Por John Horvat

El libro China después de Mao: El ascenso de una superpotencia es una crónica detrás de escena del ascenso de China al poder mundial. El galardonado autor holandés Frank Dikötter es un experto en China que basa su investigación en el acceso a documentos gubernamentales y lo que presenció. Su historia es particularmente convincente porque no tiene ningún propósito más allá de tratar de explicar lo que observó.

Cuatro décadas después de la muerte de Mao Zedong, la nación comunista ha pasado del puesto 126 en la economía mundial al segundo. Los optimistas occidentales culpan de esta transformación a la creciente economía de mercado y al libre comercio. Sin embargo, el autor cuestiona la narrativa del “milagro económico” de China después de Mao.

Más allá del brillo de la metrópoli y la base industrial de la nación, se encuentra un inmenso sistema de contradicciones, ilusiones, corrupción, bancos en la sombra e intrigas políticas. La riqueza extrema existe junto con la pobreza abismal. La condición crítica del pobre pueblo chino sigue siendo terrible frente a un programa político que sirve sólo al Partido Comunista y sus líderes. Si hay un milagro que ver, es que China todavía sobrevive.

Esta es la narrativa más oscura y paradójica que nos da Dikötter. A medida que los actores, los hechos y las políticas cambian constantemente, una cosa se destaca: el Partido Comunista Chino es increíblemente consistente en su marcha de cuatro décadas hacia un socialismo cada vez mayor, no una economía de mercado.

El libro describe en detalle, casi en exceso, las luchas de poder y la brutalidad de esta marcha para mantener a la China comunista. Sin embargo, uno de los grandes méritos del trabajo es que destaca, entre otros, al menos cuatro COHERENCIAS del PCCh.

Lo que aún no sabemos

La primera nota constante es la falta de datos sobre lo que está sucediendo en China. China es un misterio donde la única regla es que nadie sabe nada de China… incluido el gobierno chino. Dada la proliferación de estadísticas falsas, ni siquiera hay forma de calcular qué tan grande es el país. Dikötter señala que en la mayoría de las cosas “sabemos lo que no sabemos. Pero en lo que respecta a China, ni siquiera sabemos lo que no sabemos”.

El gobierno central insiste en que cada sector logre sus propios objetivos. Los jóvenes funcionarios comunistas deben presentar el mejor marco posible para mantener el poder y el favor. Por lo tanto, China produce constantemente cifras infladas en las que nadie puede confiar. En el sentido contrario, las deudas y la escasez se subestiman para evitar que el fracaso sea percibido y castigado.

Los datos son peligrosos en China y es mejor dejarlos desconocidos e incognoscibles.

Una economía permanentemente controlada y no libre

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Los medios occidentales promueven el mito de una China que impulsa la iniciativa privada y la inversión. La realidad es una política coherente de ineptitud socialista, que Dikötter documenta con gran habilidad y detalle. Entre bastidores hay una constante lucha de poder entre ideólogos obsesionados con el crecimiento a expensas de la eficiencia económica. Una vez que se han establecido las fábricas, nunca se cierran y producen con exceso de capacidad, ya que siempre están aseguradas por subsidios y rescates gubernamentales.

En la economía socialista planificada de China, el mercado rara vez se considera. El Estado establece objetivos de producción, y los funcionarios del Partido luchan por alcanzarlos incluso cuando no hay demanda. El gobierno apoya a las industrias “zombis” que sería mejor dejar morir. Los almacenes se llenan de exceso de mercancía. Estos productos se vierten en el mercado mundial con grandes descuentos.

Del mismo modo, los funcionarios del gobierno compiten por proyectos de infraestructura financiados por una enorme deuda bancaria en la sombra y ayuda pública. Por lo tanto, China es una nación de centros comerciales vacíos, parques industriales y aeropuertos no utilizados. Los pueblos “fantasmas” han surgido en todas partes, sin que nadie los pueble.

Además, la riqueza no está bien distribuida, ya que la mayor parte va al Estado y no al pueblo. El entonces primer ministro chino, Li Keqiang, informó en mayo de 2020 que más de 600 millones de chinos vivían con solo $ 140 al mes.

