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Los republicanos y los Reyes Magos

Imagen con licencia Pixabay

Cada 5 de enero se celebra en las ciudades españolas una festividad que consiste en un desfile de carrozas típico en las ciudades de España y Andorra, en Gibraltar y, con menos eco, en poblaciones checas, polacas y mexicanas. El primer rastro documentado sobre el origen de la cabalgata del día de Reyes, se remonta a 1866 en Alcoy. Se conmemora el momento en que según el Nuevo Testamento los Reyes Magos de Oriente vieron por primera vez a Jesús recién nacido, siendo así su principal presentación al mundo y le llevaron valiosos regalos. Los niños esperan con emoción que por la generosidad de los Reyes Magos también puedan recibir los regalos que con ilusión les pidieron en sus cartas. Los reyes pasan en carrozas con toda pompa y esplendor por las principales calles de las ciudades desplegando la magia y la fantasía ante los admirados ojos de los niños.

Así se vino celebrando que Jesús había nacido 11 días antes y que hasta tres importantes Reyes se desplazaron desde tres países distintos para, humildemente, arrodillarse ante Él, un bebé que era el Hijo de Dios. Sin embargo, llegó la Segunda República y, por supuesto, no respetó la tradición de los Reyes Magos. Sus Majestades de Oriente fueron sustituidas en la ciudad por carrozas repletas de milicianos, los chiquillos lanzaban loas al Gobierno y llevaban hasta dos grandes bustos de Francisco Largo Caballero y José Stalin. Así fue la cabalgata roja de Valencia.

Hay que recordar que en aquel momento, enero de 1937, ante la llegada de las fuerzas de Franco hasta la Ciudad Universitaria de Madrid, el gobierno creó una Junta de Defensa presidida por el general José Miaja Menant y una Consejería de Orden Público encabezada por Santiago Carrillo Solares para que defendieran Madrid y él, el gobierno en pleno, salió huyendo hacia Valencia quedando así esta ciudad por un tiempo como capital de la España republicana.

Debido a los avatares de la guerra, el gobierno continuó su huida hacia la frontera francesa, por lo que no pudo volver a celebrarse otra cabalgata roja, pero sus objetivos han quedado explícitos por la labor de expertos que sostienen que estos días de Navidad y Reyes que llamaron “Semana Infantil’ o ‘Semana del Niño”, formaba parte de un proyecto mayor que, entre otras cosas, buscaba relegar a una de las fiestas de gran tradición cristiana. Así lo atestigua, por ejemplo, el Catedrático de Teoría e Historia Juan Manuel Fernández Soria en su ensayo “Cultura y libertad. La educación en las Juventudes Libertarias (1936-1939)”: «La ‘Semana del Niño’ tenía lugar en los primeros días del año en substitución de la festividad de los “Reyes Magos”, propia de la tradición cristiana». El doctor Sergio Valero Gómez lo corrobora también en “Desde la capital de la República” y Lapeyre sostiene que fue alumbrada con la idea de «sustituir las fiestas religiosas».

Naturalmente que aseguraban la bondad de su intención diciendo que era para que los niños se distrajeran del desastre de la guerra. Sin embargo, los medios de comunicación republicanos desvelaron su verdadera finalidad. El periódico juvenil ‘Ruta’, por ejemplo, afirmó que esta nueva festividad venía «a borrar aquella leyenda en la que no era ya posible que ni un solo niño creyese»: la «leyenda mítico-grotesca de los Reyes Magos». Por ello, la “Semana del Niño” serviría para depurar «rancias costumbres y viejos obscurantismos», además de acabar de una vez con una farsa de siglos y desterrar «la fiesta absurda y pagana de la Navidad». A unas fechas de mayor significado religioso las definían como absurdas y paganas!!

En 2016, Joan Ribó,  alcalde de Valencia recupera una cabalgata con “aires” de la II República. En vez de Reyes Magos, presenta tres señoras a las que considera  magas y llama Libertad, Igualdad y Fraternidad, porque, al parecer, representan los revolucionarios ideales de la Francia de 1789´, asumidos posteriormente por quienes se llaman progresistas. Carmena, en Madrid, también realizó intentos para desacreditar la cabalgata, pero solo consiguió vestir a los reyes como espantajos para desesperación de algunos como Cayetana Álvarez de Toledo que escribió artículos muy duros. Esta navidad 2021/2022, los afanes satánicos por desterrar todo vestigio relacionado con la iglesia, especialmente la católica han aumentado. En Zaragoza y Granada han aparecido como elementos de iluminación, cruces invertidas.

Y por qué ocurre esto?  Gilbert K. Chesterton que murió en 1936, ya por aquellos tiempos reflexionaba sobre la tendencia, siempre creciente, de dejar de lado el aspecto divino de la Navidad. Lo que debía de ser demostración de una profunda espiritualidad, en realidad, la sociedad actual la ha transformado en un frenesí consumista de compras y comilonas  y en aburridas ocasiones para encontrarnos con parientes, cuando pesa más que la alegría del reencuentro, la incomodidad por los defectos mutuos. Termina siendo una fiesta frívola, lejos del significado que encierra.

