Por: Epicteto, el opinador

Nos atañe ahora decidir cómo salir de las tinieblas en que la maldad ha sumido a nuestra amada Patria. Concluimos que se trata de una batalla entre dos maneras de conducir al país: la del respeto a los valores espirituales, al Estado de Derecho y a las libertades individuales, de un lado, y del otro, la de quienes emplearon todas las formas de lucha para llegar al poder y, desde allí, imponer el dominio del crimen y la destrucción de nuestra civilización.

Comprendemos que la guerra será sin cuartel y que conlleva buena dosis de sacrificios, Por eso, acude en nuestra ayuda la sentencia recogida por Arriano (El Enquiridion, numeral 53, siglo I D.C.): 

“Pasemos con coraje por ahí, pues es por ahí que Dios nos conduce y
nos llama. Los malvados pueden matarme, pero no perjudicarme”. 

No existe otra manera distinta a la de conformar una gran fuerza que, utilizando todas las herramientas a nuestro alcance, recuperando el poder y marcando un nuevo rumbo, diferente al de la maldad y la miseria que se ha entronizado en nuestra sociedad a partir de agosto del 2022.

En dicha movilización debemos participar, porque es nuestro deber como seres humanos y como hijos de Dios, todos los colombianos de bien. ¿Cómo localizar, identificar y registrar a cada uno? A través de los promotores del paro nacional y las marchas de protesta contra el régimen, detallando su domicilio y ocupación.No cometamos el disparate de entregar el liderazgo de los indignados con la izquierda totalitaria a los políticos que posan de opositores sólo mientras consiguen nuestros votos, para luego entregarse obsecuentemente al tirano.

A los politiqueros de oficio sólo los mueven sus propios intereses, y para nada les importa la suerte de los colombianos. Basta con recordar todas las normas que han aprobado para beneficio de los terroristas, consolidación del narcotráfico, crecimiento desmesurado de la burocracia, impunidad para criminales, alcahuetería con la corrupción, destrucción de la fuerza pública y empobrecimiento general de la población.  

En cambio, quienes ahora protestamos espontáneamente y nos sumamos a las convocatorias de ir a un paro nacional, lo hemos decidido así porque no nos conformamos con esperar pasivamente a que una pandilla de impresentables apoyada por el hampa nacional e internacional acabe con Colombia.

Nuestra fuerza es, por lo tanto, más poderosa que la de cualquier político. Nos va en ello nuestras vidas y las de nuestros descendientes, la suerte de una Patria que amamos, la defensa de unas creencias y costumbres que constituyen nuestro patrimonio espiritual, nuestra razón de ser. No vamos a luchas por puestecitos, contratos o inmerecidos privilegios.

Esa gran fuerza que estamos dispuestos a conformar deberá ocuparse, por supuesto de la actividad política para llegar al poder; dar la pelea en todos los ámbitos para la defensa de nuestros principios y valores tradicionales; defender el derecho a la vida desde la concepción; proteger a la familia como célula fundamental de la sociedad; luchar por la recuperación del respeto a la Democracia (perdido en el plebiscito que rechazó el pacto de La Habana y en la fraudulenta elección del guerrillero presidente); trabajar eficientemente en las redes sociales para llegar a todos los compatriotas; multiplicar los mensajes en pueblos y veredas  hasta que caiga el amenazador Leviatán alimentado con el dinero del pueblo, el engaño, la extorsión y la trampa.

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Están llamados a ocupar la vanguardia en esta patriótica cruzada los jubilados, cuyas pensiones corren grave peligro por las dictatoriales decisiones que se anuncian; los retirados de las Fuerzas Militares y de Policía, a quienes les duele el desmoronamiento a que están sometidas las instituciones que por tantos años han defendido nuestra soberanía y la integridad de los colombianos; los grupos pro-vida, que tantas luchas han librado en defensa de la vida y la familia; los asalariados, que ven como sus ahorros para pensionarse algún día sólo servirán para saciar el apetito derrochador de los nuevos reyezuelos comunistas; y, los creyentes en el evangelio de Cristo, cualquiera que sea su denominación, obligados a defender su fe contra los esbirros de esta doctrina marxista y atea que envenena a nuestra juventud con sus doctrinas materialistas y demoníacas.

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