Que se sepa este aforismo y que se airee debidamente a diario y everywhere, donde se vea cada día, incluso en los lavabos donde antes se hacía filosofía revolucionaria y sexual, que ahora se quiere llevar a las escuelas de primaria y guarderías a juicio de la Carmena y la Uxue. ¡Era corrupción de menores entonces y a nadie le parecía adecuado ni progresista, sino una guarrada! ¿Nos equivocábamos, digo?
Es un principio afórico, un aforismo, una verdad elemental hija legítima de la experiencia –un axioma, que ante su propia obviedad hay que recalcar a diario para darle efectividad y convertirlo en machaca para mentes poco avezadas o avanzadas- así como inscribirlo en los frontispicios de las instituciones públicas, a la entrada de artistas, en las que se les olvida sin mala intención, no me cabe duda, y que se solapa a la primera de cambio en cuanto cierran los colegios electorales y entran en materia, incluso al calor de la oposición. Se les va el santo al cielo ¡ay, pobriños! con tanta dedicación al prójimo.
Debería anteponerse a la máxima administrativo-política reinante en los tres poderes del Estado desde cuando Carolo -que deben entenderse entre ellos en voz alta y en espacios públicos, a la vista de los paganos que son los que mandan- que se han criado bajo los principios patéticos del Tarde, Mal y Nunca, los dineros públicos no son de nadie, ahí me las den todas, al que Dios se la de san Pedro se la bendiga, la vergüenza pasa y el dinero queda en casa y otras naderías que tienden al soslayo y al trinque.
A lo largo de la historia se les ha denominado adagio, apotegma, refrán, proverbio, sentencia… Al fin paremiología, ciencia bien asentada en la sabiduría popular, mira tú, e instrumento muy útil en las ciencias difusas y confusas, contrapuestas a la transparencia, al control por los interesados y a la verdad, de las que es paradigma –y a nadie se nos oculta- la política como reina de la prestidigitación y la marrullería a combatir.
Es, simple y absolutamente necesario, si no queremos continuar escuchando gilipolleces cada día de nuestra vida, poner las cosas claras desde primera hora de la mañana y con el estómago vacío, antes de que haya o aparezcan las tentaciones sanantonianas, que la carne es débil y muy olvidadiza en estas materias que tanto nos afectan a muchos muchas veces. Ya me gustaría que fuese a pocos y pocas veces, pero no.
¡Cuantos disgustos se evitarían con la higiene preventiva!
Quienquiera que alcance ese grado de gracia que ahora supone una concejalía, una diputación, un escaño, una presidencia de autonomía u otro puesto de servicio al prójimo –a los que se ofrecen con un romanticismo enternecedor tantos y tantas– que no lleve aparejados los votos de castidad, pobreza y obediencia sin ceguedad, debe tener a la vista y en caracteres claros, cosas tan sencillas y patentes. Hasta el Rey, diría yo.
En mis tiempos todos sabíamos que registros y notarías eran la mejor lotería. Pero amigo, había que clavar los codos y bien. Luego las bienpagás de Miguel de Molina eran los escaños, las presidencias giratorias, las concejalías plenas de oportunidades, gabelas, escurriduras, prebendas, capellanías y sinecuras.
Es tan elemental lo que propongo como que se habitúen estas buenas gentes, llenas de sanas intenciones de servir a los demás, en su generosidad franciscana sin límites que les conduce a ello, porque les pilla tarde quizás para profesar en un convento de ursulinas/os, que se les ayude a tener presentes cosas tan sencillas para evitar que se les abra la boca ante un juez artero -incluso hetero- que les pone al día de las generales de la ley y en su humildad desinformada se nieguen a declarar o aducir lo de servidor/a no sabía, a ver si cuela. ¡Vergüenza!
Lo de niño, caca, y esto no se toca, debe inculcárseles desde la primera comparecencia y en pleno destete. Lo de Memento mori y Respice post te, hominem te esse memento. Mira tras de ti y recuerda que eres un hombre y que morirás. Esto en Roma se les recordaba machaconamente y a la que se les coronaba de mirto o de laurel, para evitar que se subiesen a la parra más allá de lo que les correspondía en buena ley.
Vamos, que no les había tocado la primitiva y que no existía la patente de corso tan en boga hoy día. Creo que detalles como este pondrían en su sitio y de salida, en la pole de los políticos, a muchos olvidadizos, que la cárcel y la vida de penado no tiene gracia y da mucho ardor de estómago.