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Realeza por mérito y competitividad (sujeta a revisión periódica)

Imagen con licencia Pixabay

En los tiempos que corren, algunos piensan que los últimos Borbones se han cargado a la monarquía y el sanchísmo al PSOE. Hablemos de lo primero, que a lo otro ya se dedican algunos, con acierto y competencia profesional. Lo otro hay que solucionarlo y yo propongo algo serio y perfectamente razonable.

España se cita como Reino desde el siglo VI y puesto que la República nunca ha funcionado, debe seguir siéndolo. Una nación ya citada, digo, en textos del siglo VI por San Isidoro de Sevilla. La más antigua nación europea y una de las más viejas del mundo. Ha sido un imperio de aquí te espero, por su bravura temido y respetado por propios y extraños, que enemigos nunca le han faltado. 

¿Cómo hubiera sido la cosa en el norte de África si en 1492 no se hubiese descubierto América?¿Qué cordón sanitario y territorial y de qué anchura no se hubiese trazado sobre el Sahara por los reyes católicos al punto de terminarse la Reconquista en esa fecha, musculados por casi ochos siglos de pelea encarnizada, a brazo partido con mandobles y cartas pueblas, para el que no hubo plazo alguno ni medio-suficiente? 

Esto inquietaba a Ángel Ganivet, con mucha razón y lo dice en sus escritos. Se abrió una puerta enorme, que podía haberse abierto diez años después y otro gallo nos hubiese cantado. No cabe duda de que toda una enorme franja hubiesen sido nombres españoles y Europa hubiese llegado al corazón de África. ¡Cuánto mejor!

Si la soberanía reside en el pueblo soberano, es el pueblo soberano quién la debe ejercer ya de una puñetera vez, porque excede de esa simple residencia en la que se la pretende arrinconar llamándole ciudadanía por la expertitud que se ha colado por la gatera. Además, y por el bien de la sociedad nacional, o colmena que somos, creo en la justeza más absoluta y constitucional, que hay que abrirla en su ejercicio y protagonismo –tal que la prisión perpetua revisable, de plena moda en el XXI y en los sucesivos- a una nueva y rigurosa búsqueda de la excelencia en la Jefatura del Estado, en el monarca, que la hay y debe salir ya a escena y sin la discriminación recogida en la actual Constitución española del 78, la del sexo. Pero en lo demás: in dubio pro Hispania nostra.

Se acabaron los bravos don Pelayos, o los Alfonsos octavos, a los que se les elegía por aclamación, por valerosos y arrojados, se les subía sobre el escudo entre sus valientes sin mirarle el carnet, su altura, gesto imperativo, o sus habilidades en el rigodón y otras tontunas, y hemos visto y sufrido ya suficientes Bermudos Gotosos, los Castos, los Crueles, los Fernanséptimos, los Carloscuartos, los pichirriquis manifiestos, los amadeos, los don nadie, que se arrimaban a la cola y aducían unas noblezas que no pasaban del tente mientras reino, en razón a un abolengo que es fatal, irregular, sin otra cosa que la suerte de varas y los aprovechamientos y abusos deshonestos con los Cides, doñas Jimenas y cosas tan peregrinas como caer de pie, o ser primo carnal de Juan Sintierra, ni cabeza, ni nada de nada. 

Demasiadas guerras sucesorias se han terminado por consunción y abandono del puesto, por encelamientos y cobardías, tras las muertes de miles de mutiles, de jóvenes reclutados en levas y otras cosas poco justas, eso sí vestidos de guardarropía del Real y adheridos a la piel de armiño y a las medallas inmerecidas en la retaguardia, mientras eran esos desgraciados valientes los que caían en los enfrentamientos pour le Roy. O los figurantes lansquenetes hacían el paripé por una moderada nómina. No era el caso del emperador Carlos I de España en Mülberg, precisamente, pero los Austrias se acabaron. 

Hemos ido al sortilegio, a las comisiones, al “me lo llevo”, al “culo veo culo quiero”, a las cortesanías, noblezas y aristocracias estúpidas, y eso no es serio, ni legítimo, ni título que se precie para nada, vesánico no más. Inglaterra es un ejemplo de austeridad y autoridad en la reina Victoria imperial, e incluso en la riquísima Isabel II. Carece, como hemos podido ver, de una sucesión merecida y tranquilizadora de que es cosa seria y que esté capacitada sobradamente para ello. Camina a la guardarropía y eso es un síntoma de muerte cerebral e histórica. Han cambiado los tiempos, mucho, demasiado, hay bastardía, decadencia, vicio innato, vagancia, mangancia, prejuicios, hay canalla arribista, no hay sangre azul, siquiera, sino unas mezclas que vete a saber, por más que se bañen en el morganismo y morganatismo de las hadas, o de los piratas.