No obstante, no estoy muy segura que en el fondo de su alma renieguen de Dios. En muchos es “pose” o lo hacen porque es la ideología del grupo dominante y aceptan borreguilmente lo que se conoce como “políticamente correcto”. Algo así es lo que relató el fantástico pero desacreditado escritor por no ser “políticamente correcto”, don José María Pemán en “El Republicano y los Reyes Magos”.

“Como su padre había sido también republicano y racionalista, le había puesto por

nombre Sócrates. Él, a su vez, siguiendo la costumbre, le había puesto a su hijo Plutarco.

Su mujer, obesa y dulce, disculpaba todo esto, con la sumisa tolerancia de las mujeres españolas. Tenía un supersticioso respeto para ese mundo de fronteras inviolables donde se encierran las «cosas de los hombres». Estaba segura de que su marido tenía «buen fondo», que es lo que importa, y de que, cuando se sintiese morir, pediría los sacramentos. Respaldada en estas confianzas, con su bata de flores y su manojo de llaves, iba y venía por la casa, callada, hacendosa, humilde de llamarse, sencillamente, Rosario, entre el bebedor de la cicuta y el autor de las Vidas paralelas.

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Don Sócrates era republicano federal. Profesaba las «ideas nuevas», o sea, las ideas francesas y alemanas de 1890. En un estante, encuadernadas y con cantos de oro, guardaba las obras de Castelar, Pi y Margall, Salmerón, Darwin y Augusto Compte. Y su mujer les quitaba el polvo, todos los sábados, con un plumerito, cogiendo cada tomo displicentemente, con dos dedos, para no contagiarse, como quien coge una viborilla.

Don Sócrates había oído, en sus mocedades, un discurso de Castelar en un círculo republicano. Era la anécdota más emocionante de su vida, y recordaba todos los detalles de la escena. Al terminar, había logrado llegar hasta el orador y apretarle una mano, diciendo:

—No sé cómo puede usted respirar, don Emilio.

Y don Emilio se había vuelto a él y le había hablado. Era la única vez que le había hablado don Emilio. Le había dicho:

—¡Je!… ¡La costumbre!

Y aquella noche, Rosario alzó de pronto sus dulces ojos cansados de la costura.

—Sócrates, ¿sabes que Plutarquito le ha pedido una trompeta a los Reyes Magos?

Sócrates dejó sobre la camilla el periódico que leía, se quitó los quevedos y replicó con severidad:

—Rosario: es menester acostumbrar al niño, desde chico, a no pedir nada a los Reyes…

—Pero ya tú ves: una trompeta…

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—Una trompeta todavía menos; al son de una trompeta ha cometido la humanidad todas sus grandes estupideces.

Hubo una pausa. Sócrates terminó:

—Se empieza pidiendo a los Reyes una trompeta y se acaba pidiéndoles una credencial. Es menester infundir en el niño, desde ahora, la dignidad del ciudadano libre. Además, no quiero que Plutarquito crea en ese cuento de los Reyes Magos. Es preciso que se entere que cada uno tiene que buscarse lo suyo, de día y muy despabilado. Que nadie le trae a uno nada, de noche, para llenarle los zapatos.

Puede leer:  La Guerra de Sucesión española. Una guerra mundial antes de tiempo

—Pero, hijo, tiempo tiene el niño de enterarse de eso. Todavía es pronto…

—Nunca es pronto para la verdad…

—Está bien, hombre. No te enfades…

Y Rosario bajó la cabeza otra vez sobre la costura, y no habló ya una palabra. Porque había tomado la doble resolución que todas las mujeres dulces y sumisas toman siempre ante estos pequeños conflictos: primera, no discutir más; segunda, comprar una trompeta, sin que su marido se enterara, y ponerla la noche de Reyes en el cuarto de Plutarquito.

La escena que se desarrolló a prima noche, la noche de Reyes, no tuvo originalidad ninguna. Desde la alcoba matrimonial se oyó la voz adormilada de don Sócrates:

—Pero, Rosario, ¿no vienes?

Y Rosario, que cosía en la salita, contestó sencillamente:

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—Espérate, Sócrates, que tengo que acabar de marcar estos calcetines. Duérmete tú…

Y aguzando el oído, esperó unos momentos a que la respiración de su marido, que se filtraba entre las cortinas de la alcoba, fuese convirtiéndose en un ronquido leve, pacífico y sereno, característico de los niños y de los republicanos federales. Entonces Rosario se descalzó para no hacer ruido, se dirigió a un armario y sacó de un envoltorio de papel una trompeta niquelada, alta, magnífica, propia para que Plutarquito jugase, no ya a los soldados, sino al jazz-band.

Nadie se desliza más suavemente que las madres, en la noche de Reyes, al entrar en el cuarto de sus hijos. Calzadas de silencio y de ternura, resbalan como hadas, en suave complicidad con la alfombra, para no despertar a sus hijos de ninguna de las dos bellas mentiras: el sueño y la leyenda de los reyes repartidores de juguetes. Así entró doña Rosario en la alcoba de Plutarquito, con su bata de flores y su trompeta, obesa y sublime, sobre la sordina de sus pies descalzos.

