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El juego de la democracia

Te roban, te atracan amparándose en su fuerza y te ofrecen a cambio algunas cosas que puedes querer, pero más caras y de peor calidad que si las fueras a comprar por tu cuenta.

Vivo en una casa muy grande, con mucha gente. No hay problemas de espacio porque hay muchas habitaciones, así que estamos todos bien acomodados. Como la casa es de todos, algo así como un proindiviso, todos nos podemos mover libremente por todas las habitaciones y cobijarnos donde nos parezca bien y, claro está, todos corremos con los gastos de agua, luz, reparaciones de tejado y todo eso que hay que pagar en las casas.

De vez en cuando elegimos a los que se encargan de esas cosas que nos afectan a todos. Los elegimos votando, democracia dicen que se llama el sistema y hay unas normas que cumplir.

El asunto es que desde hace un tiempo tengo la sospecha, el pálpito, un no sé qué me da, que estoy jugando a un juego que se parece mucho a aquello que, cuando era pequeño, quería hacer de vez en cuando algún aprovechado algo mayor que nosotros. Es decir, que estoy jugando a un juego en el que pone las normas uno de nosotros y, curiosamente, todas le favorecen y todas van en contra de los demás.

Cuento aquí cómo son las cosas, a ver qué les parece a ustedes.

Los que hasta ahora se encargan de las cosas comunes, los que manejan los dineros, dicen que solamente se puede elegir para seguir llevando el asunto a ellos mismos. Bueno, alguna vez permiten que sean sustituidos por otros, pero siempre a otros que ellos han propuesto previamente.

Una vez elegidos, este simpático grupito dice que ellos son los únicos que pueden decidir qué se puede hacer y qué no en todos los rincones de la casa, y que, además se van a quedar con la mitad del dinero que ganan todos los que vivimos allí para luego decidir (entre ellos y solo entre ellos) qué se hace con ese dinero.

Entre las cosas que puede decidir el grupo elegido se incluyen cosas tales como que te pueden quitar más dinero, decirte dónde puedes quedarte a dormir, el tamaño de tu cama, el tipo de zapatillas que puedes usar para caminar por la casa, quién te va a atender si te pones malo y en qué habitación, las medicinas que puedes tomar, lo que se le va a enseñar a tus hijos, que se puede meter a estos en una habitación todos juntos para que alguien (elegido por ellos) les meta en la cabeza historias (pensadas por ellos) que siempre los ponen, oh casualidad, como los buenos de la casa…

También deciden hasta cuándo tienes que trabajar y cuánto dinerito te van a dar cuando seas mayor.

Como eso de que ellos decidan qué te dejan hacer y eso de que le quiten el dinero a los demás por obligación es algo que no siempre lo entiende bien el resto (sobre todo los cabezotas que se pasan el día trabajando duro y están preocupados por su familia), se han rodeado de dos grupitos de simpáticos muchachos que les ayudan a explicar las cosas con pedagogía moderna.

En el primer grupo visten todos igual y se dedican a andar todo el rato de un lado para otro observando qué hace el resto y quitándoles más dinero si no hacen lo que los que dirigen han dispuesto. Multas lo llaman, y te las ponen dejando ver sus armas (sabiendo que los demás no podemos llevar armas porque, oh casualidad, lo han prohibido los que mandan). Si no quedas del todo convencido, te llevan por la fuerza a una habitación oscura y fría, con la puerta blindada, en la que pasas un tiempecito.

El tiempo que pasas en esa habitación lo decide el otro grupo de amigotes de los mandamases, que bajo el disfraz de un sayal negro muy oscuro, dicen que saltarse las normas que han puesto los que mandan está muy, pero que muy mal.

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A estos dos grupos les pagan los que mandan con el dinero que antes han quitado a los que tienen algo, por lo que se comprende que no suelen protestar demasiado. Es verdad que, la mayoría de las veces no les pagan mucho, pero bien mirado no se tienen que preocupar más que de hacer lo que les dicen y cobrar a fin de mes.

