Cada vez se nos hace más difícil explicar el fenómeno de masas que significa el independentismo catalán desde meras categorías políticas. Por ello hay que buscar recursos en otras disciplinas y se nos ocurren muchas. Una de ellas es la Psicología Criminal. No se espanten … no incitaremos al odio para que no nos denuncien. Más bien, queremos explicar por qué el independentismo se ha ido imponiendo en la sociedad catalana ante el silencio y la inanición de muchos catalanes. Uno de los muchos paradigmas que suele estudiarse en Criminología es el denominado “caso Genovese”. Aconteció en 1964 y sacudió la confianza en la pretendida solidaridad entre los miembros de una comunidad vecinal.
Era la noche de un 13 de marzo y una joven de 29 años, Kitty Genovesse, que vivía en un apartamento de Queens (Nueva York) fue atacada por un delincuente apenas a 30 metros de su casa. Este la apuñaló tres veces y ella, intentando huir, lanzó gritos a la desesperada. Algunos vecinos asomaron las cabezas en silencio por la ventana. Pero sólo uno de ellos atinó a gritar al agresor que dejara en paz a la muchacha. Bastó ese grito para que el atacante huyera. Pero nadie salió a auxiliar a la chica ni aparentemente llamó a la policía. Por ello, el asaltante -al cabo de poco- volvió y continuó apuñalándola. Cuando ya agonizaba la pobre chica, la violó y le robó el poco dinero que llevaba. Nadie se atrevió a salvarla.
Este caso saltó a la fama gracias a un artículo de cabecera en el The New York Timesfirmado por Martin Gangsberg. En él se hacía hincapié -no en los hechos en sí- sino en la insólita falta de reacción de los vecinos. Decía el articulista que incluso uno de ellos había subido el volumen del televisor para no escuchar los gritos. Hoy se estudia este caso en la Psicología Criminal como el prototipo de reacción social frente a hechos violentos contra una víctima (es verdad que el periodista distorsionó algo los hechos, pero el paradigma nos sirve igual). No podemos evitar el establecer la relación con la ausencia de reacción de una parte de la sociedad catalana ante las agresiones del nacionalismo, para explicar la impunidad con que campa por nuestra tierra.
Sólo el caso de la niña maltratada en una escuela de Tarrasa por su profesora, por pintar una bandera española, tendría que haber sublevado a la mitad de la sociedad catalana que se dice no nacionalista. ¿Qué hubiera pasado en caso contario? Pues que el independentismo hubiera convocado cientos de miles de manifestantes en el centro de Barcelona, considerando ese hecho un casus belli. Sin embargo, sólo se produjo una tímida respuesta social por parte de los no nacionalistas. El asunto se ha saldado con que la madre ha tenido que cambiar a su hija de colegio. Igualmente se ha sobreseído el caso de los niños de Guardias Civiles acosados en la escuela por los profesores; o se detienen ciudadanos por limpiar Cataluña de símbolos que atentan contra el Estado de Derecho (lazos amarillos y esteladas) y al Estado ni se le ve ni se le espera (como a la policía del caso Genovesse).
La lista es interminable: multas lingüísticas, imposición de la inmersión lingüística, incluso casos de espionaje ilegal. Muchos hemos sentido y sufrido ese estado de desamparo por parte de la comunidad en la que vivimos (que dice pensar como nosotros) y de los encargados de velar por el cumplimiento de la ley (el estado se ha convertido en “el ausente”). Recordemos que el asesino de la chica volvió al lugar del crimen al comprobar que no pasaba nada. Nos recuerda que la falta de reacción en su momento, por parte del Estado, ante el referéndum de Artur Mas (el 9N), llevó al independentismo a convocar sin ningún temor el del 1-O, que tanta cola ha traído.
Los independentistas campan a sus anchas como el asesino de Kitty Genovesse. Saben que no van a encontrar casi ni oposición social, ni política, ni estatal. Se siente protegidos por la paralización social a la que han conseguido someter al resto de catalanes. Ello ya había ocurrido en Vascongadas. ETA había reducido al silencio a la mitad de los vascos por el miedo a morir físicamente. El nacionalismo catalán lo ha conseguido enarbolando un supremacismo que amenaza con la “muerte civil” a los que no pensamos como dicta la Generalitat y TV3. ¿Y por qué soportamos tal tiranía? ¿Por qué muchos catalanes quieren ignorar el drama de una fractura y enfrentamiento social? Ante nuestro asombro, hacen como aquel vecino de Queens, ponen la televisión más alto para no enterarse de la realidad.
En el fondo, lo que había detectado el caso Genovese era un alto grado de individualismo en personas que preferían inhibirse en aquellas cuestiones que creían que no les afectaba directamente o que podía poner en peligro su vida bienestar personal. Sin embargo, aquel criminal podía haber regresado otra noche al barrio y violar y asesinar a la hija del que se evadió subiendo el volumen de la televisión. Entonces las lágrimas llegarían, y en nuestro caso llegarán, demasiado tarde. Mirar al otro lado ante la patente opresión a la que nos somete el nacionalismo, es simplemente retrasar lo que ha de acontecer.
No por cerrar los ojos dejarán de despreciarte y expulsarte de la tribu de los escogidos. No por esconder la cabeza bajo el suelo, te librarás de la represión civil, económica y de cualquier otro tipo. Los vecinos de aquella comunidad de Queens tenían que haber salido a la calle y salvar a la chica y no esperar que la policía se encargara de ello. Igual que la población de tarrasa tenía que haberse sublevado al enterarse del menosprecio y maltrato hacia la niña que pintó una bandera española. Por desgracia, los que esperan que el Estado resuelva el asunto del independentismo catalán, son tan ingenuos como los que esperaban que la policía apareciera para salvar a Kitty Genovesse. Si no actuamos nosotros, nadie lo hará por nosotros.
Javier Barraycoa