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Francia, los musulmanes y la laicité

Estuvimos en París en el momento del atentado a Charlie Hebdo y la reacción unánime de los medios y los comentaristas fue “hay que profundizar sobre la laicité”.

Cualquiera sabe que la laicidad es una idea que viene de la Revolución Francesa para combatir la influencia cristiana en la educación, la vida y la cultura del pueblo francés.

Por supuesto que hay otras lecturas como asimilarla a la neutralidad del Estado en tanto árbitro de los conflictos interreligiosos entre católicos y protestantes. Pero la idea que prevalece es la primera.

Los datos oficiales afirman que en Francia hay cinco millones de musulmanes pero los extra oficiales nos hablan de diez a doce millones. Musulmanes que tienen hijos y nietos nacidos en Francia, que ya no saben ni de donde vinieron y que no tienen otro origen que el Hexágono.

Pero estos musulmanes, los franceses los llaman islamistas, no están integrados a la sociedad francesa, por mayor laicidad que se predique, porque como dice el español Juan Manuel de Prada morir en defensa del laicismo es tan ridículo como hacerlo en defensa del sistema métrico decimal”. Todo hombre intenta permanecer en su ser, esto es, al menos no morir, y si lo hace es por valores superiores: Dios, la Patria, la familia, los amigos.

Estos millones de personas, como pasó con los asesinos de Charlie Hebdo, no están integrados a nada. Lo dice muy bien Fabrice Hadjadj “Les Kouachi, Coulibaly, étaient «parfaitement intégrés», mais intégrés au rien, à la négation de tout élan historique et spirituel de la France”.

Integrados “a nada”. Qué integración se puede lograr de un inmigrante en cualquier país del mundo que no sea a los valores del pueblo a donde va. Un politólogo liberal de talla como Giovanni Sartori afirma: no hay inmigración sin integración, pues de lo contrario se destruye la democracia.

El tema es que la laicidad no es nada, no es un valor sino un disvalor, que viene a negar el  “impulso histórico y espiritual” que dio sentido a Francia dentro de la historia del mundo.

Nosotros tuvimos ocasión de hablar con un marmota como Jack Lang, antiguo secretario de cultura socialista, que le echaba la culpa del atentado a la escuela porque no se enseñaba desde los primeros años la existencia del Holocausto.

A lo que respondimos: señor, no es creando más confusión de la que existe hablándole a niños de seis años de un tema sobre el que los grandes triunfadores de la segunda guerra mundial, de Gaulle, Churchill, Eisenhower y Adenauer, no hablaron nunca en sus autobiografías, sino, en todo caso, enseñando la historia de la religión en Francia.

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Es muy probable que nuestra propuesta tampoco sea una solución porque tal como se muestran las cosas, lo más probable es que la población francesa sea reemplazada por una mezcla de musulmanes y extranjeros dentro de unos treinta años. La figura de la Madelaine es ya un dato del pasado. La francesita del tango ya no existe más, lo que tienen ahora son turquitas. Es más, la ministra de cultura es una linda turquita.

Puede leer:  “Policías por la libertad es un colectivo negacionista de la COVID-19”, el 15M y Q

La decadencia tiene un principio fundamental, y es que siempre se puede ser un poco más decadente. Y esto es lo que hemos visto en Francia. Una vida pública reglada por la racionalidad y una sociedad desintegrada. Uno camina por París y la coloratura (para hablar como Ugo Spirito) es mora, pues es difícil cruzar a un blanquino francés por la calle.

Si analizamos el tema desde el gobierno vemos que éste no puede salir del atolladero, porque la laicidad que propone profundizar es la que lo llevó a semejante situación: una sociedad civil partida en dos y desintegrada.

Una respuesta simple y lineal sería si el mundo musulmán sigue anclado en la edad media, entonces apliquemos la fuerza de la espada, expulsándolos y restringiendo su culto. Pero eso no se puede hacer, es de imposible realización hoy en el mundo.

Nosotros solo barruntamos la respuesta católica al problema, que es lograr su conversión, no existe una tercera posibilidad.

A Francia solo la puede salvar una revolución o mejor dicho, una contra revolución. Ante un mundo musulmán que aun está en la edad media, que no pasó por la etapa de la Ilustración ni de la modernidad, y que vive a Francia como un caserío de herejes, solo puede oponerle u ofrecerle la Francia como fillie ainée de l¨église, como hija mayor de la Iglesia. Francia tiene que mostrar al mundo musulmán, que se le ha instalado para siempre, su costado sagrado, su costado religioso, productor de tantas y tantas hazañas.

Si a los millones de musulmanes instalados en Francia, como también en Europa, se le ofrece como panacea la sociedad de consumo, agnóstica y prostituida, corrupta y viciosa en la que solo vale lo que se tiene y no lo que se es. Ese mundo musulmán nunca se integrará sino que más bien luchará siempre en su contra.

Francia, y con ella Europa, tiene que recuperar la religiosidad popular que tanto caracteriza a los pueblos iberoamericanos. Así, las grandes procesiones, las grandes marchas, los movimientos de masas enteras peregrinando a la Virgen que vivimos nosotros, son todos signos que indican que aun alienta aquí lo sagrado.

Francia y Europa en general, tienen que recuperar la sacralidad profunda que poseen con creces y que ha sido enterrada bajo la pesada loza de dos siglos de liberalismo y banqueros usureros. Esa sacralidad profunda y viva aun que se muestra en la actio sacra por excelencia  y que no debe confundirse con lo sublime, con lo bello grande, como lo hace cierto neopaganismo.

Todos sabemos que es muy difícil la integración de los musulmanes a las sociedades europeas, el padre Foucauld, que misionó durante largos años en África, así lo afirma, pero si estas sociedades no detienen la estulticia de querer solucionarlo con mayor laicidad es imposible la integración.

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