Alguna vez hay discusiones porque siempre hay gente díscola que piensa que el dinero que tan dulcemente les es arrebatado por nuestros queridos dirigentes debería ser gastado en cosas más o menos necesarias. Por ejemplo, en arreglar el tejado, alicatar de nuevo un baño que está un poco cochambroso, poner persianas nuevas o subir algo la temperatura de la calefacción porque los niños pasan frío, en lugar de en esas otras cosas que a los primeros les gustan.

Me refiero a tener su habitación y solamente la suya más calentita, su baño bien alicatado, una televisión gigante para ellos solos, además de invitar a gente de otras casas a pasar tiempo en la casa con todo pagado, o pagar a gente para que viva sin hacer nada a cambio de votarles, pagar a otros para que hagan cosas que parecen necesarias pero no lo son (funcionarios los llaman) a cambio de elegirles, pagar a gente para que les digan a los niños que no son niños, sino que son otras cosas, o peor aún, que son lo que quieran ser, para que les digan que tienen que ser obedientes y votar siempre a los de siempre, o correrse fiestas y fiestas bien regadas de champán o subirse el sueldo que ganan ahora y el que ganarán cuando ya no sean los que dirigen…

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A estos díscolos les dicen que sus críticas son de gente poco sensible con los demás, un tanto egoísta, que solamente quieren quedarse con su dinero para cosas tan absolutamente odiosas como alimentar a su familia, darles buena educación, enseñanza, tener una casa decente y ahorrar para que cuando sean mayores puedan vivir dignamente y no con las migajas de pensión que los de las fiestas le dejarán.

Les dicen que todo debe ocurrir según lo establecido porque hay un contrato, social lo llaman, que alguien firmó alguna vez aunque no se ha visto copia nunca por ningún sitio. Y como no hay original ni copia, nadie encuentra la manera de rescindir el puñetero contrato, así que no les queda otra que aguantarse, callar y pagar. La alternativa es ser etiquetados como asociales, como gente insensible con los pobres.

La alternativa es poner a otros a mandar, de los suyos, para que hagan exactamente lo mismo, de modo que su situación no cambie en absoluto, pero pierdan todo motivo de queja.

Ahora ya me pueden decir si tengo motivos para escamarme con el jueguecito este al que tengo que jugar obligatoriamente.

Pero, en contadas ocasiones me encuentro con algunos, casi siempre cuando hay poca gente o estamos tranquilamente tomando un café en algún lugar apartado, a los que les pasa lo que a mi. Que están escamados con el juego.

Unos pocos que no creen que los que dirigen el cotarro deban gastarse el dinero de los demás en estas o aquellas cosas. Simplemente creen que roban el dinero a los demás (ellos incluidos) y se comportan como unos mafiosos. Te roban, te atracan amparándose en su fuerza y te ofrecen a cambio algunas cosas que puedes querer, pero más caras y de peor calidad que si las fueras a comprar por tu cuenta.

Y también te ofrecen cosas que no quieres, pero que las tienes que tener te pongas como te pongas, aunque no te hagan falta y que pagas por adelantado. Y te ponen normas y prohibiciones, aunque vayan en contra de tus convicciones, de tus creencias y de tí.

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Esos pocos que me encuentro creen que los mafiosillos esos encima tienen la desfachatez, la caradura de darte lecciones morales, de decirte que ellos tienen una visión de la vida superior a la tuya, que tu amor por tu mujer, tus hijos, tu casa, tu tierra, tu trabajo, tu libertad y tu Dios, es producto de una mente, de una conducta degenerada.

Que ellos, los que te roban, los que viven a tu costa, los que se gastan tu dinero en putas, cocaína, los que fomentan el asesinato de niños, de ancianos, los que persiguen a tus retoños para corromperlos continuamente (en mente y cuerpo), los que quieren destruir todo en lo que crees, los que te quieren arrebatar hasta el último aliento de libertad, deben reeducarte.

Y a esos que aparentemente son pocos, aunque cada día conozco a más, se les llama fachas. Con un par.

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