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“Malvinas 1982” de David Díaz Cabo

La cuestión es que la Guerra de las Malvinas fue un caso excepcional de guerra de alta intensidad con armamento avanzado occidental.

Por Jesús M. Pérez Triana.

Malvinas 1982. Crónica del conflicto del Atlántico Sur es un libro publicado en España en el año 2018 por HRM Ediciones. Y creo que viene a cubrir un vacío editorial importante, porque, considerando la relevancia del conflicto, la producción bibliográfica en España es escasa. Sólo recuerdo sobre el tema el libro La campaña de las Malvinas publicado en 1985 por la editorial San Martín y el espacio dedicado en algunas colecciones de fascículos semanales. Muchos años después el trío de revistas dirigidas por Salvador Mafé (Fuerza Aérea, Fuerza Naval y Fuerza Terrestre) publicarían unos cuantos artículos, la mayoría de autores argentinos y sobre la vertiente aérea.

La cuestión es que la Guerra de las Malvinas fue un caso excepcional de guerra de alta intensidad con armamento avanzado occidental. Y aunque la tecnología empleada es de los años 70 y los resultados no son extrapolables con la actual generación, hay bastantes lecciones que extraer. El tema de Malvinas, como sabe cualquiera que haya leído fuentes argentinas, genera emociones bastante intensas. Pero en este libro tenemos una versión aséptica, lo que refleja el uso de fuentes de ambas partes. Y ante la duda, se recogen las versiones opuestas. También es destacable que ese tono aséptico cumple una función desmitificadora.

Los hechos, imagino que son de sobra conocidos. Fuerzas argentinas tomaron el control de los archipiélagos de Malvinas (2 de abril de 1982) y Georgias del Sur (3 de abril de 1982). La respuesta británica fue reunir una fuerza aeronaval que incluía los dos portaaeronaves HMS Hermes y HMS Invencible, un número considerable de escoltas, buques de asalto anfibio, buques de transporte de la Royal Fleet Auxiliary y buques civiles requisados. La armada británica envió también submarinos a la zona de operaciones, uno de los cuales hundió el crucero argentino ARA Belgrano.

El dispositivo defensivo argentino se concentró en la capital de la isla Soledad, la isla más oriental de las dos mayores del archipiélago, y fue sometido a un acoso por aire y por mar por diversas misiones de bombardeo de largo alcance lanzadas por la aviación británica desde isla de Ascensión y por el cañoneo nocturno de buques de la armada británica. Finalmente, el 21 de mayo una fuerza británica desembarcó en la bahía de San Carlos, en el extremo opuesto a la capital de la isla Soledad. A partir de ahí, las fuerzas británicas avanzaron hacia la capital de la isla, produciéndose sucesivos choques de patrullas de reconocimiento de unidades de operaciones especiales. La capital de isla Soledad estaba rodeada por colinas, ocupadas por las fuerzas argentinas. Tras sucesivas batallas que fueron desalojando a los defensores de las alturas que rodeaban la capital, la guarnición argentina se rindió el 14 de junio.

Lo primero que llama la atención de Malvinas 1982. Crónica del conflicto del Atlántico Sur es que el libro es en sí mismo una enorme cronología. Tras una presentación del contexto del conflicto y las fuerzas enfrentadas, nos encontramos un enorme capítulo titulado “Crónica de la Guerra de las Malvinas” que abarca de la página 23 a la 185. Los acontecimientos son desgranados día a día, arrancando cada uno con una descripción de las condiciones meteorológicas. Esto le da agilidad al relato de los acontecimientos pero yo echo de menos en un libro así un estudio de los planteamientos estratégicos de cada bando. Además el libro se centra en los hechos de armas en sí, sin mucha información sobre lo sucedido en los planos político y diplomático. Es decir, los acontecimientos en los pasillos del poder de Buenos Aires y Londres están ausentes. Y si bien es verdad que eso daría para un libro aparte, me hubiera gustado leer algo más sobre el proceso de toma de decisiones. Porque es de sobra conocido, por ejemplo, que los recelos y rivalidades entre la Fuerza Aérea Argentina (FAA) y el Comando de la Aviación Naval (COAN) provocó una falta de coordinación que repercutió negativamente en el desempeño argentino de la guerra. También es de sobra conocido que fueron las presiones desde Londres para que las fuerzas desembarcadas en las Malvinas “hicieran algo” lo que llevó a enviar al 2º batallón paracaidista (2 PARA) a atacar a las fuerzas argentinas que defendían en Prado del Ganso el istmo central de isla Soledad, donde se ubicaba la Base Aérea Militar “Cóndor“. En aquella batalla moriría el teniente coronel “H.” Jones,  jefe del 2 Para.

