Me refiero en concreto y en directo al “espectáculo” montado en la Catedral de la Almudena, por mor y dilección del señor cardenal de Madrid, del que no voy a poner el nombre, aunque podría, claro, pero no hace falta.
En una catedral católica, ya digo, en la de Madrid se ha escenificado, con el mayor desparpajo por parte de las autoridades católicas competentes -obispado y cabildo- una mamarrachada –lo digo desde el punto de vista católico- que, la verdad, no se sabe bien a qué responde ni qué pretende, con los musulmanes como intérpretes e invitados especiales y cualificados.
No tengo ni idea de la gente que fue; ni cuántos eran católicos de hecho o de derecho, musulmanes de hecho y/o de derecho, turistas, invitados a la fuerza, curiosos, morbosos y/o interesados incluso. Ni pretendo saberlo, porque me da absolutamente igual: no me interesa lo más mínimo.
Sí me interesa dejar constancia de una cosa: esos mismos musulmanes no creo que hayan cursado una invitación, al obispado y al cabildo de la ciudad y de la catedral, para hacer lo mismo en su mezquita, como muestra de compañerismo, fraternidad y ecumenismo a go-gó. Si la han hecho, agradecería saberlo.
Pero estoy seguro de que no la han cursado por una razón que, para ellos, es absoluta: tienen fe. No entro si equivocada o verdadera, porque no es el lugar, ni el momento; ni tampoco me interesa ahora. Pero tienen fe, y saben bien lo que eso es y significa: es algo tan serio y, por tanto, compromete de tal modo a la persona, que no están dispuestos a provocar el menor resquicio en ese edificio, el de su fe, que es de su Dios: y con Dios, no se juega. Por eso, no admiten lo que los católicos, al menos los del obispado de la diócesis de Madrid y del cabildo de la catedral, sí.
¿Por qué estos sí? No creo que la respuesta sea muy difícil o mínimamente oscura: está perfectamente contenida en el planteamiento expuesto. Además, si “todas” las religiones son “voluntad de Dios”, son todas perfectamente reversibles, ninguna está por encima de las otras, ni ninguna puede pretender poseer la verdad de Dios y de su Palabra. Así que ¡a jugar tocan!
Pues los musulmanes, para escarnio de muchos de los jerarcas católicos -se les debería caer la cara de vergüenza; pero da la impresión de que carecen ya hasta de algo tan natural-, no participan para nada de esta milonga. Tiene una dignidad, en lo suyo, que para sí quisiera yo en los católicos, empezando por los jerarcas más encumbrados: ser “cardenal” no es moco de pavo. O quizá ahora sí, y sea un título de saldos o de rebajas tal como se están manifestando, de palabra, obra y omisión: no les importa nada ni la Fe, ni las almas, ni la Doctrina, ni el Derecho Canónico, ni la Palabra de Dios, ni su propia salvación, ni la ajena, ni los lugares hasta ahora considerados sagrados…, ni siquiera el mismo Jesucristo.
De hecho, con todo esto ahora se puede jugar, maniobrar, esconder, mentir, blasfemar, burlarse, admitir que los demás se burlen, negar, cambiar de sentido e intención…, todo está permitido. ¿Habrá algún límite?
Para los musulmanes, en lo suyo, nada de esto: antes mueren… o matan. Pero ¿burlas?: ni como chiste, ni como viñeta mínimamente irrespetuosa.
Por el contrario, en la Catedral de Madrid, ¡todo es posible! ¡Ya no queda ningún tabú, ni como recuerdo!
Hace unos días escribí: “¡Váyase, sr. Osoro!”. Hoy me siento plenamente ratificado en mi exposición, denuncia y desahogo.
Y vamos a seguir rezando, que falta nos hace a todos. Amén.
Padre José Luis ABERASTURI –Adoración y Liberación, 25 marzo 2019