Nuestras sociedades modernas son el fruto de lo que sucedió en el siglo XVI, es decir, de la Revolución Protestante porque fue la que sentó las bases del liberalismo posterior. El intento de Lutero por hacer una «reforma» en la Iglesia, únicamente dio paso a la liberalización de la sociedad. Pero todo comenzó por la individualización de la Fe y de la moral.
Esa idea de que el individuo, carente de cualquier asistencia magisterial, interpretaría correctamente las Sagradas Escrituras, produjo una sociedad en donde la última palabra la tiene el individuo sin el concurso de nadie más.
Por ello, la libertad para el hombre liberal es el fin per se; que es a la misma vez, ideario de las corrientes agnósticas, ateas e inmanentes de los siglos posteriores al XVI, pues ¿Podría ser Dios la más alta de todas las aspiraciones humanas si, en todo caso, tendría la libertad como el máximo valor que se podría obtener? ¿Para qué le serviría Dios al hombre liberal?
Por eso mismo, el constitucionalismo, únicamente ha significado, la protección jurídica de la libertad individual. Se consigna por escrito el mundo subjetivo del hombre, que, en esencia, solo viene a garantizar la licencia para que cada uno haga lo que mejor le parezca.
El nervio liberal, empero, se extiende por muchas partes del cuerpo social. ¿Qué es el liberalismo económico si no, el consentimiento de los gustos del sujeto? De esto se valen los empresarios sin escrúpulos para vendernos todo tipo de vicios. Como el sujeto caprichoso lo quiere, se lo vendo, es una simple transacción que no tiene ningún problema moral, es un mero proceso mecánico, baste con que haya consentimiento para que sea legal.
El credo liberal también impone su ética, una ética negativa, o sea, de no-intervención y con ello crea la pluralidad de códigos morales según la cantidad de hombres sobre la tierra. Y es que, de triunfar definitivamente el secularismo en la sociedad, también ha de triunfar el sistema liberal porque toda vez que se pierde el sentido de Dios, de lo trascendental y superior y del bien objetivo, solamente quedaría una cosa: la libertad individual subjetiva con la que construir la ley, la moral y la religión a la medida de cada hombre.
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