El nivel de detalle sobre los acontecimientos que ofrece el libro nos aporta unas cuantas lecciones sobre la guerra. La primera cuestión que llama la atención en el libro es la realidad práctica de lo que Carl von Clausewitz llamó “fricción de la guerra”. Misiones de ataque aéreo suspendidas por mal tiempo, bombas que no se separan del soporte al ser lanzadas, colisiones en el aire, accidentes en bancos de niebla, aviones que se salen de la pista por culpa del hielo, misiles que encienden el motor y caen a los pocos metros del lanzador, bombas que impactan en el blanco pero no estallan, etc. El relato de los hechos es una sucesión de fallos mecánicos, averías eléctricas, accidentes, corte de comunicaciones y fuego amigo que dista de los relatos épicos habituales.

Una parte de la responsabilidad de tanta avería y error recae en la pura estadística. En un conflicto de alta intensidad el elevado número de operaciones en un entorno geográfico exigente hace inevitable que aumenten los accidentes y fallos. Pero en el caso de los misiles antiaéreos británicos llama la atención el escaso número de derribos. Y es que como explica el autor en uno de los apéndices finales donde se trata la organización, materiales y bajas de los bandos enfrentados, los sistemas de misiles antiaéreos británicos de la época (SeaSlugSea DartSeacat, etc.) fueron diseñados teniendo en mente enfrentar en el Mar del Norte a los bombarderos de largo alcance soviéticos, no a aviones pequeños como los A-4 Skyhawks volando a baja altura con la costa de fondo.

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Mención aparte merecen las bombas lanzadas por los Skyhawks y Dagger argentinos que impactaron en el blanco y no estallaron. En el Anexo III del libro se mencionan los buques británicos que fueron alcanzados por bombas que no estallaron: HMS Glasgow (una), HMS Argonaut (dos), HMS Antrim (dos), RFA Sir Galahad (una), RFA Sir Lancelot (una), RFA Sir BedivereHMS Broadsword (una), RFA British Eye (una) y HMS Playmouth (cuatro). El problema estuvo en el perfil de ataque empleado. Las espoletas de las bombas de aviación están pensadas para ser lanzadas desde una cierta altura para evitar que la explosión alcance al avión lanzador. Los aviones argentinos soltaban sus bombas volando muy bajo y las espoletas no entraban en acción. Es una especulación interesante pensar qué hubiera pasado si los argentinos hubieran regulado las espoletas correctamente.

El papel de los pilotos argentinos es destacado, por su valentía, en toda crónica que se precie sobre la guerra de las Malvinas. En este libro se da cuenta de un fenómeno del que nunca había oído hablar: los pilotos que volvieron sin haber atacado ningún objetivo por averías que no fueron encontradas luego por los técnicos en tierra. Se sospecha que fue una forma que tuvieron muchos de evitar arriesgar la vida. También se menciona en el libro el conato de motín de los pilotos de combate argentinos ante la sucesión de pérdidas y bajas que atribuyeron a una mala planificación. Y es que el recuento de misiones día a día que hace el libro termina por presentar un panorama bastante pobre de la actuación de las fuerzas armadas argentinas, considerando la cantidad de misiones fallidas por averías, errores de navegación, fuego amigo, fallos en la comunicación con las fuerzas terrestres y sobre todo por una constante falta de información sobre la ubicación y actividades del enemigo.

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La absoluta falta de preparación argentina para una guerra aeronaval se comprende cuando tenemos en cuenta el dato de que Argentina entra en la guerra con la mayoría de los aviones de ataque naval Super-Étendard comprados a Francia sin recibir y con los aviones de patrulla marítima P-2 Neptune al final de su vida operativa. Así, en la guerra sólo fueron empleados cuatro Super-Étendard y un quinto se reservó para repuestos. Mientras que los dos últimos P-2 Neptune fueron dados de baja durante el conflicto porque células y electrónica estaban al límite. Trabajando conjuntamente, los pilotos de ambos aparatos de la armada argentina lograron hundir el destructor HMS Sheffield.

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En total, los argentinos hundieron dos buques británicos con cuatro aviones Super-Étendard y cinco misiles Exocet en tres ataques. Queda preguntarse qué hubiera pasado de haber contado la armada argentina con el escuadrón entero y sus correspondientes misiles Exocet encargados a Francia. El caso es que tras la baja de los P-2 Neptune las fuerzas argentinas se quedaron a ciegas y tuvieron que recurrir a sistemas tan rudimentarios como enviar a los aviones de transporte C-130 Hércules a las zonas donde se sospechaba que operaban buques británicos, elevarse lo suficiente y comprobar si el sistema de identificación amigo-enemigo alertaba de una emisión de radar hostil. En una de esas misiones fue derribado un C-130 argentino el 1 de junio.

