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El eclipse de Dios (I)

Eclipse, oscuridad, ausencia de luz. Si la historia del hombre en el Universo creado por Dios es Historia de Salvación, porque de Dios venimos y a Dios vamos, todo fenómeno sea físico o material está determinado no sólo por las leyes físicas o mecánicas que los rigen, o por la acción del hombre tan determinante sobre las cosas y los acontecimientos, sino por la presencia de Dios que está detrás de todos ellos. Por eso para los antiguos, que no tuvieron el conocimiento cierto y real de Dios que tenemos nosotros, todo eclipse, y mucho más si era de sol, presagiaba una desgracia. Y qué si no que eclipse de Dios, Sol que nace de lo alto, es lo que hay en España. De ello nos advirtió san Juan Pablo II cuando nos decía que no tuviéramos miedo, que abriéramos el corazón de par en par a Cristo.

     Tras la muerte de Franco,   se derogaba (por traidores y perjuros ) los órganos del Régimen del 18 de julio, y el pueblo español votó una Constitución, engañado en la creencia de que era lo que se decía, una Reforma, que a la postre convirtieron en ruptura, elaborada por unas Cortes que se arrogaron indebidamente carácter constituyente, comenzando así  todo un periodo de deconstrucción del orden moral, político, social y económico que estamos viviendo, al que hoy, devenido en desastre absoluto, se quiere dar una contestación plausible sin advertir que el mal viene de su raíz atea.

     La Nación España, aunque no esté configurada en la Constitución como estado laico, se define como tal, a pesar de que el cristianismo es la esencia de nuestra civilización y de nuestra españolidad. Las causas de la secularización son varias y complejas, y sin duda que vienen de largo, pero sin duda alguna la principal es el cúmulo de leyes inicuas y declaraciones contrarias a la Ley natural y consiguientemente a la Ley de Dios, emanadas de la presente Constitución, que ha deteriorado el bien moral de la sociedad, formada en buena parte por católicos, quienes olvidándose del más allá y de la trascendencia se apoyan en la anticoncepción, el divorcio exprés, la tolerancia del aborto, la producción de seres humanos como material de investigación, y el anunciado programa de las nuevas asignaturas, con carácter obligatorio, denominadas “Educación para la ciudadanía” y “Educación LGTB”, amén de la implantación, quieras o no, de la ideología de género, con el riesgo añadido de una inaceptable intromisión en la educación moral de los alumnos, cuya responsabilidad corresponde a la familia.

          Eclipse o crisis de Dios, a la que se ha llegado, eclipsando a Dios. Porque después de la promulgación de la Constitución atea se consumó la perdida de la Unidad Católica en nuestra patria, abriéndose la veda al desenfreno y al libertinaje, llevando a cabo inmediatamente una reforma exhaustiva del Código Civil, en cumplimento obligatorio de tres principios básicos: Libertad, Fraternidad e Igualdad.  

       Toda consecuencia de la descristianización del pueblo español en estos años, que es una verdad que no se puede revertir, porque hoy es uno de los países más corruptos del mundo, una sociedad desestructurada y sin valores, una nación sumida en la degradación moral, un pueblo al borde de la desintegración.

       No obstante, como dijimos ayer, los “demócratas de toda la vida” y el pueblo al que han adormecido y anestesiado con canticos de libertad, que son roznidos de libertinaje, celebraron el 44 aniversario de la llegada de la democracia a nuestra Patria. Por supuesto que no es un cumpleaños a celebrar por los auténticos patriotas, que asistimos al desguace de una historia y de una tradición que llevó a nuestra Patria a sus más excelsos laureles, de una Patria traicionada por una democracia corrupta.

      Democracia sobre la que nuestros políticos nefastos y los medios de comunicación paniaguados por el globalismo han vertido cataratas de incienso, proclamando que ha sido la época de mayor paz, prosperidad y progreso de España (¡a otro perro con ese hueso!). Es por esto que ahora tenemos una deuda de más de 1 billón de euros, una corrupción generalizada, una sociedad desestructurada y sin valores, sumida en la degradación moral, y una nación al borde de la desintegración.

