«Y en Cataluña, contra lo que afirman falsamente los que fingen separatismo para negarnos las libertades regionales, han venido a juntarse caldeados por el sentimiento en los colores de la bandera que consideramos como símbolo de la patria común; porque observad que no la forman los colores de León y de Castilla, puesto que la de León es blanca como la de Galicia, que es además azul, y la de Castilla es roja como la de Navarra, mientras que las que ostenta son el encarnado de las barras catalanas y el amarillo de su campo, porque esa fue la bandera que llevó Alfonso V el Magnánimo a Nápoles en el siglo XV, de donde la trajo en el siglo XVIII Carlos III a la Península para declararla española; de modo que esos colores son los de vuestra bandera, que hasta en las más antiguas de que se guarda recuerdo sólo aparecía con dos bandas, la amarilla y la roja, y no con las dos encarnadas, porque en heráldica rara vez se repiten los colores; y esa bandera es la que se ha convertido en enseña común, para significar, sin duda, providencialmente, cuando los Poderes centralistas, después de haberla rasgado y cubierto de crespones, la quieren trocar contra su origen en el emblema de unitarismo absorbente, que la levanta sin mancha Cataluña como representación a un tiempo de las libertades regionales y de la fraternidad de las regiones hermanas, a las que da como un blasón común, no impuesto por la fuerza, sino sellado por el amor y afirmado en sus tradiciones».

(Vázquez de Mella, Del discurso pronunciado el día 1 de Junio de 1903, en Obras Completas, Tomo XXVI, págs. 167 y 168).