Plutarquito dormía apaciblemente en su cama de metal dorado, bajo una litografía de la Sagrada Familia de Murillo. Porque don Sócrates no creía, pero respetaba el arte. Doña Rosario recorrió tácitamente la habitación, colocó la trompeta sobre una silla, e iba a dar un beso a Plutarquito, cuando se sintió bruscamente separada de un empellón. Miró con horror y encontró tras de sí a su marido, magnífico y desconcertante, con sus zapatillas, su largo batín azul y su gorro con borla.

Estaba agigantado por la ira. Parecía la imagen de la inteligencia rompiendo la  superstición. Don Sócrates sentencio:

—Rosario, te oí salir de puntillas del gabinete, y me lo supuse todo. Porque otra cosa no podía ser. Tienes cincuenta años y pelos en la barba.

Y después de estas declaraciones mortificantes, don Sócrates encendió la luz eléctrica, zamarreó fuertemente a Plutarquito para despertarlo y exclamó con tono de arenga revolucionaria:

—¡Plutarco! ¡Plutarco! No he de dejar que siembren de errores tu razón naciente. Fíjate bien. ¿Ves a tu madre? Tu madre es la que te ha traído esa ridícula trompeta bélica. No creas nunca que te la trajeron los Reyes Magos. Eso es una superchería. Nebrija dice que los tres Reyes Magos ni fueron tres, ni fueron reyes, ni fueron magos. Pero yo creo más: yo creo que no existieron.

Rosario lloraba tras su marido. Plutarquito se había despertado a medias y pugnaba por abrir sus ojos azules. Don Sócrates tomó a su mujer con una mano y a la trompeta con otra, y recalcó apocalípticamente:

—Graba bien lo que te digo, Plutarco. ¿Ves a tu madre? ¿Ves la trompeta? ¿Ves la realidad cruda?
Plutarquito abrió un ojo con dificultad. Bostezó. Le temblaba la voz.

—Veo a mamá y a la trompeta. Lo otro no lo veo…

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—Quiero decir, Plutarco, que es preciso que, desde niño, aprendas a guiarte por lo que ven tus ojos y no por…

Plutarquito se había dormido profundamente. El sueño de sus seis años sin remordimientos podía más que las sonoras palabras del racionalista. A la mañana siguiente, don Sócrates estaba desayunándose en la cama. Don Sócrates desayunaba en la cama los días que no tenía oficina. Tomaba frutas y espinacas, porque era vegetariano. De pronto irrumpió en la alcoba Plutarquito, tocando sonoramente la trompeta. Don Sócrates le hizo subir a la cama sobre sus rodillas.

—Vamos a ver, Plutarquito, ¿quién te ha traído esa trompeta?

—Toma…, ¡los Reyes!

—Pero, entonces, ¿no recuerdas que esta noche?…

—Verás, papá. Esta noche, cuando me acosté, me quedé con los ojos muy abiertos, para no dormirme, y ver entrar a los Reyes. Paquito, el primo, me había dicho que él los vio el año pasado, y que entraron en su cuarto por el balcón. Y yo los vi esta noche. Gaspar tenía una barba blanca, como el tío Miguel. Y Melchor era negro. Parecía un limpiabotas. Llevaban todos unos mantos muy largos, muy largos…

—Pero, luego…

—Luego me dormí, papá. Y soñé una cosa rarísima y divertidísima. No me atrevo a decírtela.

—¿Qué soñaste?

—Soñé que tú, papá, estabas junto a mi cama. Llevabas una sotana azul muy larga y

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un gorro colorado. ¡Qué ridículo! Parecías uno de esos muñecos de la feria a los que se le pueden tirar seis pelotas por una perra gorda.

—¿Y qué más?

—¡Qué sé yo! Allí empezaste a decir que si la trompeta la había traído mamá, que si los Reyes Magos no eran de verdad. ¡Qué sé yo! ¡Tonterías! Yo no recuerdo bien todos los disparates que decías.
Luego bajó la voz y añadió:

—Pero no se lo vayas a contar a mamá. Porque, cuando sueño cosas raras, mamá me da una cucharada de sal de fruta.

Don Sócrates bajó la cabeza pensativo.

Entre las cortinas se dibujaba la figura obesa y dulce de doña Rosario, sonriente, paciente, ligeramente irónica; segura de su triunfo definitivo.

Don Sócrates reanudó su austero desayuno de vegetariano. Estaba perplejo. Los Reyes Magos habían podido más que él. Sus verdades eran sueños para su hijo…

¿Cuál de los dos tendría razón?”

Chesterton lo aclara muy bien en una poesía dedicada a los tres Reyes Magos, de la que aquí, reproducimos su última estrofa en cuyos versos finales expresa la síntesis de aquello que verdaderamente un cristiano debe celebrar  y que a don Sócrates le hubiera resuelto su duda:

-Gaspar, Melchor y Baltasar, callaos.

Triunfa el amor y a su fiesta os convida.

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¡Cristo resurge, hace la luz del caos

y tiene la corona de la Vida!

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Licenciada en Geografía e Historia, fue profesora hasta su jubilación.

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