     Todas las lacras que la democracia ha traído a nuestra Patria son bien conocidas por los fieles al 18 de julio, pero, sin embargo, hay una que me gustaría destacar, porque quizás pasa demasiado inadvertida en medio del nauseabundo estercolero en el que estamos sumidos, que con su espectacularidad llama poderosamente la atención, en detrimento de otros fenómenos que hemos padecido con la Transición y la democracia.

     Me refiero a la sufrida degeneración de nuestra raza, un debilitamiento de nuestra estirpe y del ADN que siempre ha constituido nuestro más preciado genoma, caracterizado por la gallardía, la fidelidad, el valor, el espíritu de sacrificio, el esfuerzo, e incluso el heroísmo. Es un fenómeno que caracteriza globalmente a la sociedad occidental en su conjunto, que se ha degradado por la pérdida de sus valores, pero que en España tiene bucles clamorosos. Así, desde que se implantó hace 44 años la cultura del engaño, crecen tantos y tantos con la cabeza vacía de doctrina y verdadera dirección trascendente de la existencia humana, incultura religiosa promocionada por este sistema ateo, hedonista y cargado de indiferencia religiosa desembocante en árido relativismo, obnubilante de la verdadera dirección trascendente de la existencia humana.

     No hace falta que recordemos a nuestros numantinos y saguntinos, a nuestros guerreros reconquistadores, a los héroes imposibles que acometieron portentosas aventuras allende los mares, a nuestros invencibles tercios, a las multitudes valerosas que frenaron a Napoleón, a los admirables soldados que aniquilaron el golpe bolchevique del 36.

     No, porque la heroicidad española de la España de Franco era una corriente que nutría todos los estratos de la sociedad española predemocrática, inoculando en un pueblo que acababa de salir de una guerra que había arruinado la nación española, que sufría un aislamiento internacional ominoso, que padecía un atraso generalizado en todos los sentidos, un heroico espíritu de lucha, de trabajo, de sacrificio y superación personal que llevó a España a un asombroso umbral de paz y prosperidad en el año 1975, preámbulo de la inaudita entrega de la Victoria del 1939 a los vencidos, por los traidores y perjuros  mendigos de la Patria que habían sido elevados a la categoría de caballeros por Franco.

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     Desde entonces hasta aquí, en el trascurso de estos 44 años hemos llegado a la España democrática que hoy no nos gusta, pero que la amamos más allá de los Partidos Políticos, de las urnas, de los votos y de la Constitución.  

     Sí, más allá de la Constitución y de aquella nefasta y traidora Ley Electoral, pilar fundamental sobre el que se apoya nuestro actual sistema político, realizada en marzo del año 1977, razón por la que en el año 2017 celebraron los constitucionalistas su cuarenta aniversario, porque el 15 de junio de aquel mismo año los españoles fuimos llamados a las urnas por primera vez, tras de que las Cortes Franquistas se hicieran el haraquiri, al aprobar, en enero de aquel año, la Ley para la Reforma Política. Esas elecciones generales configuraron el primer parlamento democrático, y sin ser constituyentes ni tener representación legal ni encargo alguno para elaborar una Constitución, la confeccionó ilegítimamente haciendo de España una monarquía parlamentaria, basada en instituciones democráticas, para ser aprobada y, sin siquiera haber sido leída por muchos españoles, ser votada y sancionada un año y medio más tarde por el Rey, el 6 de diciembre de 1978.

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      Con esta Constitución atea, se pretendía, como texto sagrado, salvar a los españoles y traerlos al paraíso de jauja, y ello ha sido y es una cruel mentira. Porque ella es, con la falta de Dios y la sobra de las Autonomías, la raíz de la desmembración territorial de España y el cáncer económico de una sociedad desigual, empobrecida y desafecta, dañada seriamente por la corrupción y el deterioro institucional afectando desde el Gobierno hasta la monarquía.  Carcinoma que ha traído la descristianización del pueblo español y convertido a España en algo impensable y odioso. ¿O es que no tenemos la experiencia que desde que rige la Constitución la convivencia entre los españoles se ha ido deteriorando? ¿No tenemos la consciencia de que el odio a España, a lo largo de la vigencia de la Constitución, ha crecido? ¿No somos conscientes de que la apostasía vaga a sus anchas?

