No entiendo ni puedo entender hasta el momento cómo en la actual coyuntura histórica, social y económica en la que nos encontramos, al Gobierno de España y otros se les ocurre invertir en armamento, en leyes de su memoria histórica o memoria democrática, en imponer a los ciudadanos y a las pequeñas y medianas empresas cargas económicas excesivas, insoportables, inaguantables para la media de los trabajadores españoles: ésto por lo que se refiere al ámbito económico.
En lo referente a su ideología, están mostrando bien a las claras que no se trata de un socialismo moderado ni nada parecido, sino el más puro comunismo materialista y ateo, poco respetuoso con la Iglesia y con los cristianos: ahí está la propuesta de una formación política que apoya a este Gobierno y que reclama la demolición de la Cruz del Valle de los Caídos y que los monjes benedictinos sean expulsados de su propia casa: la Abadía.
Observamos cómo los políticos y los gobernantes que tenemos ahora en España, hablando en líneas generales, no se preocupan preferentemente del bien integral de los ciudadanos, sino de enriquecerse y ocuparse solamente de su fama, de su patrimonio, de su partido, de ese Gobierno social-comunista que se han inventado.
¿Quién busca verdaderamente el bien común y el bien integral de los españoles, de sus familias, de los ancianos e impedidos, de los imposibilitados y de las personas dependientes, de las mujeres embarazadas, de las víctimas, de los enfermos, de los desamparados, de los más pobres, de quienes malviven en condiciones indignas, etc.?
No parece ser ésa la prioridad del actual Gobierno español y de sus socios o compañeros de fatigas políticas.
Desde Europa ya nos han llamado la atención porque España se empobrece a la carrera y porque los gastos son mayores que los ingresos en una familia normal y corriente.
El número de desempleados es elevadísimo y las prometidas ayudas no llegan, ni siquiera el famoso IMV que se inventaron para paliar la crisis provocada por la pandemia.
Así es que cada uno o cada familia se las tiene que arreglar como puede para poder subsistir y cumplir con Hacienda, porque Hacienda somos todos, pero parece que unos lo sean más que otros: así es la vida para muchos, un verdadero infierno, un tormento insoportable, algo no querido por Dios.
Se ensalza a los culpables y a los amigos de los culpables y se vilipendia a las víctimas, se las ridiculiza, se ríen y se burlan de ellas, aunque de vez en cuando les hagan un paripé de homenaje o no sé cómo llamarlo.
Da la impresión de que es el mundo al revés.
Por otra parte, la llamada oposición es tibia, no dice toda la verdad, seguramente porque también tiene cosas que esconder (del pasado y del presente).
La distancia entre unos y otros es cada vez mayor en orden a sentarse juntos alrededor de una mesa para dialogar o conversar acerca de los grandes temas de Estado.
¿Y qué decir de los socios independentistas, separatistas, enemigos de la unidad de la Nación española?
¿Tendremos que conformarnos con dejar las cosas tal y como están, o vale la pena rebelarnos ante quien se opone descaradamente al bien común de los españoles?
Cuando digo “rebelarnos” no estoy apelando a ninguna guerra, ni al enfrentamiento, ni al odio, ni a nada que se le parezca.
Porque los seguidores de Jesucristo no debemos tomar parte en las obras de las tinieblas, sino actuar siempre y en todo momento movidos por una verdadera caridad cristiana, la que construye la amistad y la fraternidad humana, la que reconoce la auténtica dignidad de cada persona y de los pueblos y naciones, la que Dios nos otorga con tanto amor y tanta delicadeza por su parte.
En los cambios de época y en las épocas de cambio siempre han aparecido los verdaderos amigos de Dios, los santos y santas, nuestros hermanos; por ejemplo: San Vicente Ferrer, San Benito, Santa Catalina de Siena, San Francisco y Santa Clara de Asís, San Juan Crisóstomo, San Carlos Borromeo, San Juan de Ávila, Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz, el rey San Fernando, la todavía no beatificada Isabel la Católica, San Vicente de Paúl y Santa Luisa de Marillac, etc, etc (la lista sería casi inacabable).
Ellos nos enseñan, más con sus obras que con sus palabras, que cada uno en particular y los pueblos en general necesitamos convertirnos al Dios vivo y verdadero que Cristo nos ha revelado por ser Cristo el Hijo de Dios hecho hombre por obra del Espíritu Santo en las entrañas de la siempre Virgen María.
He ahí -desde mi punto de vista creyente- lo que en realidad de verdad necesita España, Europa, el mundo entero y cada persona singularmente considerada: volvernos hacia Dios, convertirnos a Él, poner en práctica su Palabra de vida, salud, felicidad y salvación.
De este modo el otro ya no es mi rival ni mi enemigo, sino mi hermano, pues somos hijos del mismo Padre que es Dios mismo, nuestro Creador y Salvador, que quiere nuestra felicidad temporal y eterna, y no solo la de cada uno en particular sino la de todos y todas.
En el año 1917, durante sus apariciones en Fátima, la Santísima Virgen María nos recordó las palabras de su Hijo Jesucristo, el Evangelio, la mejor Noticia.
Ahora falta que le hagamos caso para que, finalmente, el Inmaculado Corazón de la Madre reine y triunfe sobre el poder del maligno enemigo que es el diablo y no deja de acosarnos.
José Vicente Martínez.
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