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Tenemos que agradecer a ese magnífico historiador que fue Ibn Hayyan que nos permita conocer la verdad sobre al-Andalus, sin filias ni fobia

Foto: Pixabay

Disponer de traducciones fiables de textos básicos de la historiografía andalusí permite conocer verazmente al-Andalus. Es el caso de la obra más notoria del historiador Ibn Hayyan de Córdoba (987-1075), “Crónica del califa Abderramán III An-Nasir entre los años 912 y 942 ”.

     Que es una realista y exacta exposición del régimen del Estado Islámico andalusí en su momento de más poder, el siglo X, bajo la dictadura político-militar-religiosa del califa Abderramán III (891-961).

     Muestra el carácter esclavista de dicha formación social, así como su naturaleza muy monetizada y mercantil, lo que es coherente con una economía en que el modo esclavista de producción tiene un gran peso. Asimismo describe su condición intolerante y policiaca, al perseguir por un lado a los musulmanes heterodoxos, los seguidores de M. Masarra y, por otro, a los cristianos mozárabes que se resistían al sistema de humillación, persecución cuotidiana y violación psíquica a que les sometía el Estado andalusí. Además, resalta el altísimo nivel de violencia clasista, política, religiosa e interpersonal que padecía aquella cultura, con continuos asesinatos, rebeliones y matanzas, lo que está en consonancia con la magnificación del uso de la fuerza que caracteriza al islam. Abderramán III aparece como un dictador de una crueldad extrema, capaz de ordenar pasar a cuchillo a 500 prisioneros navarros tomados en el año 920 en la expugnación de la fortaleza de Muez, o de ejecutar en público a un buen número de sus oficiales, tras ser derrotado por las milicias concejiles de los pueblos libres del norte (leoneses, castellanos y vascos) en la decisiva batalla de Simancas, año 939. El tirano convierte a aquéllos en el chivo expiatorio de su propia cobardía e incompetencia, efectuando un acto de barbarie que Ibn Hayyan reprueba, “fue aquél un dia terrible, que espantó a la gente durante algún tiempo” afirma. Dado que no tenía más elemento de gobierno que el terror estatal (y la religión) estaba obligado a usarlo al por mayor.

También, relata los tormentos a que Abderramán III sometía a niños negros en su palacio, “haciéndolos perecer”, en lo que era un acto racista sádico. El racismo fue parte cardinal de la ideología y la práctica social del Estado andalusí teocrático. Al ser éste una potencia colonialista global principió la captura y trata de esclavos negros africanos, probablemente ya desde el siglo IX.  Recuérdese, también que en la batalla de las Navas de Tolosa, 1212, el califa almohade actuó de manera racista con los negros de su escolta.

La naturaleza atrabiliaria y sádica de Abderramán III no se puede explicar principalmente por factores psicológicos. Su raíz es estructural, y está en la naturaleza misma de la sociedad andalusí, una férrea dictadura militar-policial con cobertura clerical en la cual la gente común carecía de todo derecho y garantía mientras que las minorías mandantes poseían un poder omnímodo. En ella el individuo era nada mientras que el Estado y el clero lo eran todo. Por eso se producían continuas rebeliones para conquistar la libertad, como la de Omar Ibn Afsún, el héroe popular del campesinado andaluz en lucha contra el régimen terrateniente musulmán, a la que el califato de Córdoba reprimió con furor durante muchos años, hasta aplastarla. Ibn Hayyan relata numerosos episodios de tal epopeya.

      Su obra ofrece más datos de interés. En varias ocasiones presenta a las tierras de los pueblos libres del norte, en concreto a las tribus vasconas y a Castilla, como abundantes en alimentos, bien cultivadas y ricas en ganado (en una ocasión las describe como “llenas de bienes y vituallas”), lo que desmonta una de las calumnias habituales lanzadas contra aquéllos. Por el contrario, se refiere a las sequías temibles que padecía al-Andalus, causantes de miseria y sobre-mortalidad entre las depauperadas clases populares, en concreto durante los años 916, cuando “el hambre se extendió a todo al-Andalus”, 936 y 942. Ello fue consecuencia de la destrucción de los bosques, las roturaciones masivas y la desertificación que llevaba adelante la oligarquía terrateniente musulmana, con el fin de expandir las tierras de labor valiéndose del trabajo forzado, para abastecer a las megalópolis parasitarias como Córdoba y otras. Fundamentales son las alusiones sobre que el pueblo llano apoyaba a las milicias concejiles del norte, que incursionaban en al-Andalus sin que se informase a las autoridades musulmanas (“nadie las vio ni oyó”, menciona), y acerca de que las levas de reclutas andalusíes iban al combate a desgana, de “mal grado”, lo que encaja con todo lo sabido, que las enormes fuerzas militares del califato se basaban en hombres traídos de fuera, norteafricanos,  subsaharianos y eslavos, asunto que mide el descomunal antagonismo entre dominadores y dominados, explotadores y explotados, que existía en al-Andalus.

     Pero lo más estremecedor del texto es la cuestión de la mujer. Los harenes de la oligarquía andalusí estaban sobre todo formados por lo que Ibn Hayyan denomina “esclavas-madres”, inquietante locución que transmite el atroz estatuto legal y social que tenían entonces las mujeres, sometidas a un patriarcado de una virulencia máxima.