     El balance que cabe hacer cuarenta y cuatro años después de aquellas primeras elecciones democráticas es claro y necesario para, quienes vivimos el Régimen anterior, abrir un periodo de reflexión social sobre la deriva de España. La transformación de nuestra patria ha sido profunda y a peor. La transición española no fue sino una presumida reconciliación, tapadera de una expresa ruptura iniciada desde los partidos políticos rivales, que la pusieron como ejemplo de modelo en el que las distintas sensibilidades políticas y sociales aparentemente cedieron para llegar a consensos en aras de su propio interés.

     El periodo llamado de transición fue el de la mentira del siglo.  La llamaron reforma y era ruptura. La llamaron reconciliación y era revancha. La llamaron libertad sindical y patronal y se convirtió en desigualdad social, desempleo y empleados pobres. La llamaron democracia y trajo la perdida de la soberanía nacional, la vulnerabilidad de nuestras fronteras e inseguridad ciudadana. La llamaron descentralización y engendro separatismo. Finalmente la llamaron libertad de prensa y opinión, pero sirvió para que el sistema idiotizara o agilipollara; porque de no haberlo hecho el régimen de 1978 ya sería un mal recuerdo.

     Y no lo decimos con la boca pequeña, sino a gritos, para que nos oigan aquellos vivos y muertos, padres de la Constitución, y cuantos negociaron su advenimiento: ¿Qué queda, hoy a 44 años vista, de aquella Patria una, grande y libre, envidia del mundo, que nos cambiaron por un País autonómico, enano y preso de las urnas? Sencilla y llanamente esto: Una progresiva liquidación, día a día, del afán inicial de reconciliación nacional hasta su desaparición total. Un olvido absoluto de la realidad municipal y comarcal como fundamento básico de la ordenación territorial del Estado. Un triunfo del más rancio antimilitarismo español. Una ineficacia nociva en el mantenimiento de nuestras señas de identidad como Nación. Una pérdida progresiva de nuestra siempre pendular y débil conciencia nacional con generalizada falta de adhesión emocional a los símbolos patrios: bandera, himno… Una inexistencia, como consecuencia de la fragmentación educacional autonómica, del orgullo de España, como Patria común e indisoluble en el alma de las nuevas generaciones. Una libertad en la que todo está prohibido. Hasta el uso de nuestro idioma en trozos de nuestro único territorio nacional. Un descontrol absoluto del fenómeno inmigratorio con efectos irreversibles sobre la identidad cultural española. Un abandono de toda ambición de excelencia en la educación, sin estímulo alguno escolar, en profesores y alumnos, para el esfuerzo y el mérito, que asiste indiferente a la progresiva desaparición de España. Una perversión en la práctica del régimen democrático por el ejercicio abusivo de la partitocracia con financiación pública de partidos políticos sin democracia interna y con escasa militancia. Lo mismo, los sindicatos y chiringuitos. Una persistente judicialización de la vida política, y como contrapartida, politización de la justicia. El fracaso del Estado de las autonomías, porque no ha resuelto el problema del separatismo, que fue el único motivo para su creación, sino que, por el contrario, lo ha fomentado y exacerbado al poner las autonomías, como poderosas palancas, al servicio de la secesión, situando en gravísimo riesgo de pérdida la unidad de las tierras de España, al tiempo que tampoco ha conseguido, ni lo ha intentado siquiera, la unidad de sus hombres ni de sus clases. Una resurrección de la confrontación entre las dos Españas y la incapacidad de llegar a formular un proyecto común sugestivo para todos los españoles. Un desarme moral total, ideológico y patriótico de la sociedad española, embrutecida por las ofensivas mediáticas en las que TV, Radio, prensa, cine, teatro y ejemplos de vida de sus politos corruptos, rivalizan en hacer burla y escarnio de lo mejor, ensalzan lo plebeyo y zafio y frivolizan lo más sagrado y trascendente con quiebra de los valores de la familia y devastadores efectos sobre nuestras juventudes, que han perdido el horizonte y su futuro. Y sobre todo una demoledora ofensiva contra la Iglesia y contra todo lo que significan las creencias religiosas en sus consecuencias temporales: triunfo del más “casposo” anticlericalismo español. Durante estos 44 años de democracia su consecuencia principal ha sido realmente la de 44 años de descristianización de la sociedad española. 

      La razón de ese eclipse puede verse en el enlace

      Un saludo, José Luis Díez Jiménez

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