídolos en lugar de adorar solamente al Dios verdadero que nos predica la Iglesia. Y en esta tesitura compleja el Señor no deja de decirnos:
-Volved a mí, convertíos y viviréis, volved que no os pondré mala cara sino que derramaré sobre vosotros mi Espíritu y viviréis y daréis frutos de santidad.
Ésta es la batalla que hemos de librar: la de luchar contra el demonio y su ejército maléfico que desea nuestra destrucción, nuestro mal y nuestra condenación.
Luchamos contra Satanás con las armas que Dios nos da y que he citado más arriba. Sin unión con Dios estamos perdidos; unidos a él ganamos aunque a los ojos del mundo perdamos. Al Cielo se sube bajando y entrando en la humildad y en el perder.
Esto no es buenismo. Es imitar la bondad y el amor de Dios mismo que se nos ha revelado en Cristo por medio del Espíritu Santo que nos vivifica y santifica.
Y si se burlan de nosotros por ser cristianos o nos encarcelan o nos matan por el Nombre de Cristo, ¡alegrémonos y exultemos con acción de gracias si es que Dios nos otorga ese don de dar la vida por creer en él!
Vivamos siempre amando, sirviendo y perdonando a todos a semejanza de Jesucristo, nuestro Salvador. Si confiamos en él, todo irá bien. La historia lo muestra y lo demuestra.
¡Bendita sea la Santísima Trinidad!¡Ave María Purísima!
P. José Vicente Martínez, pbro.
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