Control coherente del comercio

China mantiene una política comercial coherente que favorece abrumadoramente al Estado comunista. Los funcionarios chinos se han vuelto expertos en atraer inversores y ejecutivos extranjeros para que se establezcan en el país y aprovechen la mano de obra barata. Además, siempre han mostrado la zanahoria del acceso a un mercado de consumo de mil millones.

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Sin embargo, Dikötter concluye que el único resultado de estos retiros es “un sistema bastante aislado capaz de aislar al país del resto del mundo”. El estado controla todo el comercio que generalmente va en una dirección, hacia el oeste. Mientras tanto, China ignora los derechos de propiedad intelectual y las regulaciones ambientales que le permiten producir a costos más bajos. Las innumerables reglas, manipulaciones monetarias, sanciones, bonificaciones, deducciones e incentivos del estado hacen de China “el campo de juego más irregular de la historia moderna”.

Cuando las empresas emiten acciones, la mayoría es asumida por el PCCh y las células del partido son cooptadas dentro de las plantas para garantizar el control, incluso cuando están asociadas con empresas occidentales.

Orientación socialista coherente

A pesar de las cambiantes luchas de poder e intrigas del Partido, la política más consistente del PCCh es su estricta adhesión al comunismo. Durante las cuatro décadas de liberalización, la dirección del PCCh nunca ha perdido de vista sus objetivos comunistas.

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Después de la muerte de Mao, el Partido estableció los Cuatro Principios Cardinales, que todavía están en vigor. Los principios son: “Debemos mantener el camino socialista. Debemos apoyar la dictadura del proletariado. Debemos apoyar a la dirección del Partido Comunista. Debemos apoyar el marxismo-leninismo y el pensamiento de Mao Zedong“.

Cuanto más insistía Occidente en que China se estaba volviendo capitalista, más afirmaban abiertamente los líderes del PCCh su fe inquebrantable en el comunismo. Los compromisos con Occidente eran sólo “herramientas capitalistas en manos socialistas”. China no hace ningún esfuerzo por ocultar este programa.

En 1998, el entonces presidente chino Jiang Zemin declaró: “El sistema político de China” no debe ser sacudido, debilitado o descartado en ningún momento. El modelo político occidental nunca debe ser copiado”.

Una trágica coherencia occidental

Sin embargo, la mayor y más trágica coherencia es la de Occidente. Como Marx predijo la caída del capitalismo, los occidentales ingenuos vieron la caída “inevitable” del comunismo. Han adoptado una política de crédito, concesiones y desarrollo industrial sin ninguna evidencia de cambio real.

El pensamiento poco realista de Occidente asumió automáticamente que el libre comercio conduciría inevitablemente a una sociedad libre. La democracia siempre parecía estar a la vuelta de la esquina. Los dirigentes y el público hicieron la vista gorda ante las violaciones masivas de los derechos humanos y la brutal represión de protestas como las de la Plaza de Tiananmen en 1989. Los hombres de negocios esperaron paciente y consistentemente a los mil millones de consumidores que pronto comprarían productos occidentales. Mientras tanto, las naciones occidentales han perdido empleos a manos de China.

El presidente Xi Jinping ahora está tomando medidas enérgicas contra la disidencia en China, fortaleciendo sus fuerzas armadas y volviéndose contra Occidente en alianza con Rusia, Irán y otros. Occidente pronto pagará el precio de sus ambiciones. Las políticas comerciales occidentales han creado un dragón monstruoso, listo para atacar a las naciones que ahora dependen de las exportaciones subsidiadas de China.

El análisis final de Dikötter, sin embargo, destaca algunos problemas importantes con el modelo chino. En estas cuatro décadas, China ha luchado por sobrevivir en medio de la corrupción, la mala economía y las estructuras defectuosas. La intriga, la brutal represión de la oposición y la ayuda occidental han llevado milagrosamente a la nación a este punto.

Sin embargo, no todo está perdido para Occidente si se opusiera a este sistema tan arrogante como de mal funcionamiento. El autor señala que China enfrenta “toda una serie de problemas estructurales de larga data, originados en sí misma”, que podrían alcanzar proporciones de crisis en el futuro cercano. Ha llegado el momento de romper la política coherente de rendición y abordar el problema de frente.

Fuente: Tfp.org, 25 de abril de 2023. 

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