Ibn Hayyan ofrece dos testimonios escalofriantes. Cuenta que estando Abderramán III en un jardín con una de las esclavas de su harén se lanzó “sobre su rostro a besarla y morderla (sic)”, ante lo cual la esclava “torció el gesto” provocando la cólera del dictador que “mandó a los eunucos que la sujetaran y acercaran la vela al rostro, quemando y destruyendo sus encantos”, espeluznante tarea que culminaron “acabando con ella”. Imaginemos el terror que padecieron las otras 6.300 féminas integrantes del harén al enterarse de lo acaecido. Ibn Hayyan añade que en otra ocasión el califa ordenó a su verdugo personal que cortase el cuello a una niña del harén, en su presencia y sin salir de él, también por no haberse conducido sexualmente con él según deseaba, lo que el sayón hizo tras titubear, al parecerle un acto extremadamente cruel.

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     ¿Quiénes eran las víctimas? Podemos hacer su retrato robot con bastante exactitud. Los emires y califas andalusíes tenían una fijación en las mujeres vascas rubias y de ojos azules, de tal manera que apresaban el mayor número posible de éstas para venderlas en los más que florecientes mercados de esclavas de las ciudades andalusíes, donde eran compradas con destino a los serrallos de los altos funcionarios, jefes militares, clérigos coránicos y terratenientes.

     Así pues, es muy probable que las dos niñas víctimas del califa cordobés provinieran de una de las numerosísimas aceifas en Álava, con una edad comprendida entre los 9 y los 11 años (el Corán promueve la pedofilia). Eran atrapadas violentamente, traumatizadas al ver a sus familiares muertos a espada, llevadas a pie al sur en marchas agotadoras, vendidas públicamente en el marcado como si fueran ganado, violadas luego una y otra vez en los harenes, castigadas físicamente por los eunucos guardianes y, en ciertas ocasiones, torturadas y asesinadas por sus propietarios.

      Las que cita Ibn Hayyan pudieron ser esclavizadas en la devastadora entrada que las tropas califales hicieron en Álava y Navarra en los años 924 y 925, cuando según aquél “redujeron el país a cenizas”. Pero también es posible que fueran capturadas cualquier otro año, pues el califato guerreó sobre todo contra caristios, várdulos y autrigones, que fueron quienes con más determinación se les opusieron. Lo cierto es que no podemos fijar una fecha exacta, ya que casi cada año organizaban aceifas, incursiones de captura de seres humanos en el norte, y en cada una de ellas se apoderaban de miles, e incluso de decenas de miles, de niñas. Los ingresos por la venta de esclavos y, sobre todo, esclavas, eran una parte sustancial de las finanzas del aberrante Estado islámico andalusí.

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      La desesperada resistencia que los pueblos libres del norte opusieron a los ejércitos musulmanes en la batalla de Simancas tenía como motivo principal poner fin a las operaciones casi anuales de captura de niñas. Allí les derrotaron por completo ocasionándoles una 80.000 bajas (entre ellas el abuelo de Ibn Hayyan), estando a un tris de coger al mismo califa, que huyó de manera poco honorable. Abderramán III enfermó de pavor con lo que le aconteció en dicha batalla y ya nunca participó en expediciones ni combates. Quien cobardemente quemaba el rostro y asesinaba a niñas no fue capaz de pelear con valentía ese día. Simancas significó el fin de la hegemonía del imperialismo musulmán en la península Ibérica. Fue un duelo entre David y Goliat (el Estado andalusí era la mayor potencia colonial europea en ese tiempo, que explotaba muy eficazmente la mitad norte del continente africano) en el que quedó vencedor el bando inicialmente más débil.

      Todo esto conviene recordarlo ante el 2 de enero pasado, fecha en que con la capitulación de Granada en 1492, se pone fin a la existencia del Estado islámico andalusí. En tal día ciertos grupos de islamofascistas y de fascistas de izquierda [1] organizan algaradas en esa ciudad, reclamando la vuelta al dominio del islam, esto es, el retorno al régimen liberticida, terrateniente, esclavista,  de al-Andalus. En esa fecha el dinero de los Saud de Arabia,  corrió en abundancia por ciertos ambientes granadinos. De todo ello hay una víctima histórica y actual, las mujeres. Pero Simancas fue y será.

      Tenemos que agradecer a ese magnífico historiador que fue Ibn Hayyan que nos permita conocer la verdad sobre al-Andalus, sin filias ni fobias. Y también una parte de la verdad sobre los pueblos del Norte peninsular, con sus régimenes concejiles, comunales, consuetudinarios, plasmados en sus Fueros, de incorporación plena de las mujeres a las tareas de la vida social y de armamento general del pueblo en  milicias populares de los concejos, que tan efectivas manifestaron ser en Simancas, batalla modélica según las normas más exigentes del arte de la guerra. Estar orgullosos de lo positivo de nuestra historia, de lo que hicimos bien y con grandeza de miras, vacunados contra correcciones políticas, es un elemento fundamental para construir nuestro futuro, para llevar adelante las tareas de la contrarrevolución.

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