Lo que si hay y seguirá habiendo, y es y será un bien escaso y digno de honores -como se ha repetido en tantas y tantas tomas de posesión de académicos, de presidencias empresariales merecidas en razón a la trayectoria, es capacidad intelectual diferente, índices y cocientes de esfuerzo y sacrificio, noble ambición, inteligencia superdotada, moral y buenas costumbres y por todo ello ventaja en que el máximo poder del pueblo soberano, para su bien y servicio, se ceda en su ejercicio a esas manos merecedoras, aunque limitadamente en el tiempo, prorrogable si fuese necesario, y vigilado por decenviros, tribunos, senadores, leyes y areopagitas que sean necesarios, como el sayón y la segur. Olvídese ya la sucesión y la purrela, que esas virtudes no se heredan salvo en raros casos y cuando se ha vivido para ello. 

Puede leer:  Cuando la ley es la causa de la discriminación

Su ejercicio, duración, retribuciones y un largo etcétera, anda que no hay tiempo para considerarlo y ajustarlo en finura y prevenciones de todo tipo, sin tener que recurrir a los Maquiavelos y otros personajes del retorcimiento renacentista y la ambición por la ambición, la soltería por la soltería y las renuncias previas, firmadas en blanco.

Entre 47 millones de españoles de pura cepa y ambos sexos, con catorce o cincuenta y dos apellidos españoles, que no vascos, catalanes o gallegos, nacidos en los 500.000 km2 del territorio español, en cualquiera de los ocho mil cien municipios peninsulares e insulares, o extra peninsulares, como las plazas de soberanía y peñones, todos los nacidos en territorio bajo nuestra bandera, seguro que hay al menos quinientos, mil expedientes, o dos mil, que llamen la atención y sean dignos de considerar y puntuar, por su excelencia, edad propicia, y otras virtudes computables, tal que el amor a España, valentía, honradez, quince años cotizados al menos en la privada, donosura, idiomas dominados de verdad, creencias, riqueza y facilidad verbal, ausencia de cursilería y grandes narices llamativas, contenido, encanto, corrección, clavamiento de codos, seducción y armonía física, altura, cabello abundante, modestia, bondad, valentía, carencia de vicios que no sean fumar o la petanca, nobleza baturra y salud de ADN, no enfermedades hereditarias, vacunas acreditadas de la rabia, herpes zoster, varicela, sarampión y tosferina, paciencia, buen criterio de lo que es justicia, magnanimidad y tantas otras virtudes puntuables, controles y colores de ojos, visajes, tics molestos, manías, sectarismo… y un largo listado que puede incluir incluso la castración química tras haber tenido ya los hijos, o el voto de castidad, o el no reconocimiento obligatorio si fuera preciso, para desvincular cosas de herencias y derechos sucesorios que tanto nos han martirizado. De cuerpo presente el candidato, o candidata, no candidate, ni candidiasis siquiera, para evitar inquinas y derivados.

Pero sobre todo una preparación, muy principalmente y titulación de excelencia, en ciencia considerada así, per se, sin concesiones a aficiones, peritajes, honradez y bonhomía de la Maquinista Terrestre, la Naval, la Perkins y cosas de esas, previa e irreprochable, sin cabida a copiados, plagios, gatadas, y supercherías. 

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Todo ello debidamente calificado por un colegio de exigentes eruditos de verdad, entendidos en la materia, debidamente acreditados con documentación verificable, cara conocida y documentación compulsada, cubiertos de sellos de certificado y doctores de verdad, tiempo sobrado para considerar, comparar y elegir a unos cuantos para que sea el pueblo soberano el que ejerza el sufragio entre ellos. 

¿Quién más legitimado y valioso para la patria que el mejor entre cientos de los mejores acreditados, si no miles, elegido por el pueblo soberano, que es el soberano que se la juega y paga las misas? Nada de amigos de toda la vida, aficionados y compañeros de pupitre. A ello podría añadirse la colaboración de cazafantasmas, referencias de párrocos, e informes forenses, psiquiátricos y de técnicos de taller, CNI incluido.

¿Alguno que ustedes saben pasaría esto para reinar debidamente? 

Me temo que no. Pero ese es el camino, la verdad y el futuro al que debe aspirar la jefatura del Estado, la realeza real, en su independencia absoluta, sujeto a la ley y con lo más granado del Supremo -vitalicios- a su derecha mientras reina, y atribuciones equilibradoras y protegidas muy marcadas y efectivas, sin vuelta de hoja ni incertidumbre que quepa. ¡El mejor, sin medias tintas, ni mediocridades al uso, pero Ya, como Soria, pero bien!

Podríamos dormir tranquilos, al fin.

Pelayo del Riego

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