Para algunos es un tema tabú, del que se tiene miedo de hablar. Pero no deja de ser realidad: muchas mujeres abortan porque han sido presionadas, porque otros las han obligado, cuando, en lo más profundo de su corazón, querían tener el hijo.
Hay distintos tipos de presiones según la situación en la que se encuentre cada mujer embarazada. Si una chica es adolescente o joven (no casada) y vive en casa de sus padres, las presiones o amenazas pueden venir de los padres o de otros familiares. Son presiones que alteran enormemente la vida emocional de la hija. Recibe amenazas de ser expulsada de casa, o de no recibir más ayudas económicas para los estudios, o de perder el cariño de los padres, etc.
No son pocas las presiones que vienen del padre del nuevo ser humano. El novio (o el amigo ocasional), o, en el caso de mujeres casadas, el mismo esposo, llevan adelante una estrategia de tensiones y amenazas de diverso nivel, que hacen que la madre vea el aborto como la única solución. Es triste ver esa actitud de los varones ante la mujer, ese abandonarla con toda la responsabilidad de un hijo que es de ambos, ese acorralarla incluso con amenazas más o menos sutiles para que vaya, cuanto antes, a ponerse en manos de los que son especialistas del aborto.
Otras presiones vienen de la sociedad. Un jefe de trabajo, o un grupo de amigos y amigas, o los compañeros de universidad o de empresa, intentan convencer con argumentos emocionales a la nueva madre para que no haga “locuras”, para que no se arriesgue a ser señalada como “madre soltera”, para que no ponga en peligro la carrera o el puesto de trabajo, para que no vaya a quedarse sola con un hijo que no podrá cuidar con las atenciones debidas.
No faltan quienes asustan a la mujer con una extraña compasión. Le dicen: “piensa en el hijo, mira que nacerá en condiciones muy desfavorables, no seas egoísta, busca su bien”. Lo más extraño es que esa llamada a superar el egoísmo y a buscar el “bien” del hijo lleva a la “solución” de eliminarlo, de acabar con su vida. Como si matar a alguien sea igual que arreglar sus problemas.
La solución verdadera, en cambio, consiste en un apoyo familiar y social, completo y justo, a la mujer que decide acoger a su hijo. Pero como ese apoyo a veces implica dinero del estado, comprendemos por qué hay políticos que defienden con tanto ardor el “derecho al aborto”.
Los movimientos que buscan defender a la mujer en su dignidad y sus derechos no pueden guardar silencio ante estas situaciones. Cuando inicia un embarazo, hemos de reconocer, sin miedos, que hay dos vidas que merecen respeto. Siempre, porque son vidas humanas, porque existen, porque se encuentran entre nosotros. Abandonar a su suerte a la madre y al hijo diminuto, o ejercer presiones de diverso tipo para el aborto, significa despreciar a la madre en su vocación al amor y a la acogida del hijo, y al hijo en su dignidad humana (que es la misma que tenemos simplemente en cuanto somos seres humanos).
Por eso, hay que concientizar a la sociedad para que, entre todos, podamos superar estas injusticias. A los padres, para que eduquen a sus hijos a la responsabilidad. Una responsabilidad que también es de los padres si inicia un embarazo: tienen el deber de apoyar en todo a la hija y al nieto para que no sea “necesario” llegar al drama del aborto. A la sociedad, para que nunca una mujer pueda perder su puesto de trabajo por haber quedado embarazada. A los hombres, para que no se desentiendan de embarazos que han sido posibles desde su libertad y que, por lo tanto, implican que participen responsablemente en el mantenimiento económico de la madre y del hijo (que es también hijo de él). A los médicos, para que no colaboren en situaciones de opresión contra la mujer que se siente obligada a abortar sin que nadie defienda sus deseos de salvar la vida del propio hijo.
Es posible romper el clima de miedos y de presiones para que el aborto fácil y legal, o el aborto clandestino (con todos los peligros que implica), dejen de ser el penúltimo acto de un drama infinito: el drama de millones de mujeres a las que se niega el derecho fundamental que tienen de amar y defender a cada uno de sus hijos.