Otro aspecto que me llamó la atención y que refleja el libro es el consumo de municiones. El libro dedica el Anexo V a la artillería y menciona el consumo de proyectiles de la artillería argentina: 45 piezas consumieron 17.000 proyectiles. Las cifras británicas para 30 piezas Light Gun de 105mm. son parecidas (no encuentro la referencia en el libro, pero superaban las 10.000). Se menciona también el caso de un buque de guerra británico que agotó la vida útil del cañón principal.

Al igual que la aviación argentina, que lanzó un buen número de misiones sin resultado por falta de información sobre la ubicación del enemigo, la artillería argentina parece que dio también bastantes palos de ciego. A lo largo del libro se da cuenta de la constante actuación de oficiales británicos encargados de realizar la corrección de los fuegos de artillería. De hecho, los británicos desplegaron una unidad especializada: la 148ª Batería de Observadores Avanzados. Según el libro, los británicos desplegaron un observador de artillería por cada batería mientras que los argentinos contaron uno por grupo de artillería. Se dio el caso en los combates finales que la artillería argentina disparó contra ubicaciones prefijadas por donde se sospechaba que avanzarían los británicos pero donde sin embargo no había enemigo alguno simplemente porque los artilleros argentinos no contaban con observadores avanzados para dirigir y corregir el tiro.

Otro aspecto del conflicto que me llamó la atención es el número limitado de fuerzas desplegadas. Los británicos desplegaron dos brigadas con un total de ocho batallones (3 de infantes de marina, 2 de paracaidistas, 1 de guardias galeses, 1 de guardias escoceses y 1 de gurjas), de los que dos apenas entraron en combate. Todas ellas eran unidades profesionales, destacando infantes de marina y paracaidistas. Por su parte, los argentinos desplegaron un ejército con tropa realizando el servicio militar. El libro cuenta que las unidades argentinas más preparadas, tropas de montaña y paracaidistas, se reservaron para un posible enfrentamiento con Chile en la frontera.

Un aspecto que no había visto cubierto en libros de historia militar es el desastre de la logística militar argentina, que dejó a sus soldados ocupando posiciones defensivas estáticas, soportando frío y humedad, sin suficiente comida. El libro menciona un caso de muerte por desnutrición, catalogado oficialmente de muerte por intoxicación alimentaria. La búsqueda de comida parece que dio lugar a bastantes situaciones penosas.

La falta de un estudio de los planteamientos estratégicos nos priva de entender las deliberaciones en los los distintos bandos. Sí sabemos, por el mero estudio del despliegue argentino, que se esperaba poco menos que un asalto directo a la capital de las islas. Así que los británicos sólo tuvieron que desembarcar en lado opuesto de la isla y consolidar una cabeza de playa. No está de más tener en cuenta la guerra de las Malvinas como ejemplo de asalto anfibio moderno, con tantos textos sobre el tema que siguen anclados mentalmente en la primera secuencia de “Salvar al soldado Ryan”.

Esa falta de un estudio en profundidad de la toma de decisiones nos priva de los pasos que llevaron al desastre británico de Bluff Cove del 8 de junio, donde el mando de la 5ª Brigada de Infantería del ejército británico tomó decisiones sobre una operación de desembarco anfibio sin el criterio y experiencia necesarios. Los buques de asalto anfibio británicos, moviéndose a plena luz del día, fueron atacados por la aviación argentina. 58 militares británicos murieron, el episodio de la guerra donde más bajas sufrieron las fuerzas británicas.

Una clave de aquella guerra (y de todas) fue la logística. Tras el hundimiento del crucero ARA General Belgrano por un submarino británico, el cruce por mar desde la Argentina continental a Malvinas se determinó muy peligroso. Así que todos los suministros argentinos tuvieron que llegar por vía aérea, con lo cual las fuerzas argentinas se encontraron recibiendo menos suministros de los esperados y necesitados. Por su parte los británicos movilizaron a 22 buques de la Royal Fleet Auxiliary y 62 buques civiles militarizados para sostener el esfuerzo de guerra. Todos aquellos buques no necesariamente estuvieron en zona de guerra, sino que muchos sirvieron llevando suministros desde el Reino Unido a isla Ascensión. Es imposible no dejar de pensar qué implicaría para un país europeo realizar tal esfuerzo logístico en 2020.

La lectura del libro desde luego me ha resultado desmitificadora en un buen número de aspectos novedosos para mí. El número insuficiente de sistemas modernos para la guerra aeronaval y el bajo rendimiento de los sistemas británicos nos impiden sacar conclusiones totalmente extrapolables sobre la guerra naval moderna, pero sí sobre la guerra aeronaval y las operaciones anfibias en general. El trabajo de David Díaz Cabo nos presenta además la realidad cruda de la guerra, contra la que se estrellan los planes: desde el consumo desorbitado de municiones a los múltiples problemas de averías, confusiones y errores con trágicas consecuencias.

Este artículo se publicó por primera vez en Guerrasposmodernas.com

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