Por: Luis Alfonso García Carmona
En general, los seres humanos evitamos, consciente o inconscientemente, reflexionar sobre el tema de la muerte. Y ello es explicable por tres razones fundamentales: a) Tenemos temor a lo desconocido; b) Asociamos la muerte al dolor que acarrea una enfermedad o un trauma letal; c) La separación física de los seres queridos y del entorno que nos brinda alguna tranquilidad nos atemoriza.
No obstante lo anterior, valdría la pena cuestionarnos sobre el verdadero significado de lo que conocemos como “muerte”.
Para las civilizaciones antiguas más desarrolladas la muerte física del cuerpo no significa la desaparición de la persona humana en su esencia. Los antiguos egipcios denominaron como “Libro de la salida al día” o “Libro de la emergencia a la luz” al Libro de los muertos , que es una recopilación de textos funerarios escritos a partir del III milenio A. C.
Consideraron que la esencia de la identidad continúa después de la muerte y elaboraron complejos procedimientos para garantizar un normal tránsito a la vida en el más allá.
Similares conceptos se recogen en las culturas hindú, tibetana, china y en las de otras latitudes que sería prolijo enumerar.
En el mundo moderno, convertido en una aldea global gracias a las comunicaciones virtuales, se conocen centenares de miles de “experiencias cercanas a la muerte”, es decir manifestaciones de lo ocurrido a personas que han presentado síntomas de muerte clínica y luego han regresado a la normalidad.
Curiosamente, del análisis de esa multitud de vivencias se deducen unos cuantos factores comunes, tales como el tránsito por un túnel con una luz intensa al final; el encuentro con seres queridos fallecidos anteriormente; la sensación de paz, amor y alegría; y, el rápido repaso de su experiencia en la tierra. Nada de ello es explicable por el método científico y, en consecuencia, la ciencia se ha limitado a calificar tales eventos como simples alucinaciones.
Pero también los científicos, a partir de las conclusiones de Einstein y otros destacados investigadores, han construido toda una teoría a partir de la física cuántica que explica que el universo está compuesto de energía y que ésta comprende tanto la materia como el espíritu. Cuando la materia se extingue, la energía espiritual permanece en otra dimensión diferente a la terrenal.
Tres experiencias personales avalan lo que aquí queremos compartir:
- En la televisión colombiana, hace muchos años presencié un programa en el que se entrevistaron varias personas que dieron fe de sus experiencias después de haber muerto clínicamente. Una de ellas era una dama, hija del conocido político huilense Felio Andrade Manrique.
- Gracias a mis lecturas de la obra del psicólogo Brian Weiss puse en práctica un ejercicio de regresión que me trasportó a la Edad Media.
- Asistí a una sesión colectiva de sanación a través de procedimientos de regresión practicados por el experto antioqueño Aurelio Mejía, con asombrosos resultados no explicables desde la perspectiva científica.
En momentos de desesperanza e incertidumbre como los que atravesamos, reflexionar sobre estas realidades contribuye a reconocer que más allá de esta vida temporal nos espera una eternidad donde podemos hallar la paz, el amor y el encuentro con el Supremo Hacedor que todo lo puede.
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